El internado de huérfanos “La Casa del Niño”, en la ciudad española de Las Palmas de Gran Canaria, de la Comunidad Autónoma de Canarias, en las islas del mismo nombre, se comenzó a constuir en 1938, pero fue inaugurado hasta 1944.
Es una de las obras mandadas a construir durante la Guerra Civil española. Según investigación de la filóloga Lorett Rodríguez Schaefer, cuando el edificio fue construido el fascismo estaba centrado en la “formación premilitar de los jóvenes, en su adoctrinamiento político, en los nuevos valores e ideales totalitarios y en su fortalecimiento físico a través del deporte”, y por eso debían ser “saludables, es decir que tengan luz, aire y estén bien orientados y ventilados porque en esa época la gente moría de tuberculosis y no había vacunas ni tratamientos, por ello, esa obsesión por el aire puro y fresco”.
Así que el edificio fue construido con esas características, igual que unos 3.800 centros de la etapa fascista. [1]
Ahora sin embargo, el edificio lleva unos 30 años cerrado, y con el tiempo se ha ido deteriorando. «Los vecinos del barrio ya han presentado ideas como la de que se convierta en un centro de día para mayores o en una residencia donde se hospeden los familiares que tengan niños ingresados en el Materno.» [1]
Pero si las paredes del edificio pudieran hablar, relatarían las atrocidades allí cometidas, sobre todo en la década de 1960, por los curas católicos, quienes cada Semana Santa hacían su propia fiesta cuando por la noche llegaban bien borrachos después de las procesiones y cultos al internado de niños huérfanos.
Manuel Godoy Robaina, cuyo padre fue asesinado por el franquismo, y que fue internado junto a su hermano en la Casa del Niño, relataba así su experiencia a Francisco González Tejera, el 25 de marzo de 2004:
«En Semana Santa se volvían locos, para los curas era como los carnavales de ahora, pero con los menores del internado de huérfanos de la Casa del Niño, esas noches llegaban borrachos como cubas de los bares de San José después de las procesiones y los cultos en la catedral de Santa Ana y las calles de Vegueta, oíamos los coches aparcando en la explanada junto a la ermita, sabíamos que venían a meterse en nuestras camas.» [2]
Y las monjas encargadas de los niños eran cómplices de aquel crimen. Según Robaina, aquellos curas borrachos «Parecían sombras por los pasillos entre bromas y aves Marías Purísimas, el objetivo éramos los chiquillos que ya a esa hora dormíamos, después de los rezos de rodillas ante los camastros con las monjas. Las hermanas no se inmutaban ante lo que hacían aquellos cerdos abusadores, se quedaban en sus habitaciones y dejaban hacer a los curas que iban eligiendo a los niños que se iban a follar esa noche.» [2]
Continúa aquel relato desgarrador: «Mi hermano Antonio y yo los sufrimos varias veces, a mi me jodía mucho porque veníamos del asesinato de nuestro padre, de un drama familiar del que nunca salimos, mi pobre hermano no pasaba de diez años y ya sabía lo que era el sexo con aquellos demonios con sotana.
Esas noches eran infiernos para nosotros, muy pocos nos librábamos de sus abusos sexuales, una madrugada tuvieron que correr a la Casa de Socorro con Daniel González, un compañero de siete años de Telde al que uno de los curas le produjo una hemorragia que no se le cortaba con nada.
Era terrible todo aquello, las secuelas todavía con la edad que tengo las sigo teniendo, no duermo bien por las noches, sigo soñando con ellos, con el olor asqueroso de sus bocas, aquel sudor de borrachos con Rosario al cuello, sus tocamientos, sus golpes y palizas si te negabas a hacerlo…» [2]
[Godless Freeman]
[Crédito de imagen: Composición de imágenes de blog “Viajando entre la Tormenta” y de artículo “La Casa del Niño: el orfanato franquista declarado BIC que muere entre ruinas”]