
Sabía que sería una tarde más dura que aquella de abril del 84, cuando al pasar el puente de Paiwitas, la Contra nos dió " la bienvenida" al mundo de los reclutas con una tormenta de balas, granadas e hijueputazos, quemándonos los tres camiones de la caravana y poniéndome a rezar -cagado del miedo- detrás de una roca salvadora.
El temblor de mis rodillas presagiaba que sería un trance, tan o más tenebroso como cuando - aún niño- perdí los treinta y cinco pesos que mi mama acababa de mandarme a traer donde la prestamista del barrio.
El jefe de la familia, hombrón de manazas de minero ruso y ceño tan fiero como el del general Pedrón Altamirano, oía quietamente mi tan minuciosamente practicado monólogo.
Parecía sonreír.
La mamá me observaba en silencio, tan eficaz y fríamente como un escáner de aeropuerto, pero siempre centrando su atención en mi rostro.
Yo jugaba nerviosamente con los cubiertos de la cena, mientras les hablaba de mi familia, mis estudios, mis virtudes, mis escasos vicios, mi fidelidad a la Iglesia católica, apostólica y romana, mi desapego a la política y de mis ahorros, hechos con el fin de comprar una casita, sus muebles y el carrito, para cuando llegara la hora de formalizarme con alguna muchacha.
Esa muchacha que estaba yo seguro que sería su hija, en el caso que ellos me permitieran visitarla y darme su permiso para iniciar el noviazgo.
Todos sonreían mientras me extendía, ya con más confianza, en anécdotas y floreados pasajes de mi vida. Matilde, mi pretendida novia, alejada ya del embarazoso trance inicial de las presentaciones y exposición de motivos, contenía la risa detrás de sus blancas manitas sobre su boca de carmín y marfil.
¡Que agradable es ser rotundamente aceptado en el hogar de los nuevos suegros en la primera visita!
La parafernalia de risas y alegría hubiera continuado por horas, si no es que el hermanito menor de la novia apunta su índice infantil en dirección a mi boca y sin mediar consideración o pena- así son los niños- grita a todo pulmón :
“¡Ese hombre tiene una gran cáscara de frijol entre los dientes!”
Edelberto Matus.