Una luminosa hipnosis colectiva se extendió hace ya mucho, como si de una epidemia extremadamente contagiosa se tratara, hasta encantar a varios centenares de millones de personas que, rodeados de una opulenta ilusión, inmersos en ella, creyendo vivir la realidad cuando lo que en verdad habitan es una ficción, no son capaces de percibir el desastre que acontece a escasos metros de ese casi inaccesible muro natural, llamado Mediterráneo, que la geografía regaló a los europeos.
En 2019, Europa recibió a poco más de 100.000 refugiados, lo que supone un 0,02 % de su población. Pero si en la Unión pelean por décimas porcentuales en los presupuestos, por migrantes la pugna es todavía mayor. Junto a las 65.000 personas recibidas por Grecia habría que sumar las 28.000 que recibió España, las 10.000 de Italia y las entre 2.000 y 3.000 recibidas por Bulgaria y Malta y las escasas 1.000 de Chipre.
Nada en comparación a los más de un millón de refugiados, la mayoría sirios, que llegaron a Europa hace un lustro y fueron vendidos literalmente a Turquía a cambio de 6.000 millones de euros –de los que todavía no ha cobrado ni la mitad– y licencia para convertir el país en una dictadura a la carta, en lo que quizás constituya la mayor operación de trata de personas de la historia.
Igual que los alemanes obviaron, deslumbrados por las antorchas, las fábricas de muerte en las que sostenían los sueños imperiales; hoy, los europeos ignoran, voluntariamente, desastre tras desastre. Desde Yugoslavia hasta Yemen; desde Irak a Afganistán; desde Palestina a Siria; desde Ucrania al norte de África.
Y, por supuesto, los 3,6 millones de refugiados enviados a la infame Turquía del filonazi Erdogan.
Ancianos, madres y padres, niñas y niños como nosotros que viven en un infierno y tienen problemas para comer, beber agua o bañarse.
Personas que sobreviven entre la degradación más absoluta, con unos niveles de criminalidad y embrutecimiento extremos, pero solo constituyen piezas de un tétrico ajedrez humano: mientras los turcos los arrojan a las concertinas para obtener más beneficios y prebendas, los griegos los apalean como si fueran pelotas de tenis que devolver al campo rival.
La UE asiste al partido como privilegiados espectadores, no sin gran preocupación, pero no por lo dantesco de la situación, sino por la incógnita sobre cuánto más habrá que rascarse el bolsillo para que los turcos liquiden el asunto de los refugiados
Y es que Turquía quiere más, pero Grecia también, que presiona, como España o Italia, para que el resto de países les ayuden a quitarse el muerto de encima –o los muertos– en los que se ha convertido la migración.
Por ello, el 1 de marzo Turquía –armado con sus más de tres millones de refugiados de Afganistán, Irak, Siria o Congo– lanzó un ataque y Grecia, que recibió en 2019 a algo más de 65.000 refugiados, respondió suspendiendo un mes el registro de peticiones de asilo –medida que vulnera la Convención sobre el Estatuto de los refugiados de 1951–.
Mientras, el resto de los veintisiete asiste al partido como privilegiados espectadores, no sin gran preocupación, pero no por lo dantesco de la situación, sino por la incógnita sobre cuánto más habrá que rascarse el bolsillo para que los turcos liquiden el asunto de los refugiados.
Los conflictos, las catástrofes y los apocalipsis acontecen una y otra vez, año tras año, como si de una final anual de fútbol se tratara, pero sin despertar ni tanta pasión ni tanto interés. Hoy, Lesbos vuelve a ser noticia. Los gases, ahogando; las balas, hiriendo; las verjas, lacerando.
Esto es Europa: devoluciones en caliente, una gran fosa común llamada Mediterráneo y el mercadeo con millones de euros en los países limítrofes –Turquía, Marruecos, Túnez,…– para que se deshagan de la carne que sobra.
Las toneladas de carne humana que a Europa le sobran y que prefiere que sean liquidadas al por mayor en cualquier antro oscuro, preferiblemente en opacas dictaduras.
Moria, el campo de muerte donde actualmente se hacinan más de 20.000 personas, constituye el mayor campo de refugiados de Europa y una de las mayores infamias de nuestra historia.
No solo por lo que de inhumano tiene dejar a dos decenas de miles de personas en una situación tan lamentable, sino porque estas solo supondrían el 0,004 % de la población europea.
Como en gran parte de Europa, Grecia ha caído en manos de la derecha. Ya no hay peligro de un gobierno comunista, nada de reparto de la riqueza, reducción de las desigualdades o desequilibrios.
Ahora hay barra libre para el capitalismo y la mano dura para los migrantes.
Por ello, el Gobierno heleno pretende para 2020 devolver a los turcos a más de 10.000 refugiados, cuando en años anteriores solo ha devuelto 2.000.
Demasiadas toneladas de carne humana si no hay más plata de por medio, piensa el turco. Los negocios son los negocios, amigos.
El capitalismo, el egoísmo que emana, es, con diferencia, la mayor causa de muerte de toda la historia de la humanidad y al frente, tras Estados Unidos, se encuentra Europa
Las puertas de Europa, sus arrabales, son, ya lo sabemos, casi centros de muerte y exterminio.
La II Guerra Mundial pudo terminar con unos ochenta millones de personas en el tiempo que duró, seis años, pero en el mundo actual fallecen al año más de cien millones de personas de hambre.
Muchos más de mil millones de muertos de inanición cada década, más de seiscientos millones de muertos en el mismo tiempo que duró la II Guerra Mundial, esto es casi diez veces más, y ello mientras Europa y Occidente engordan y arrojan comida por millones de toneladas. Hitler nunca fue tan eficaz como el capitalismo, su desigualdad y su despiadado egoísmo, esa es una realidad tozuda.
Porque el capitalismo, el egoísmo que emana, es, con diferencia, la mayor causa de muerte de toda la historia de la humanidad y al frente, tras Estados Unidos, se encuentra Europa.
Continente que, mientras abandera la lucha por los Derechos Humanos, se suma a salvajes bloqueos económicos por cuestiones políticas y empresariales; acepta –con leves e hipócritas protestas– intervenciones criminales e ilegales que tienen como único fin el expolio y la destrucción de los países invadidos; vende armas –trafica– aun a sabiendas de que van a ser utilizadas para criminales bombardeos; y tolera sin inmutarse la existencia de un inframundo letal en sus fronteras mientras asiste acongojada a la expansión de un virus que dentro de no mucho será una gripe más. Es el egoísmo elevado a la obscenidad y la grosería; la hipocresía y el cinismo como, quizás, jamás antes en la historia de la humanidad haya acontecido.
Luis Gonzalo, exteniente del Ejército de Tierra de España
https://actualidad.rt.com/opinion/luis-gonzalo-segura/345144-egoismo-crueldad-retratan-europa-capitalismo