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A estas alturas de la historia parece claro que la reputación del rey emérito está definitivamente por los suelos.
Dicen algunos que Felipe VI ha elegido cuidadosamente el momento para anunciar las medidas extraordinarias para apartarse como pueda de esa pared llena de cal que es la herencia Juan Carlos, cuando estamos todos en estado de shock por el coronavirus, confinados entre cuatro paredes y sin más interés informativo que ver cómo evoluciona el propio coronavirus. 

Pues no sé yo... Sólo ha dado explicaciones y tomado medidas tras la publicación de los pormenores en la prensa británica (The Telegraph), es decir, cuando ya era inevitable. 

Y, por otro lado, juegos de palabras aparte -con la corona, la Corinna y el virus-, nos están dejando mucho tiempo para pensar. ¿La herencia de Juan Carlos no es la propia Corona?

No está de más recordar ahora que Juan Carlos I no llegó al trono así como así. Fue una larga carrera, recorrida paso a paso y golpe a golpe, en la que no escatimó esfuerzos para saltar obstáculos, ya fueran los obstáculos su hermano, su padre o una amante despechada. 

También hizo jeribeques con un alambre para convertir el Régimen de Franco en el Régimen del 78, dejándolo todo prácticamente igual y garantizando la impunidad de los asesinos fascistas. Su historial es tan extenso que cuesta resumir... Pero sobre todo pasará a la historia por su avidez en la rapiña para amasar una fortuna descomunal partiendo prácticamente de la nada.

Empezó recaudando dinero de las donaciones de la “lista civil”, cuando sólo era príncipe. Era un grupo de potentados del mundo de la empresa y las finanzas que, con el tiempo, vieron más que recompensada su generosidad. Bueno, algunos no, como Ruiz Mateos (y gracias a estas “piezas rotas” en el mecanismo pudimos saber cómo funcionaba).

 Pero para los más listos, aquello más que un regalo fue una inversión, que más tarde rentabilizaron con las influencias de Juan Carlos ya rey, aunque siguieron pagándole comisiones. Porque para Juan Carlos nunca fue suficiente una asignación millonaria de los Presupuestos Generales de Estado, ni siquiera cubriendo gastos con la asignación de otros ministerios para personal, viajes y saraos... Ni siquiera metiendo mano a los Fondos Reservados cuando le dio la gana para resolver conflictos y tapar escándalos, incluyendo el pago de chantajes, para poder seguir manteniendo su ritmo y nivelón de vida.

Juan Carlos también se metió en negocios de otro tipo, mediando -o metiéndose en el medio- en la firma de contratos públicos, nacionales o internacionales, a cambio de una comisión. Muchos de estos acuerdos comerciales, además, comisiones al margen, resultaron ser fraudulentos en todo o en parte, y Juan Carlos no tuvo reparos en aceptar que otros fueran juzgados y condenados por él, sin renunciar ni a un ápice de su inviolabilidad ni para ir a declarar ni como testigo (caso de Manuel Prado y Colón de Carvajal en el Caso KIO). Asimismo, dejó que el Estado -a través de indemnizaciones o empresas públicas- asumiera todas pérdidas (caso del Ave del Desierto, en el que la empresa pública Renfe va a tener que asumir la mayor parte del descalabro económico). Él nunca salió perdiendo.

Felipe VI ha heredado todo esto, no sólo una offshore en Panamá. Las deudas políticas con el Régimen, también. 

Y, por lo que parece, no es ajeno a otras herencias familiares al intentar salvar su imagen con una maniobra típica de su padre: sacudirse el polvo y tirar para adelante. Golpe a golpe, va dejando cadáveres a su paso mientras continúa firme en la defensa del Régimen del 78 y, sobre todo, en mantenerse en el trono a sí mismo. 

Primero fueron apartados de la familia su hermana y su cuñado Urdangarín, para mantenerse lo más lejos que pudiera del caso Noós y sus ramificaciones, que involucraban también a algún amigo íntimo como Pepote Ballester. Ahora, a Juan Carlos.

Legalmente, un hijo no puede renunciar a la herencia de su padre antes de que éste se muera. Resulta curioso que Felipe VI, “el preparao”, licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid, nos quiera vender esta moto, y en cambio no haga amago de renunciar a la parte que ya ha cobrado en vida, a la que sí podría renunciar: la Corona y sus prebendas.

No ha querido renunciar, e incluso ha reforzado, la condición de impune ante la justicia que permitió a su padre amasar una fortuna ilegal y oculta, que solo la prensa y la justicia extranjeras se atreven a investigar. No sé si será un delito advertir de que esto lleva a pensar que Felipe VI puede estar haciendo exactamente lo mismo que hizo su padre en su día. La prensa extranjera, menos cauta, ya ha empezado a investigar su fortuna personal, que no es como la de su padre pero lleva camino de serlo, por lo que van publicando.

No ha querido renunciar a la falta de transparencia en sus actividades (como el viaje a Arabia Saudita de 2017, con lista de empresarios elegidos a dedo y no facilitada a la prensa, entre los que figuraban amigos íntimos con condenas por corrupción como López Madrid, y en el que se fraguó el polémico acuerdo comercial de venta de armas de Navantia, y se firmaron pactos como prórrogas y aumentos de presupuesto en la contrata del AVE del Desierto).

Y desde luego no ha querido renunciar a la herencia económica de los Borbones, ni siquiera dándose por cobrado por sus servicios y rechazando el seguir recibiendo -directa e indirectamente- cantidades millonarias de los Presupuestos Generales del Estado para su bienestar y lujo personal y el de su familia.

Que no nos venga con cuentos y pamplinas, que haga como Harry y Megan (o como les están imponiendo hacer a Harry y Megan), porque el modelo lo tenemos: Felipe, te toca dejar la casa en la que vives, asignaciones y títulos.

Renuncia a todo, incluida la Corona, si quieres apartarte el mundo de corrupción de tu familia. ¡Los Borbones son unos ladrones!

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