El dinero corrompe y respalda la necesidad. Por eso el Congreso entró en un aparente juego de independencia de poderes públicos y no le hizo caso al Presidente con la solicitud de prolongar el Estado de Sitio. Se contradijeron de mentiras.
Por Luciano Castro Barillas
Un aparente desacuerdo político, más bien un pleito de rufianes, ha tenido lugar en el Congreso de la República de Guatemala, cuando el órgano más desprestigiado del foro guatemalteco no aprobó la ampliación del Estado de Sitio solicitado por el señor Jimmy Morales para tener bajo control y restringiendo derechos fundamentales garantizados a importantes segmentos de población urbana y rural de unos veintidós municipios del nororiente de Guatemala, incluyendo además en esa frustrada prórroga, a dos municipios de la región del occidente del país, los cuales quería agregar a la lista infame del Estado de Sitio por sus altos índices de conflictividad social y como única manera de un Estado incompetente, de garantizar la seguridad a sus habitantes, sin tomar en cuenta que los causas profundas de ese desasosiego social es por las carencias básicas, de siglos, de estos guatemaltecos excluidos y que, es muy probable, encontraron más apoyo y buena paga con los narcotraficantes que con el empleo público o privado nacional.
Los narcos los emplean como estibadores de bultos de cocaína y “banderas” (vigías) entre los montes. El esfuerzo de gobernabilidad en esa zona son mentiras y se puede analizar de dos maneras, de suyo contradictorias.
La primera es que a donde llega el narcotráfico siempre habrá hechos de violencia, muerte y sangre son inherentes, consustanciales, para este tipo de actividades ilícitas, sin embargo, los campesinos en esas tareas son bien recompensados y han aguantado menos hambre desde entonces, no sin riesgos, porque una presunta o real delación será pagada con una muerte atroz.
A la satisfacción transitoria de una necesidad hay que sumarle también el miedo y la autocomplacencia del dinero fácil.
Esa región rural, de hecho, siempre ha sido una tierra sin ley desde hace muchos años, por eso sentaron sus reales los abigeos, los asaltantes y los narcos.
La otra línea de análisis es que como allí hay comunidades organizadas en una especie de milicias desarmadas, pero altamente ideologizadas, las cuales fueron organizadas hace varios años por el ex comandante guerrillero César Montes, lo cual siempre ha sido público y nunca una fuerza clandestina.
Nada oculto hay pues tienen hasta su página en FB. Son en realidad cooperativas campesinas organizadas para la producción colectiva, aunque con un sesgo militarista, propio de quien creó y dirige esa organización atípica comunitaria.
Esto fue siempre preocupación de los militares contrainsurgentes, de los milicos delirantes que no acaban de desmontar el conflicto armado interno de Guatemala que se vivió por treinta y seis años.
Estos alucinados y locos guerreristas vieron levantadas sus blancas guayaberas cuando en Colombia se realzaron en armas un grupo muy importante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC.
Temieron perder su dulce vita en sus propiedades agrícolas de hacendados emergentes cuyas riquezas en no mucho tiempo acumuladas no aguantan una auditoría. Y por eso el espanto y la ira al ver muertos a un soldado, un sargento y un oficial cuya muerte fue atribuida a las personas integrantes de la cooperativa de César Montes.
Pero hay un detalle muy importante dicho por el soldado sobreviviente: al sargento le volaron medio rostro con un disparo de escopeta calibre doce, comunes, habituales entre las personas que habitan las escasas selvas de Izabal y Petén que la tienen todavía como un depredado coto de caza.
Los cuatro fusiles de asalto fueron plantados como prueba, para justificar el Estado de Sitio y mostrar a la opinión pública que allí tenía lugar una guerrilla incipiente comandada por César Montes. Permítanme insistir en algo: César Montes está ya hace algunos años definitivamente chiflado.
¿A quién se le ocurre organizar una cooperativa agrícola con rasgos militaristas en una zona de conflicto armado ahora impulsado por el crimen organizado?
Eso lo dice todo. Dos locos bandos de locos extremistas al final hicieron colisión. Los fusiles de asalto son del narcotráfico y muy seguramente uno que otro campesino se ha comprometido más allá de simplemente acarrear bultos de cocaína y ser vigía.
El dinero corrompe y respalda la necesidad. Por eso el Congreso entró en un aparente juego de independencia de poderes públicos y no le hizo caso al Presidente con la solicitud de prolongar el Estado de Sitio. Se contradijeron de mentiras.
Lo real en todo esto es que las avionetas de los narcotraficantes dejaron de aterrizar y la medida de Jimmy Morales está perjudicando ese negocio internacional.
“Ya suficiente”, dijeron e impartieron órdenes de que todo vuelva a la normalidad porque el negocio está menguando.
Es el falso positivo nacional, cuya sutileza y picardía compite con el enano senador colombiano de apellido Uribe. Gran maestro de la triquiñuela y poseedor del más iracundo hígado sudamericano.