La independencia de Guatemala el 15 de septiembre de 1821 nunca fue nada, excepto, una espléndida transacción, cuyas consecuencias históricas seguimos afrontando los guatemaltecos a casi 200 años que tuvo lugar esta terrible impostación de la burguesía liberal de españoles peninsulares y criollos. Realmente, para los sectores sociales dominantes, fue uno de los grandes negocios y donde las grandes familias se relamieron los labios por las posibilidades de asumir ya de manera propia, titular, la riqueza que con el control de la Corona Española se disfrutaba mucho, pero no tan ampliamente como ellos lo deseaban.
Una gran hacienda fue y sigue siendo Centroamérica, con personas y animales, que estaban espléndidamente a su disposición. La rapiña los enemistó luego. Lo voracidad les hizo perder inmediatamente el ideal de una “patria” donde se construía una nueva identidad nacional y medio se inventaba una soberanía nacional.
Lo guatemalteco fue sustituido en no menos de diez años por Centroamérica (las provincias unidas de Centro América no tenían mucha empatía con la guatemalidad), dado que en tanto existió el Reino de Guatemala, Guatemala, los españoles peninsulares y sus descendientes, los criollos, hicieron cuanto pudieron para destruir toda posible unidad entre las cinco provincias de Centro América, incluida Chiapas, que era parte integrante de Guatemala.
Los Aycinenas, los Beltranena, los Valle, Chamorro, Urruela, Molina, Valladares, Arce, Arzú, etc.; conspiraron cada cual por su lado. No se soportaron y, al final, tuvieron la “feliz” idea de pensar en ser independientes. Cada grupo con su presidente, con su congreso, con sus banderas, con su economía y sus demarcaciones territoriales.
Pero el pleito por el dinero no quedó en la repartición de territorios y personas. Se fue más allá. Hubo guerras, una tras otra, lo que no dio estabilidad a ninguno de esos pequeños Estados, los debilitó económicamente y el resultado del atraso político de las elites se volvió después un pavoroso atraso social, del cual (incluido Chiapas que es en la actualidad el Estado más pobre de México) doscientos años después no encontramos la senda acertada por la cual caminar.
No hubo ideales en la transacción del 15 de septiembre de 1821. No hubo el ideal de nación, ni de país, ni de unidad cultural, ni la creación de un imaginario necesario de civilidad. Nunca nacimos como Nación, como país. Nunca hemos existido. Nunca hemos conocido la soberanía y la libertad y es por eso que, como nunca hemos existido, nunca hemos podido ser.
La gran mayoría de guatemaltecos no aman a Guatemala, ni los salvadoreños, ni los hondureños; quizá los más afectados por esta crisis de identidad nacional son estos tres países (Guatemala, El Salvador y Honduras), cuyos ciudadanos en la segunda mitad del siglo XX se largaron a los Estados Unidos en busca de una vida mejor.
Se “hicieron americanos" y piensan ahora como americanos. Ven con desprecio a su país y si todavía mantienen una vinculación ésta tiene lugar porque no ha muerto la primera generación. Los ata un débil hilo familiar que, más temprano que tarde, se romperá.
Si a la mayoría de guatemaltecos que viven en Guatemala no les importa su país, mucho menos puede importarles a quienes tienen cuatro o cincuenta años viviendo fuera de esta tierra que los vio nacer. Esa generación sin principios son los que paradójicamente siguen nutriendo financieramente a Guatemala.
Pero esto no tardará mucho tiempo, pues al morir sus mayores, han perdido todo, porque ellos, mal que bien, han representado a Guatemala. Por eso es frecuentes oír a estos tristes hijos del autoexilio gritar, con ira, frustración e ignorancia: ¡Valen verga los principios!
El 15 de septiembre de 1821 es la Gran Impostación. Solo ellos hablan con entusiasmo de la independencia nacional y los tontos domesticados. Ellos, los oligarcas sí que son independientes. No les hace falta nada y pueden hacer todo. Y son los que han transmitido a los pobres que valen verga los principios…
Publicado por La Cuna del Sol