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Propaganda y postverdad



Según el mito griego, ilustrado en esta imagen, Sísifo fue condenado a hacer rodar una enorme ‎roca cuesta arriba hasta lo alto de una montaña. Por supuesto, la piedra rodaba ‎nuevamente hacia abajo obligando a Sísifo a recomenzar‎ eternamente la absurda tarea.

Hace 18 años que venimos debatiendo sobre la extraña evolución de los medios de ‎difusión, que parecen cada vez menos interesados en la realidad de los hechos. Ese ‎fenómeno se atribuye a menudo a la democratización de la información a través de ‎las redes sociales.

 Nos dicen que ahora cualquiera puede atribuirse el ‎papel de “periodista” y que eso conspira contra la calidad de la información. 

¿Habría ‎entonces que restringir el derecho a expresarse dejándolo sólo en manos de las élites? ‎‎

¿Y si fuera exactamente lo contrario? ¿No será que, en vez de ser la respuesta a ese ‎fenómeno, la censura que se pretende imponer es más bien la mejor manera de garantizar la continuidad del problema? ‎

La Propaganda

En los sistemas políticos donde el Poder necesita la participación del Pueblo, la propaganda tiene como objetivo lograr que la mayor cantidad posible de personas abrace una ideología ‎en particular y movilizar a esas personas para aplicar esa ideología. 

Sin importar la buena o mala ‎fe de quienes tratan de movilizar al Pueblo, los métodos utilizados son los mismos. ‎

Sin embargo, durante el siglo XX, el diputado británico Charles Masterman, el periodista ‎estadounidense George Creel y sobre todo el ministro de Propaganda del III Reich Joseph ‎Goebbels teorizaron sobre el uso de la mentira y de la repetición de la mentira, sobre la ‎eliminación de los puntos de vista divergentes y sobre el proselitismo en el seno de organizaciones ‎de masas, con las devastadoras consecuencias que hoy conocemos [1]. 

Es por eso que, después de la dos Guerras Mundiales, la Asamblea General de ‎la ONU adoptó 3 resoluciones en las que condena el uso de la mentira deliberada con intenciones ‎de desatar guerras y advierte que los Estados deben velar por la libre circulación de las ideas, ‎única solución para evitar el engaño premeditado [2].‎

Aunque las técnicas de propaganda se han perfeccionado durante los 75 últimos años y se utilizan ‎sistemáticamente en todos los conflictos internacionales, hoy están cediendo lugar a nuevas ‎formas de influencia sobre los países que ni siquiera están en guerra. 

Ya no se trata de lograr ‎que el público se sume a una ideología y de que actúe al servicio del Poder sino, por el ‎contrario, de evitar que actúe, de paralizarlo. ‎

Esta estrategia corresponde a una organización supuestamente «democrática» de la sociedad, ‎donde el público dispone de la posibilidad de actuar sobre el Poder, lo cual era muy poco frecuente ‎en otras épocas. ‎

La nueva estrategia que acabamos de describir ha ido extendiéndose desde hace 18 años, con la ‎llamada «guerra contra el terrorismo». 

Son numerosos los intelectuales que han señalado que esa ‎expresión es simplemente absurda ya que el terrorismo no es un enemigo sino una técnica de ‎lucha, un recurso militar. 

Es simplemente absurdo pretender “guerrear contra la guerra”. Aunque ‎nadie lo entendió cuando se planteó la «guerra contra el terrorismo», la invención de esa ‎paradójica expresión allanaba el camino a la «era de la postverdad». ‎
La Postverdad

Tomemos el ejemplo de la reciente “eliminación” de Abu Bakr al-Baghdadi, el “califa” del Emirato ‎Islámico (Daesh). 

Todos sabemos que es materialmente imposible que un grupo de ‎‎8 helicópteros atraviese en vuelo rasante todo el norte de Siria sin ser visto por la población ‎ni detectado por los sistemas rusos de protección antiaérea. 

La historia que están contándonos ‎es evidentemente imposible. Sin embargo, en vez de cuestionar la credibilidad de algo que cae en ‎el campo de la propaganda, la prensa –y con ella el público– debate sobre si al-Baghdadi, ‎viéndose arrinconado por las fuerzas especiales estadounidenses, mató a 3 o a 2 de sus hijos al hacer ‎estallar su “chaleco explosivo”. ‎

En otros tiempos, todos hubiésemos estado de acuerdo en que, al ser imposible un elemento ‎esencial de esta historia, no podemos tomar en serio los demás elementos del cuento, ‎empezando por la muerte misma de al-Baghdadi. ‎

Pero hoy en día la reacción es diferente. Se admite que el elemento fundamental ‎materialmente imposible (que nadie haya visto los 8 helicópteros mientras cruzaban todo ‎el norte de Siria en vuelo rasante) fue probablemente falsificado –dando por sentado que ‎se mintió seguramente por razones de “seguridad nacional”– pero se considera auténtico ‎el resto de la historia. 

Y con el paso del tiempo se olvidarán las actuales reservas sobre ese ‎elemento fundamental y se publicarán enciclopedias que contarán la parte linda del cuento, ‎repitiendo incluso sus partes más increíbles.‎

Digámoslo de otra manera, hoy se entiende instintivamente que esta narración no está ‎concebida para que conozcamos la realidad de los hechos sino sólo para transmitir un mensaje. ‎

A partir de ahí, la prensa –y con ella el público– no toma posición sobre los hechos sino ante ‎el mensaje según ha sido entendido: al igual que Osama ben Laden, Abu Bakr al-Baghdadi ‎ha sido ejecutado. God Bless America porque Estados Unidos es el mejor y el más fuerte. ‎

Para desplazar nuestra conciencia de los hechos hacia el mensaje, los speech writers están ‎obligados a presentar una narración incoherente. No es sólo un error que se repite sino una ‎exigencia técnica de su trabajo. ‎

En la propaganda clásica se buscaba contar historias coherentes, de ser necesario ocultando ‎ciertos hechos o falsificándolos. 

