Yo soy nacido y criado en Siuna y ve, brother, te juro que sólo en Managua caen estos turcazos de agua, tan concentrados y cortos, tan fuertes y violentos que pasan años y todavía recordás cada uno de los aguacero que has recibido en el lomo, viviendo en la Capital”.
No pude más que asentir, moviendo la cabeza, a lo dicho por mi amigo Francisco (un hombre taciturno y amable que se gana la vida haciendo acarreos en el Oriental), pues no es difícil saber que aunque en el Caribe las lluvias son más prolongadas, en Managua, pocos minutos bastan para que el agua cause grandes estragos en la ciudad y en las vidas de sus habitantes.
Aquí la lluvia hace que todos corramos, pues sabemos que la escorrentía desenfrenada que baja de las Sierras y que arrastra todo a su paso, llegará en instantes, exponiéndonos a terminar en el Lago o en la cama de un hospital .
Así que cuando vi la foto de aquél hombre sin guarecerse, íngrimo, solo en la compañía de la enorme mole de concreto del Cristo redentor y su empapada bandera rojinegra , no pude evitar admirarlo y recibir ( sin él proponérselo) una enorme dosis de confianza en la victoria. Con hombres de tal convicción, no hay forma de perder.
Los símbolos, desde el principio de la aventura humana sobre esta tierra, han jugado un rol trascendental en el encumbramiento del Hombre en la Naturaleza.
El hombre que no huye ante el desconocido Dios del trueno, el Cacique torturado y moribundo que dice estoico a los suyos “que no está en un lecho de rosas”, el maestro que voluntariamente corre a la muerte para incendiar el galerón donde se parapetan los filibusteros, una pedrada agónica…
Son tan poderosos los símbolos que hasta los malos lo saben y han hecho de su uso una Ciencia, creando Institutos de investigación y todo tipo de Fundaciones para usarlos para ganar más o para doblegar pueblos insurrectos.
Y así nos convencieron que el Capitalismo es mejor y que las mujeres más bellas son las rubias, que los vaqueros eran los tuanis, que el que fuma Malboro es guapo y que el que está al mando siempre es el gringo, que debemos de sufrir acá pues en el “otro reino¨ se volteará la tortilla y gozaremos de lo lindo en túnicas blancas y perfumadas alas. Son los símbolos del Poder.
Pero nosotros también tenemos símbolos. Símbolos que sirven al propósito de la lucha por la verdadera Justicia, para perseguir el sueño de un mundo mejor sin salir de este.
Y ahí tenemos a la enorme efigie de Sandino (no la que esta sarrosa sobre la loma de Tiscapa, si no la que nos enseñó a ver dentro de nosotros mismos el Comandante Carlos Fonseca) y también tenemos los hoyos de impactos de balas en una casa del barrio ¨Las Delicias del Volga¨ donde un 15 de Julio de 1969, un hombre solitario armado de su convicción y una subametralladora, se enfrentó a un ejército, mientras todo un pueblo miraba llorando por televisión a nuestro propio ¨Leónidas, el de las Termópilas¨, como le llamó otro que llegaría también a ser un símbolo, como poeta, guerrillero y mártir.
Símbolo es haber recuperado el dinero de un banco y huir a pie para no tocar un centavo del recupere “porque era dinero para la lucha¨.
Símbolo es el Comandante Carlos Fonseca caminando casi ciego por la montaña buscando la unidad del Frente.
Símbolo es mi hermano Jorge Matus Téllez, herido de muerte, enfrentando sólo con su carabina a la patrulla de la guardia en lo profundo de la montaña para darle chance a la retirada de su escuadra guerrillera.
Símbolo es aquel trío de jóvenes reclutas (casi niños) que van saliendo de la selva, jalando de un mecatito a un enorme piloto gringo prisionero, derribado sobre el bello cielo de Rio San Juan.
Y 17 jóvenes imberbes ofrendando sus vidas por la Revolución en una fría madrugada, en la solitaria Fila de las yeguas.
Símbolo es Georgino Andrade y "el loco" Luis, cuyas pizarras fueron impregnada con su sangre mientras enseñaban a leer a los campesinos.
Símbolo son los gritos de la alcaldesa sandinista Felícita Zeledón pidiendo auxilio -sin respuesta- para los miles de sepultados bajo el deslave del Casita.
Símbolo también es la sonrisa de la madre soltera y pobre, recibiendo de nuestro gobierno las llaves su casa en Reparto Belén.
Símbolo es Bismarck Martinez y su calvario.
Símbolo es nuestro Presidente, aquél 30 de Abril, dándonos ánimo en la Plaza de las Victorias.
¡Cuántos símbolos y héroes tiene nuestra historia!
Este solitario hombre con su bandera empapada bajo la lluvia, en una Rotonda de nuestra Capital, lugar que cuida con celo, cual si fuera su trinchera, como si en esa imperturbable guardia se le fuera la vida o como si de sus ojos bien abiertos dependiera la vida de millones de patriotas que hoy enfrentan a los enemigos de la patria.
Él es el símbolo viviente, el referente y rasero para medir el sacrificio de otros, que en sus puestos y labor (de policías, estudiantes, maestros, profesionales, obreros, artesanos, cooperativistas, mercaderas, campesinos, productores agropecuarios, empresarios patriotas, obreros, ministros, empleados públicos y privados, funcionarios de todos los rangos, intelectuales, artistas, dirigentes gremiales y políticos y demás), no claudican, no esperan un día soleado, ni se cansan de trabajar y soñar por una patria libre, digna y prospera.
Ese solitario y anónimo hombre bajo la lluvia de Managua, el que ignora la burla y escarnio de los adversarios, el que se olvida de sí mismo, el que cumple con su Partido en su pequeña tarea que asume como inmensa, es sin duda el símbolo y encarnación del verdadero militante sandinista de ayer y de siempre.