Pablo Gonzalez

Nicaragua: EL ODIO


El odio en nuestro país abunda, proviene de sectores que cada día van desapareciendo, pero abunda y se encuentra en la carretera norte en La Prensa y El Nuevo Diario, en canales de televisión como el 10, el 12 y el 14, en la Corporación y en otros espacios similares que se propusieron intoxicarnos con su veneno.

Esto que conocemos como odio nos viene afectando de una forma o de otra. desde que alimentado desde afuera, se nos vino encima desde el 18 de abril del año pasado de una forma más visible, traspasando la barrera del sentimiento y traduciéndolo en una conducta maligna y perversa que se goza sintiéndose observado.

¿Qué es el odio? Para mí es el lenguaje de la ira, de la violencia y la intolerancia. El odio es una energía peligrosa y explosiva que habita en un espacio muy pequeño donde todo es tan reducido y tan enanamente mental que quien lo manifiesta no tiene capacidad de maniobra o de raciocinio para determinar el daño que hace y se hace.

Una persona puede experimentar odio, por mil causas, hacia objetos, situaciones o personas y cuando sucede aflora lo más putrefacto que puede mostrar alguien contra algo, contra una persona o contra la sociedad. 

Cuando ese odio sale de las entrañas de quien es su rehén nada es predecible porque todo sale de control y se lanza sin escatimar el daño a causar y sin considerar a quienes lo pueda sufrir porque no media que sea un niño, un aciano, una sociedad o un país.

El odio tiene muchas caretas porque puede ser xenofóbico, religioso, racial, cultural, familiar, sexual, político, ideológico y de género, pero al final su esencia es la misma, el desprecio absoluto e infinito hacia alguien o algo que no se quiere y contra lo que se conspira en cada momento porque el deseo y sentimiento es que se muera o desaparezca para siempre.

Hay individuos que dicen ser felices odiando, nadie puede ser feliz odiando, pero hay quienes se lo creen ignorando que el odio mata y posiblemente matará a quien lo siente antes que aquel hacia quien va dirigido tan nefasto sentimiento.

El odio aprovecha toda momento para perjudicar a los demás y en ese afán le quita el hambre, el sueño y hasta las ganas de vivir a quien lo siente y por eso desesperadamente el individuo que lo padece con mentiras y patrañas trata de unir a otros a sus propósitos para colectivizar algo que ni ante nada ni ante nadie es correcto.

El odio es la cólera de los fracasados y es tan profundo que ubica a quien lo sufre a estar por debajo, muy por debajo, de todo lo que por él es odiado. 

Por eso el odio es como un pobre piruca al fondo de una cantina de mala muerte que todos los días renueva su sed con la bebida, en éste caso con su propio odio.

Los individuos que odian tienen un corazón infinitamente pequeño porque su interés es pringar con su rencor y resentimiento a todos los que le rodean porque en su pobreza humana mientras lo padezcan ni serán capaces de amar ni de darse a amar. 

Por el contrario, son solitarios de su propia tragedia porque son yetas que a donde llegan todo lo dispersan porque nadie que tenga un cese de sentido común puede sentirse atraído por alguien que respire por el odio.

El odio es solo la ausencia de la imaginación y la sobre abundancia de la brutalidad y cuando yo veo a alguien que traspira odio concluyo que ese sudor no es más que lo refleja la imagen que lleva por dentro y como no la soporta quiere escupirla hacia otros.

El odio es la venganza del cobarde y aquí tenemos varios que no parecían tenerlo pero que nos sorprendieron por la inmensa capacidad de almacenar todo ese veneno que nos han lanzado y siguen lanzando temerariamente contra Nicaragua sin meditar en que esos son escupitajos al aire que vuelven, que caen, que provocan porque indignan, porque molestan y porque hieren, quizá no porque lo recibamos a título personal, sino porque los odiosos a quien quieren destruir es al futuro de Nicaragua.

A veces cuando llego a tocar el odio de quienes maltratan a Nicaragua por politiquería o solo por ansias de poder me invaden sentimientos encontrados que saltan entre la risa, la indignación o la reacción, pero pronto realizo que no puedo ser igual que ellos y que debo llenarme de tolerancia porque esa es mi mejor arma.

Esta gente que en vez de oxígeno respira odio le hizo un daño tremendo a Nicaragua y se lo siguen haciendo. 

Son individuos que han sembrado vientos y van a cosechar tempestades no porque la decencia y la nobleza de la mayoría de los nicaragüenses asuma la miseria humana en la que habitan los salvajes a los que me refiero, sino porque llegara el momento electoral en el que vamos a decidir y ahí la razón del pueblo contestará al odio y nuestra venganza será cívica, racional, inteligente y sobre todo responsable.

Pareciera un chiste, pero estas minucias del bajo mundo de la politiquería, que se les ocurrió ser salvadores, sin que nadie se los haya pedido, solo porque los engancharon en Washington, donde prácticamente residen, son maricones que lloran por cualquier cosa; si los vuelven a ver lloran; si ven una bicicleta que va tras ellos lloran; si alguien les canta las verdades en algún medio de comunicación lloran, y así las cosas, lloran porque su propia sombra los persigue y la verdad es que muy en el fondo, aunque el odio no los deja ver, se dan cuenta que los nicaragüenses tendríamos sobradas razones para detestarlos.

Hasta hoy y espero que así continúe siendo el pueblo de Nicaragua ha sido más que generoso con sus verdugos. Este pueblo, hijo de Job, merece el Premio Nobel de la Paz, porque es increíble cómo ha sabido responder con tolerancia a la brutalidad de sus asesinos y torturadores. Créanme que por muchísimo menos de lo que nos han hecho aquí, en otras latitudes, ya muchos hubieran sido desollados vivos, porque no hablamos solo de lo que nos hicieron a partir del 18 de abril, sino de lo que hoy nos continúan haciendo.

Ellos, los golpistas, por puro odio contra el partido gobernante y sus dirigentes, que a pesar de todo siguen transformando al país, mancharon nuestro suelo de sangre, nos torturaron, nos secuestraron, se trajeron al suelo la economía que teníamos, el desempleo que habíamos reducido lo retrocedieron a las cifras estadísticas de antes del 2007, complicaron la lucha exitosa que nos propusimos contra la pobreza, se coludieron con el imperio, el enemigo de Nicaragua para tomar el poder para enriquecerse, la imagen de Nicaragua hacia el exterior fue corrompida por sus mentiras y después de todo eso quieren que les pongamos una medalla, que les tiremos flores, que les levantemos un monumento, que los declaremos próceres y héroes de la patria, que los ubiquemos a la par del Papa Francisco o de Teresa de Calcuta cuando a lo que deberíamos someterlos es aun exorcismo pero practicado por gente que no tenga nada que ver con la Iglesia Católica de Nicaragua que como institución pareciera ser que es el enjambre donde se produce el odio.

El odio es la cadena más abominable con la que una persona puede obligar a otra a pensar uniformemente y en consecuencia debemos imponernos su destrucción. Debemos actuar contra ese mal no con las armas del que te insulta, del que asesina, tortura o secuestra sino con la creación de espacios y políticas de paz, construyendo tolerancia, uniendo familias, confesando que somos diferentes a la maldad, siendo portadores de la verdad y por encima de todo temerosos del Creador del Universo.

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