: El líder de la OLP Yasser Arafat estrecha la mano del primer ministro israelí Yitzhak Rabin tras firmar el acuerdo de paz en la Casa Blanca el 13 de septiembre de 1993 [Archivo: Reuters/Gary Hershorn]
Cuando en 1993 se firmaron los desastrosos Acuerdos de Oslo sobre el césped de la Casa Blanca en Washington algunas personas expresaron fuertes críticas y su profunda preocupación por las disposiciones de los Acuerdos y las importantes concesiones que se obligó a hacer a la parte palestina. Los firmantes palestinos, encabezados por el líder de la Organización para Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, y quienes los apoyaban respondieron con esta pregunta: “¿Qué alternativa hay?”. Quizá pensaran que sería la pregunta decisiva que zanjaría el debate y ocultaría el hecho de que los Acuerdos suponían una continuación de la naturaleza colonial de la relación entre los opresores israelíes y los oprimidos palestinos.
En octubre de 1993 el difunto Edward Said, acérrimo detractor de los Acuerdos, aceptó el reto y escribió un artículo profético en London Review of Books titulado The Morning After [El día después]. Basándose en lo que él llamó “sentido común” predijo, ni más ni menos, la trágica situación que se produjo después de 1993. En su estilo elocuente escribió: “Para avanzar hacia la autodeterminación palestina, que sólo tiene sentido si su objetivo es la libertad, la soberanía y la igualdad, en vez del sometimiento perpetuo a Israel, tenemos que reconocer honestamente dónde estamos”.
Lo que en aquel momento le parecía particularmente “desconcertante” era “cómo tantos líderes palestinos y sus intelectuales pueden seguir hablando del acuerdo como una ‘victoria’”. Por ejemplo, el asesor de Arafat, Nabil Shaath, calificó el acuerdo de “paridad total” entre israelíes y palestinos.
A lo largo de los años siguientes Said siguió haciendo preguntas “embarazosas” en los artículos que publicó en Al-Ahram Weekly, Al-Hayat, Sharq Al-Awsat y otros periódicos y revistas: ¿Aceptó Israel, bajo el gobierno laborista sionista askenazi, reconocer al pueblo palestino como pueblo cuando firmó los Acuerdos de Oslo? ¿Supusieron los Acuerdos de Oslo un cambio radical en la ideología sionista respecto a las “personas no judías gentiles palestinas”? ¿Garantizaron los Acuerdos el restablecimiento de una paz duradera e integral? Y ¿representa la dirección actual de la OLP las aspiraciones políticas y nacionales del pueblo palestino?
Said sintetizó en su libroThe End of The Peace Process (1) la respuesta a estas preguntas: “No hacer negociaciones es mejor que las interminables concesiones que simplemente prolongan la ocupación israelí. Sin duda Israel está satisfecho de poder llevarse el mérito de haber logrado la paz y, al mismo tiempo, continuar la ocupación con el consentimiento palestino”.
Veintisiete años y muchas concesiones palestinas después todo lo que predijo Said se ha hecho realidad, por desgracia. La OLP lucha contra una sombría realidad que en gran medida contribuyó a crear al aceptar firmar los Acuerdos de Oslo.
Mientras Israel da pasos para anexionarse el 30 % de la Cisjordania ocupada el presidente Mahmoud Abbas, el protegido y sucesor de Arafat, ha empezado esgrimir otra retahíla de amenazas vacías. El 19 de mayo declaró que iba a poner fin a la cooperación de seguridad y a los acuerdos con Israel y Estados Unidos, lo que se ha considerado lo mismo que declarar el desvanecimiento del sueño de tener un Estado palestino “independiente” en el 22 % de la Palestina histórica. La realización de este sueño es lo que los intelectuales que defendían los Acuerdos de Oslo consideraron el objetivo fundamental que justificaba el alto precio que ha pagado el pueblo palestino. Durante 27 años siguieron alimentando esta vana ilusión negándose a admitir la imposibilidad económica, política e incluso física de establecer un Estado palestino verdaderamente soberano en medio de un proyecto de colonización activo y la falta de contigüidad territorial.
La dolorosa pregunta que debemos hacernos hoy es si desde 1993 se nos ha obligado a sufrir masacres espantosas, un asedio genocida, el imparable robo de nuestra tierra, la construcción de un muro de apartheid, la detención de niños y de familias enteras, la demolición de casas y muchos otros abusos solo porque la clase compradora veía la “independencia” al final de un túnel cerrado.
Es el momento de que quienes nos oponemos a los Acuerdos de Oslo repliquemos con una pregunta a sus defensores: ¿El propio acuerdo estuvo destinado alguna vez a garantizar los derechos humanos mínimos del colonizado pueblo palestino, incluidos el derecho a la libertad y la autodeterminación?
Antes de dejarnos Said publicó dos artículos, “Israel-Palestine: a thrid way” [Israel-Palestina: una tercera vía]” y “The only alternative” [La única alternativa], en los que ofrecía una solución basada en “igualdad o nada”, una solución que se puede materializar con el establecimiento de un Estado democrático y laico en Palestina en el que se trate igual a toda la ciudadanía con independencia de su religión, sexo y color.
Una paz integral, sostenía Said, significa que Israel, la potencia colonial, debe reconocer el derecho de las y los palestinos a existir como pueblo, su derecho a la autodeterminación y a la igualdad, como los colonizadores blancos hicieron en Sudáfrica.
Al final de uno de sus artículos Said preguntaba: “¿Están escuchando los actuales dirigentes palestinos? ¿Pueden sugerir algo mejor que esto dado su desastrosa trayectoria en un “proceso de paz” que ha llevado a los horrores actuales?”. No podían en aquel momento y no pueden ahora. Ya es hora de que el pueblo palestino abandone la ilusión de la solución de los dos Estados e intente un enfoque democrático, uno que pueda garantizar sus derechos básicos, libertad, igualdad y justicia.
Los puntos de vista expresados en este artículo son los del autor y no reflejan necesariamente la línea editorial de Al Jazeera.
Haidar Eid es profesor asociado de la Universidad Al-Aqsa de Gaza.
(1) En castellano, traducido por Francisco Ramos, Nuevas crónicas palestinas: el fin del proceso de paz (1995-2002), Barcelona, Debolsillo, 2003. (N. de la t.).