Ya no es así. Ahora no se trata de convencer con historias ‎bonitas, aunque tengan que tomarse ciertas libertades con la realidad.

 La propaganda de hoy ‎se dirige a un estado de conciencia intermedio a través del cual se trata de hacer llegar un ‎mensaje. 

Estamos perfectamente conscientes de que el asunto de los helicópteros es imposible, ‎pero nos dejamos llevar por un razonamiento que lo elimina de nuestro campo consciente. 

Una ‎parte de nuestro intelecto se ha visto previamente condicionada y nos mentimos a nosotros ‎mismos. ‎

Hay gran cantidad de ejemplos del uso de esta técnica de condicionamiento entre ‎los acontecimientos de los últimos años.

 Cada uno de los ejemplos que podemos citar aquí haría ‎saltar en sus asientos a la gran mayoría de nuestros lectores ya que en todos los casos su comprensión exige ‎que seamos capaces de reconocer no sólo que nos dejamos engañar sino que nos dejamos ‎engañar con nuestra propia complicidad… y el ser humano detesta reconocer sus errores. ‎

Veamos al menos un pequeño ejemplo, antiguo pero fundacional y que aún sigue teniendo una ‎importancia capital hoy en día. 

En el momento de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las ‎compañías de aviación publicaron de inmediato las listas de embarque completas con los nombres de los pasajeros ‎y de los empleados que habían muerto.

 Dos días después, el director del FBI expuso su narración ‎sobre los 19 secuestradores aéreos que, según él, habían perpetrado los atentados. ‎

Sin embargo, según las listas de embarque publicadas por las compañías aéreas inmediatamente ‎después de los atentados, ninguno de los 19 secuestradores había abordado alguno de los 4 aviones ‎implicados. 

Por consiguiente, la narración del director del FBI contradecía los hechos… era ‎imposible. Pese a ello, 18 años después todavía hay “expertos” que disertan sobre la ‎personalidad de secuestradores… que no estaban a borde de los aviones secuestrados. ‎
Antídoto frente a la postverdad

Hace 18 años que nos explican que, al poner al alcance de todos la posibilidad de expresarse ‎a través de un blog o de las redes sociales, los progresos de la técnica han devaluado la expresión ‎pública, ya que cualquiera puede escribir o decir cualquier cosa. 

Nos dicen que antes, sólo los ‎políticos y los periodistas tenían la posibilidad de difundir sus opiniones y que velaban por ‎la calidad de lo que decían o escribían, mientras que hoy el hombre o la mujer común, el vulgum ‎pecus, la masa ignorante e incapaz de distinguir lo cierto de lo que no lo es cree cualquier cosa ‎y se hace eco de las fake news.‎

En realidad es exactamente lo contrario. Los políticos de primera línea –empezando por ‎el presidente George Bush hijo y por el primer ministro británico Tony Blair– asumieron discursos ‎incoherentes para condicionar las reacciones del público en general y de sus electores ‎en particular.

 Esa técnica impone lo absurdo frente a la verdad, como cuando se sustituía ‎la verdad con la mentira. Es una técnica que destruye el funcionamiento de los sistemas ‎democráticos, funcionamiento que la gente común está tratando de restaurar con los medios a su ‎disposición. ‎

Las pantallas de televisión catódicas componen las imágenes en 625 líneas. Basta que una sola ‎de ellas deje de funcionar correctamente para que sólo veamos la línea defectuosa que afecta ‎el conjunto de la imagen. 

Según el mismo principio, basta que oigamos un solo punto de vista ‎diferente para que salten a la vista las mentiras de la propaganda que nos remachan ‎constantemente.

 Es por eso que la propaganda, cuando recurre a la mentira, exige una censura ‎implacable. 

Pero si la mentira introduce una incoherencia en el discurso de manera que esa ‎incoherencia se haga voluntariamente evidente, ya no hay necesidad de censurar los puntos de ‎vista alternativos. 

Al contrario, más vale dejarlos expresarse e incluso mencionarlos denunciando ‎públicamente algunos como fake news.‎

El antídoto contra la postverdad no es el llamado fact checking –término de moda para ‎designar la “verificación de los hechos”.

 La verificación de los hechos ha sido desde siempre la ‎base misma del trabajo de periodistas e historiadores. 

El verdadero antídoto contra la postverdad ‎es el simple restablecimiento de la lógica. ‎

Por eso hoy se está imponiendo una nueva forma de censura. Gran parte de los usuarios de ‎Facebook han sido desconectados en algún momento.

 Muchos nunca pudieron entender ‎por qué fueron censurados y buscan inútilmente cuál fue la palabra prohibida que no gustó a los ‎algoritmos o la posición “inadecuada” que alarmó a algún moderador. 

En realidad, lo que ‎a menudo se nos reprocha –e implica incluso la adopción de sanciones arbitrarias– es haber ‎cometido el grave delito de restaurar la lógica ante un razonamiento falso. ‎


[1] «Las técnicas de la propaganda militar moderna», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 16 de ‎mayo de 2016.

[2] «Los periodistas que practican la propaganda de guerra tendrán que rendir cuentas», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 14 de agosto de 2011.


Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las "primaveras árabes" (2017).

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