"Mientras tanto la derecha, con su vocación totalitaria, procura imponer los dogmas del mercado y la sumisión a la banca internacional, acudiendo para ello a violentar los procesos democráticos en países como Argentina, Paraguay y Honduras, contando con la valiosa ayuda del aparato mediático internacional, un poderoso holding propiedad de unas cuantas transnacionales."
Entre los mitos más difundidos y peligrosos existentes profesados por las gentes de la derecha, a escala tanto planetaria como local, está el de la afirmación o creencia, a la que hemos venido haciendo referencia, de que ellos serían los “demócratas”, los “civilizados” y los que encarnan la razón frente a una barbarie totalitaria que en realidad profesan y asumen en la ejecución de las políticas, derivadas del pensamiento único neoliberal con sus leyes invariables del orden natural del mercado, aunque la atribuyen y refractan con suma habilidad hacia sus adversarios de una izquierda, que no siempre logra reaccionar o tomar la iniciativa en la defensa y consolidación de la democracia, en realidad uno de los principios fundamentales de su quehacer, a diferencia del cínico proceder de los defensores del statu quo capitalista.
No hay casi ninguno de ellos en la escena contemporánea, dentro de la que las formas y exteriorizaciones del viejo fascismo no parecen tener cabida, que no se asuma como el mejor o el más puro de los demócratas para dar paso a continuación a las más burdas e innobles expresiones acerca del exterminio de sus adversarios, esos odiosos “socialistas”, “populistas” o “comunistas” que ponen en peligro el orden planetario que los banqueros y el complejo militar industrial de los EEUU han dispuesto para la felicidad de todos los seres humanos, una vez concluida la llamada guerra fría y el desafío que representó para ellos la existencia del llamado bloque socialista o soviético, en el este de Europa.
Ya todos sabemos que esa tal felicidad consiste en integrar la creciente masa de consumidores(o de simples mirones de las vitrinas) y no la decreciente de ciudadanos, en un ámbito político y social donde el ejercicio de la ciudadanía se ha convertido en una especie en extinción.
Con gran acierto, recordaba Santiago Alba Rico en un artículo reciente, titulado “Realistas, socialdemócratas, civilizados”(Rebelión, 6-2-2016) que el capitalismo, una civilización global muy distinta del esclavismo y el feudalismo y que ejerce un control de todas las esferas de la vida social, comienza a ser desafiado ya no por las revoluciones a la usanza clásica, tales como la francesa de 1789 y la rusa de 1917, sino por la invocación del viejo programa socialdemócrata que estuvo vigente en la Europa de postguerra(1945-1980), dentro de lo que constituyó un inesperado e impensado regalo soviético, que dio lugar a una especie de socialismo dentro del capitalismo más avanzado de entonces, con el propósito de contener al llamado comunismo soviético, un régimen que paradojamente no logró alcanzar esas metas, obtenidas en la Europa Occidental como una especie de muro de contención al bolchevismo, pero que al desaparecer la URSS se ha convertido en un programa que ya ” no puede ser digerido por el capitalismo y, por eso mismo, deviene mucho más “revolucionario” que cualquier declaración anticapitalista radical paralela a la realidad”(Alba Rico).
Ese es el dilema que enfrentan países como España donde la gente que ha votado por Podemos, el PSOE y la IU lo ha hecho dentro de esa expectativa, lo que pone contra la pared al PSOE al confrontarlo con sus raíces socialdemócratas y la necesidad de abandonar su sumisión al llamado señor de los pantanos y los barones de la dirección, como es el caso de Felipe González.
Aquí, en este ejemplo, aparece nítido, como el único programa democrático para España y toda Europa, el que han planteado con este singular desafío las bases de la izquierda española.
Mientras tanto la derecha, con su vocación totalitaria, procura imponer los dogmas del mercado y la sumisión a la banca internacional, acudiendo para ello a violentar los procesos democráticos en países como Argentina, Paraguay y Honduras, contando con la valiosa ayuda del aparato mediático internacional, un poderoso holding propiedad de unas cuantas transnacionales.
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