La gran obra educacional de Cuba no salió ni por azar ni por algo divino, es la expresión concreta de una gesta emancipadora, cuya primera gran tarea fue, justamente, que sus hijos aprendieran a leer y a escribir. Eran casi niños los que en 1961 asumieron la tarea inmensa de alfabetizar.
Se desprendieron del hogar, de la vida citadina, del amparo de los padres y salieron a cumplir esa noble misión de la Revolución triunfante
La pequeña Angie nos dijo: «ya sé leer». Y su madre, maestra, no escondió su orgullo cuando la niña subrayó: «y hace rato».
En Cuba, ella no es una excepción. Son más de dos millones los niños, adolescentes, jóvenes y adultos que están en las aulas, recibiendo el conocimiento, el derecho al saber, uno de los más preciados anhelos del ser humano para desarrollarse y ser libres, como nos legara José Martí.
La gran obra educacional de Cuba no salió ni por azar ni por algo divino, es la expresión concreta de una gesta emancipadora, cuya primera gran tarea fue, justamente, que sus hijos aprendieran a leer y a escribir. Eran casi niños los que en 1961 asumieron la tarea inmensa de alfabetizar.
Se desprendieron del hogar, de la vida citadina, del amparo de los padres y salieron a cumplir esa noble misión de la Revolución triunfante. Con el farol y la cartilla llegaron hasta los rincones más olvidados, compartieron con los campesinos, aprendieron de estos el trabajo del campo y les llevaron a ellos la luz de la enseñanza.
Cuando el 22 de diciembre de aquel año el Comandante en Jefe Fidel Castro declaró a Cuba territorio libre de analfabetismo, ya estaba en muchos de ellos la semilla que germinaría en años de entrega a la noble labor de educar.
Hoy, hasta el cierre del curso 2019-2020, según la Oficina Nacional de Estadísticas, son 245 061 quienes, en las aulas, y frente a sus alumnos, cultivan el futuro de la nación en los diferentes tipos de enseñanza.
A ellos los distinguió la ministra de Educación, doctora Ena Elsa Velázquez Cobiella: «Este ha sido un año intenso, de entrega y esfuerzo decisivos, aun en medio de la compleja situación que vive el mundo y nuestro país por el azote de una pandemia, cuando se llamó a los maestros cubanos, y allí en cada aula, al pie de cada busto de José Martí, enfrentaron el desafío de educar con una nueva sonrisa, de enseñar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes cuán grande es la patria amada cuando de salvar vidas se trata».
Por la inmensidad de esa entrega fueron también agasajados ayer en el Memorial José Martí, por su magisterio en el sistema nacional de Enseñanza artística, con la Orden Frank País de Segundo Grado, Antuanet Álvarez Marante; José Eulalio Loyola Fernández y Juan Esperón Díaz, y con la Medalla José Tey, Raúl Alfredo Valdés Pérez y María de los Ángeles Rodríguez Correa.
El reconocimiento enalteció a todos los que, desde su noble profesión, han dotado a este pequeño país de excelentes médicos, prestigiosos científicos, ingenieros, combativos y comprometidos intelectuales; los que han hecho posible que más de un millón de cubanos tengan hoy un título universitario.
Esa es la fortaleza de la Revolución Cubana, un pueblo culto, instruido, al que no se le puede confundir con políticas groseras, como ha pretendido el imperio más poderoso de la tierra.
Fidel lo explicó elocuentemente: «Una revolución educa, una revolución combate la ignorancia y la incultura, porque en la ignorancia y en la incultura están los pilares sobre los que se sostiene todo el edificio de la mentira, todo el edificio de la miseria, todo el edificio de la explotación».
http://www.granma.cu/cuba/2020-12-22/la-obra-maestra-de-cuba-sembrar-escuelas-22-12-2020-01-12-08