Éramos 25 años más jóvenes, ambos miembros del Comité Nacional de la UJC, a cuya sede fuimos aquel día en que los adversarios pronosticaban el fin de la Revolución. Marchábamos, bajo una lluvia de piedras, desde La Punta, Prado arriba, cuando la multitud se detuvo y varios gritaron «Ahí viene Fidel». La historia cambió en minutos.
Iroel Sánchez tiene su propia lectura de aquel día memorable que algunos corresponsales extranjeros llamaron «el maleconazo». Juntos lo recordamos en «La luz de la memoria» este domingo, acompañados por la música de Van Van, en homenaje al cumpleaños de Juan Formell.
Fidel el 5 de agosto de 1994
[…] el siguiente ejemplo que expongo lo ambiento en un momento crítico para Cuba, donde las tensiones económicas, políticas, sociales y, sobre todo, ideológicas propiciadas por el derrumbe de la extinta URSS así como del resto de los países del llamado Bloque Socialista Europeo, alcanzaron su punto culminante el 5 de agosto de 1994.
Aquel día ya relativamente lejano supuso, entre otras muchas cosas, la innegable confirmación de que Fidel es el Comandante en Jefe que nosotros verdaderamente queremos y admiramos, incluidos —probablemente sin ellos saberlo— bastantes de los detractores que también habitan la Isla.
En una situación de carencias materiales extremas —el período especial estaba quizá en su momento más delicado—, con el incremento poco común de la emigración en precarias balsas hacia las costas de Estados Unidos, con disturbios callejeros y saqueos de comercios en la capital del país —inexistentes hasta entonces en la Cuba revolucionaria—… la contrarrevolución, esta vez con más convencimiento por su parte, volvió a asegurar que había llegado La hora final de Castro tan repetidamente anunciada.
Pero cuán lejos de la realidad estaban los perversos deseos de aquellos mercenarios del imperio norteamericano. Una vez más, la gusanera de Miami a través de sus fascistas voceros se equivocó y para su desgracia —no para la inmensa mayoría de la población cubana— La hora final de Castro dura ya muchos años.
Aquel 5 de agosto de 1994, como digo, la intespectiva aparición del propio Fidel en el lugar de los hechos, cambió radicalmente la postura de los saqueadores manifestantes.
La sola presencia de nuestro carismático líder dispersó a las violentas personas que abandonaron el lugar de manera pacífica, profundamente asombradas ante la imagen captada por sus propios ojos —Fidel en persona en un lugar como aquel y en un momento como ése— y con la baba cayéndosele admirativamente a más de uno por la comisura de los labios.
Fidel salió a las calles de una Habana apedreada y violenta sin más escudo que su dignidad y su fe en el pueblo. Y todos fuimos testigos de que a su paso la ciudad era otra de repente —-la cursiva es de Arleen Rodríguez Derivet.
Jamás presidente de cualquier país del mundo se hubiera atrevido a actuar de idéntica manera; sencillamente porque, a pesar de jactarse hasta la saciedad de haber sido “democráticamente elegido por el pueblo”, le hubieran caído arriba sin ningún tipo de contemplaciones, y no precisamente para premiarle con caricias y besos.
Exactamente un año después, el 5 de agosto de 1995, la población de La Habana, y los turistas boquiabiertos, verían correr, con la fuerza de los primeros años de la Revolución, un río humano por la avenida del Malecón, que asumía conscientemente la convocatoria de demostrar al mundo la vitalidad del socialismo cubano —la cursiva es de Rubén Zardoya Loureda […]
(Fragmento de «Los detractores también admiran a Fidel» del libro “Historias pequeñas de una isla grande” de Paco Azanza Telletxiki)
https://insurgente.org/cuba-la-luz-de-la-memoria-hace-25-anos-los-que-fueron-al-entierro-de-la-revolucion-asistieron-a-su-renacimiento/