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Estamos asistiendo a un movimiento que tiene sus raíces en los vínculos entre religión y política de los primeros tiempos de la independencia estadounidense.

El asalto al Capitolio, el pasado 6 de enero, por una turba divina, en cuya cabeza figuraban ultras religiosos y veteranos de guerra armados, nos ha dejado una inquietante pregunta: ¿quiénes son realmente los asaltantes? 

Cuando vi que entre las primeras filas se ondeaban banderas en cuyo centro figuraba la palabra JESUS, dentro de un círculo, en letras muy grandes, quedé impactado y en todo caso sorprendido. También vimos pancartas con el lema ¡Jesús te salva! Las esvásticas, sin embargo, más numerosas, no representaban para mí una nueva noticia, eran tan sólo la expresión del nazismo clásico.

El New York Times digital publicó el pasado 13 de enero: <<Antes de que los miembros autoproclamados del grupo de extrema derecha Proud Boys marcharan hacia el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero, se detuvieron para arrodillarse en la calle y rezar en el nombre de Jesús. 

El grupo, cuyos participantes han adoptado posturas misóginas y antiinmigrantes, oró para que Dios trajera “reforma y renacimiento”. Dieron gracias por “la maravillosa nación en la que todos tenemos la bendición de vivir”. Le pidieron a Dios la restauración de su “sistema de valores” y el “valor y la fuerza para representar bien nuestra cultura>>. Además, invocaron la protección divina para lo que estaba por venir.

Esta es la forma como el poder evangélico blanco se hizo presente en el Capitolio, en alianza con veteranos de guerra supremacistas que ven en Joe Biden a un jodido comunista.

Donald Trump obtuvo 75 millones de votos, una cifra tan considerable que no ofrece duda acerca la pluralidad que debe haber en semejante masa.

 Por consiguiente, es fácil pensar que la inmensa mayoría de esos votantes no son gente violenta aun cuando compartan los argumentos político-religiosos de los fundamentalistas organizados como los de Identidad Cristiana. Por otra parte, las detenciones y previsibles juicios contra algunos asaltantes serán probablemente enfocados hacia el castigo a personas concretas, no hacia la disolución de movimientos organizados de signo supremacista y terrorista. Claro que me alegraré si me equivoco.

Pero lo cierto es que el trumpismo no se acabará con la investidura de Joe Biden. Antes bien, lo que han puesto de relieve los apoyos violentos a Trump es que se está configurando un movimiento con autonomía para funcionar y delinquir incluso sin control de su líder. 

De hecho, las autoridades están también trufadas por ultras, como lo prueba las facilidades que tuvo la turba divina para acosar el Capitolio, entrar en algunas de sus dependencias y robar objetos de recuerdo. De hecho, los asesinatos de afroamericanos se pueden explicar por la presencia de estos infiltrados en la policía.

Estamos asistiendo a un movimiento que tiene sus raíces en los vínculos entre religión y política de los primeros tiempos de la independencia norteamericana. 

La afirmación de que la Constitución de 1787 está hecha sólo para gente moral y religiosa, siendo inadecuada para el gobierno de otra clase de comunidad, la dijo el presidente John Adams. 

Dos siglos después el propio John F. Kennedy no dudó en afirmar que los derechos humanos no proceden de la generosidad del estado sino de la mano de Dios. Ya podemos ver como el sectarismo y la providencia se dan la mano. Una vez que el puritanismo se sentó en la silla presidencial ha estado muy presente en la Casa Blanca.

Lo cierto es que a nada que se estudie la historia norteamericana descubriremos las hondas raíces nacional-mesiánicas de la extrema derecha. 

A ello contribuyeron una gran cantidad de sectas de inspiración cristiana que se consideran el cauce del Gran Despertar religioso de Estados Unidos. Desde el establecimiento de la Iglesia de Inglaterra en tierras americanas en 1606, hasta nuestros días, son decenas y decenas las congregaciones y sectas radicales que se ven a sí mismas como pueblo escogido. Para muchas de estas sectas la democracia era y es propiedad de los elegidos por la gracia divina, beneficiados por haber sido designado por Dios de forma arbitraria y gratuita, según los calvinistas.

El Destino Manifiesto sería el vehículo mediante el cual la Divina Providencia encarga a Estados Unidos la conversión del resto del mundo. Idea esta que, aun siendo descabellada, ha estado siempre presente como política de Estado a lo largo del tiempo. Sin duda Estados Unidos presenta un fallo de fábrica.

Si les digo que milenarismo (Cristo volverá para reinar sobre la Tierra) y nacionalismo americano son las dos caras de un mismo proceso revolucionario en el que el ardor religioso fue motor de la lucha contra Gran Bretaña, a la par que la educación moral en los valores cristianos (protestantes) forjó la vocación nacionalista en la misión redentora o ejemplarizante del pueblo elegido, o sea el norteamericano.

Según esta filosofía Estados Unidos sólo puede ser gobernado por cristianos ultra conservadores. Y en estos días Donald Trump es el personaje que encarna ese deseo, para una multitud que se cree lo que escucha en sus mítines y lee en sus redes. 

En cambio, Joe Biden, como antes Obama “es un impostor, la expresión de la oscuridad frente a la luz”. En este contexto, grupos radicales, armados, son peligrosos. Es el caso de veteranos de guerra que son parte de un grupo evangélico que cuenta con una sede fortificada en el estado de Idaho.

Los encontronazos de estos grupos con el FBI dan para varias series cinematográficas. Los radicales de la llamada Milicia Americana, inspirados por el texto The Turner Diaries, escrito por un profesor de física, William Luther Pierce, practican el terrorismo y se consideran negacionistas del Estado al que no reconocen su autoridad y a cuyas leyes no se someten. 

Probablemente, la ausencia de jerarquías religiosas y la atomización de iglesias locales incontroladas, favorece este escenario. 

Trescientos diez millones de pistolas y ametralladoras en manos de la población quiere decir que muchos de sus propietarios son personas seguramente adscritas a organizaciones extremistas. 

El problema es que la Constitución protege el derecho inalienable a portar armas. Una nueva legislación debiera abordar esta anomalía en una sociedad del siglo XXI, pero una larga tradición y los grupos de presión como la Asociación del Rifle están para impedirlo.

https://www.alainet.org/es/articulo/210590

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