Maradona es el mismo ser de las imágenes que lleva tatuadas en su cuerpo. En un hombro, el Che Guevara y, en su invencible pierna izquierda, la que preñó de goles y amor por los aficionados: Fidel
Nadie llevó la pelota más pegada al pie, como si lo hiciera con la mano; tampoco nadie fue tan diáfano y, al propio tiempo, tan sensible, en la cancha y fuera de ella; nadie corrió, en apenas diez segundos, casi 60 metros con la esférica, «amarrada» a sus botines para liberarla en un gol que estremeció al mundo, en 1986.
En la corte futbolística mundial, donde él fue rey por sus méritos, pero por sus ideas rechazado, nadie resultó tan poco entendido como él. Su rebeldía, y luego la adicción a las drogas, fueron los pretextos de los de traje y corbata para censurarlo. Sin embargo, el motivo verdadero era su verbo afilado contra los poderosos, contra las injusticias que vivían los futbolistas y los aficionados.
Aquellos jamás lo iban a entender, no querían. Tendrían que haber pasado, primero, por el kilómetro cero de este hombre, en Villa Fiorito, un punto olvidado en la geografía de su país, en la zona bonaerense. «Allí no había agua, ni pan, ni carne», dijo más de una vez. Desde aquel potrero, siendo un niño, aseguró que soñaba que jugaba con el equipo nacional. Él vino de las entrañas de ese neoliberalismo, el mismo que le propinó los golpes que le dio la vida, y ante los cuales se armó de ideas.
Como todo mortal, se ha ido Diego Armando Maradona. Claro que fue un genio del fútbol, el deporte de las multitudes, no por el dinero de los ricos, sino porque, cuando desde la antigüedad se exaltaba el culto a la individualidad física, a la muchedumbre solo le quedaba enredarse detrás de un coco como pelota; igual ocurrió en la época medieval: los caballeros eran solo unos pocos, y los muchos, los plebeyos, se enrolaban en una fratricida lucha tras el mismo objeto redondo.
A Maradona lo lloran esas multitudes; se conmocionan los terrenos, los estadios y hasta los porteros a los que venció con su magia. Pero la que más lo siente es esa masa de pueblo latinoamericano a la que no traicionó; los humildes viajaban en su poderosa pierna izquierda, autora de sus obras, la misma que pisó el barro en Fiorito y que luego los cargó, y los llevó, a ser noticia mundial. A ellos siempre los saludó con un Hasta la victoria, siempre.
Su verticalidad por las causas integracionistas de América Latina y el Caribe, la convirtió en hermosos goles. Nunca antes esas multitudes estuvieron tan representadas, ni nadie defendió los colores albicelestes de su bandera como él.
La Mayor de las Antillas se duele y hondo, porque la quiso como suya, y la historia lo premió al unirlo, otra vez, a quien consideró su segundo padre. «Viví cuatro años en Cuba y Fidel me llamaba a las dos de la mañana, nos tomábamos un mojito para hablar de política, o de deporte, o de lo que sucediera en el mundo, y yo estaba dispuesto para hablar. Ese es el recuerdo más lindo que me queda. Cuando había un evento siempre me llamaba a ver si yo quería ir, si quería colaborar, y eso no se olvida fácilmente», dijo, al conocer, un día como ayer, de la partida de Fidel.
«Cuando en Argentina había clínicas que me cerraban las puertas, Fidel me abrió las de Cuba, las de su corazón. El revolucionario número uno fue el Che, con Fidel a la cabeza; yo vengo en el pelotón de atrás. Vengo a estar con mi segundo papá; se fue el más grande. Soy un soldado cubano, estoy para lo que necesite Cuba, Me han dado amor en mi enfermedad. Me levanto todas las mañanas y puedo hablar, y eso se lo debo a Fidel, quien me exaltó al regalarme y ponerme su chaqueta de Comandante en Jefe».
Sus ideas las coronó junto al periodista Víctor Hugo Morales en otro de sus grandes goles, el programa de Telesur De zurda. El 16 de enero de 2015, en un intercambio epistolar con el Comandante en Jefe, Diego, le expresaba: «Fidel, si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad, es que la lealtad no tiene precio, que un amigo vale más que todo el oro del mundo, y que las ideas no se negocian. Por eso De Zurda es un homenaje a nuestra amistad».
Fue un militante de izquierda, de sentimientos y de acción. En 2017, cuando Venezuela era nuevamente agredida por el imperio en su afán de desestabilizarla, se declaró un soldado de la Revolución Bolivariana, cumpliendo su palabra con el Comandante Hugo Chávez.
«Mucha tristeza; nos ha dejado la leyenda del fútbol, un hermano y amigo incondicional de Venezuela. Querido e irreverente “Pelusa”, siempre estarás en mi corazón y en mis pensamientos. No tengo palabras en este momento para expresar lo que siento. ¡Hasta siempre, Pibe de América!"», afirmó el presidente venezolano, Nicolás Maduro, en Twitter. Desde Bolivia, Evo Morales expresó: «Con un dolor en el alma me he enterado de la muerte de mi hermano Diego Armando Maradona. Una persona que sentía y luchaba por los humildes, el mejor jugador de fútbol del mundo».
Maradona es el mismo ser de las imágenes que lleva tatuadas en su cuerpo. En un hombro, el Che Guevara y, en su invencible pierna izquierda, la que preñó de goles y amor por los aficionados: Fidel.
El Pibe de Oro trascendió por ese número 10 que el mundo idolatraba, pero también, por convertirse en el Dios, en la esperanza de quienes, como él, aspiran a marcar goles por la humanidad.
http://www.granma.cu/deportes/2020-11-25/maradona-no-traiciono-a-las-multitudes-las-hizo-noticia-25-11-2020-23-11-13