Cuando EEUU no era un imperio, sino una joven república recién independizada, se llamaba a si misma Columbia para distanciarse de Gran Bretaña y alinearse con las nuevas repúblicas latinoamericanas. Los estadounidenses de entonces, hasta bautizaron ciudades con el nombre de Bolívar, en honor al libertador.
Pero al inaugurar su trayectoria imperialista, vieron que el nombre se les quedaba pequeño y se autodenominaron con el de todo el continente.
¿Se imaginan cómo quedaría la nomenclatura mundial si China, Rusia o India siguieran el mismo criterio? M. Mestre
¿Cuándo empezó EEUU a llamarse a sí mismo ‘América’?
Pudo ser ‘Freedonia’ o ‘Columbia’, pero se impuso ‘América’, un nombre que se hizo omnipresente en el siglo XX en respuesta a la conversión de Estados Unidos en imperio.
DANIEL IMMERWAHR / EL SALTO DIARIO
‘América’, como abreviatura de Estados Unidos, suele generar polémica por todo el globo.
Las Américas se extienden desde Canadá hasta el cono sur de Sudamérica.
¿Por qué un país que supone un tercio de su población y menos de un cuarto de su tierra debería tener un derecho en materia de nomenclatura sobre todo el hemisferio?
Para muchos en Estados Unidos, tales quejas —expresadas por canadienses y chilenos, y cualquiera de los otros 600 millones de americanos— parecen fuera de lugar. ‘América’ está justo ahí, en el nombre completo del país. ¿De qué otra manera lo llamarías?
Pero Estados Unidos no ha pasado siempre por ‘América’. Ese nombre llegó a su actual omnipresencia solo en el siglo XX. Lo hizo en respuesta a la conversión de Estados Unidos en imperio.
Las preguntas sobre el nombre del país estaban ahí desde el principio.
El nombre oficial del país era ‘los Estados Unidos de América’, pero esas diez sílabas no ruedan fácilmente por la lengua.
“¿Se llamará siempre a la tierra ‘Estados Unidos’, y a su gente ‘hombres de Estados Unidos’?”, se quejaba el doctor Samuel Mitchill.
Él deseaba una “apelación amplia y universal” y sugirió ‘Freedonia’.
El poeta Philip Freneau, pensando en líneas parecidas, propuso ‘Columbia’.
Algunas personas usaban ‘América’ en el momento, pero no de forma universal. George Washington no utilizó la palabra en su discurso inaugural o en su discurso de despedida. Llamó a su país ‘los Estados Unidos’ o lo llamó ‘la Unión’.
Lo hizo así por un motivo. El término “América” tenía cierto uso, y el gentilicio “americano” era común pero, como apuntó Mitchill, “estos epítetos pertenecen igualmente a Labrador y Paraguay y sus nativos”.
Como la generación de Washington sabía bien, los Estados Unidos no cubrían el total de las Américas. De aquí su uso de otros nombres: los Estados Unidos, la República, la Unión. O ‘Columbia’, el término de Freneau.
Como la historiadora Caitlin Fitz ha escrito, la joven república usaba ‘Columbia’ para declarar su “independencia simbólica” de Gran Bretaña alineándose con Colón que no era británico, aunque él nunca había pisado Norteamérica.
El King’s College de Nueva York cambió su nombre a Columbia College en 1784, y la nueva capital desde 1800 era el Distrito de Columbia. “Columbia”, “Hail”, “Columbia y Columbia”, “Gem of the Ocean” estaban entre las canciones patrióticas más populares del siglo XIX.
El nombre ‘Columbia’ no sólo rompía con Gran Bretaña; también alineaba a Estados Unidos con las recién liberadas repúblicas latinoamericanas.
Una de las más grandes era Gran Colombia, un Estado de corta vida que cubría gran parte del norte de Sudamérica.
Como muestra Fitz, la gente de Estados Unidos inicialmente saludó con entusiasmo la independencia latinoamericana, bautizando incluso algunas ciudades como “Bolívar” por Simón Bolívar, el presidente en varios momentos de Venezuela, Bolivia, Perú y Gran Colombia. Hoy, hay ciudades llamadas Bolívar en West Virginia, Ohio, Pennsylvania y Nueva York.
Fue el salto de Estados Unidos hacia el colonialismo de ultramar lo que cambió las cosas.
Tras luchar en una guerra con España en 1898, Estados Unidos se anexionó no sólo las colonias españolas de Filipinas, Puerto Rico y Guam, sino también los territorios no españoles de Hawai y Samoa Americana.
Esta fue su orgullosa entrada en el club imperial, y los viejos nombres —la República, la Unión, los Estados Unidos— ya no parecían aptos.
No era una república, no era una unión (lo que sugiere entrada voluntaria) e incluía colonias así como Estados.
Como en la fundación de la nación, algunos escritores propusieron nuevos nombres: América Imperial, la Gran República, los Grandes Estados Unidos.
Pero el nombre que se quedó fue ‘América’. Tenía la virtud de no hacer referencia a uniones, republicanismo o condición de Estado.
Un escritor con buen oído escuchó el cambio. “Durante cerca de 30 años antes de 1898, mientras que el adjetivo ‘americano’ ha sido de uso general, el sustantivo ‘América’ ha sido extremadamente raro”, escribió un autoproclamado “observador canadiense (y por lo tanto británico)” llamado Beckles Wilson.
“Uno podía, hasta ese annus mirabilis, haber viajado 5.000 millas y leído cien libros y periódicos sin habérselo encontrado ni una sola vez; siendo ‘Estados Unidos’ casi invariablemente el término empleado por los estadounidenses para su propio país”.
Tras 1898, señalaba, “los mejores oradores y escritores”, sintiendo que ‘los Estados Unidos’ ya no abarcaban la naturaleza de su país, cambiaron a ‘América’.
El primer presidente en asumir el cargo tras la guerra con España fue Teddy Roosevelt, un imperialista decidido.
Habló de América en su primer mensaje anual, y usaba el término libre y frecuentemente.
Cada presidente tras él lo ha hecho, también.
‘América’ estaba pronto en todas partes, incluidos los himnos.
No más “Columbia”, “Gem of the Ocean”. “America the Beautiful” y “God Bless America” fueron los dos nuevos himnos en alcanzar popularidad en el siglo XX.
El imperialismo trajo ‘América’ al primer plano, resolviendo la preocupación del país respecto a la nomenclatura.
Presuntuoso, despreocupadamente expansivo, era un nombre que encajaba con el carácter nacional en el amanecer del siglo.
Donde generaciones anteriores parecían haberse refrenado en adoptar ‘América’ en deferencia a los otros países americanos, al nuevo imperio no le importaba.
Dios no había derramado Su gracia sobre ellos, ¿verdad? Podía reclamar el hemisferio como suyo. Sugerir otra cosa era antiamericano.
Daniel Immerwahr es historiador estadounidense, y profesor en la Northwestern University (en el Estado de Illinois).
Es autor de Cómo ocultar un imperio: una historia de los Grandes Estados Unidos.
http://pajarorojo.com.ar/?p=43447