Recordando al Padre de la Resistencia Urbana: Julio Buitrago Urroz, Alesio Blandón Juárez, Aníbal Castrillo Palma Y Marco Antonio Rivera;
A las sobrevivientes Doris Tijerino, Gloria Campos, Marthita y Jairo Lorente.
Trato de sacar a flote mi memoria de infancia.
Fue hace unos 65 años, más o menos en 1954, en las cercanías de la iglesia San José y el Colegio Divino Pastor en Managua, cuando cursaba el primer grado en la Escuela Rafaela Herrera.
Ahí viví con mi tía Conny que daba clase en esa escuela; en la casa siguiente para el lago, habitaba el muchacho moreno, pelo negro lacio, algo serio, pero amistoso, que me prestaba cuentos de epopeyas y yo apenas cancaneaba leyendo.
Ese niño de escasos 10 años, Julio Buitrago Urroz, ¡qué lejos estaba de pensar que realizaría una lucha a muerte contra el somocismo y que marca un hito en el FSLN! Vivía con su mamá, doña Santitos; con don Chepito, su papá, y una niña pequeñita, su hermana Liliam.
Ya adolescentes, después de varios años, nos reencontramos.
Creo que Julio cursaba quinto año de bachillerato y yo estudiaba magisterio en la Escuela Normal de Managua, que ocupaba un espacio como inquilina en el Instituto Ramírez Goyena (nos decían los goyenistas, porque ocupábamos la parte oeste de ese centro).
Vivencias imborrables, ejemplares; experiencias y luchas compartimos con esos compañeros. Hubo ocasiones que otros estudiantes llegaban a sacarnos de las aulas de la Normal, para apoyar el movimiento magisterial; otras veces salíamos por nuestra propia decisión.
En esa época, como estudiante del Goyena, Julio ya bullía en su cabeza y su corazón el compromiso revolucionario.
En una ocasión se acercó a mi prima Blanquita y a mí y dijo: "Saludos a la niña Conny; ahí nos vemos y sigan apoyándola en la lucha de los maestros", compromiso que cumplimos en la Federación Sindical de Maestros de Nicaragua, desde nuestra graduación hasta 1970, que nos mandaron a la calle a 300 maestros después del Movimiento (huelga) Dignidad Magisterial.
Cada vez que alzo los ojos y miro el firmamento, en esa inmensa bóveda celeste con blanco, a veces más azul; o cuando veo la inmensidad de nuestros campos, llenos de cultivos o con olor a tierra mojada, el ejemplo y sacrificio de Julio, nos renueva cada día: valiente, heroico, humilde, fiel al proyecto revolucionario que se propuso. Ahí está.
No preciso la fecha pero fue después de la Jornada de Pancasán en agosto de 1967, que recuerdo que Julio nos dijo en el Goyena: "Ahí nos vemos".
Y fue algunos meses después que la casa de la tía Conny se convirtió en casa de seguridad, ubicada de Las Delicias del Volga media cuadra al lago.
Por ahí pasaron Carlos Fonseca, Julio Buitrago, Catalino Flores, Filemón Rivera, Silvio Casco, Ramón Rizo, entre otros.
Enfrente vivía el profesor Miguel Bonilla (asesinado en julio de 1979) y su hermano Jorge, con su mamá, doña Tana.
El Comandante Carlos confesaba a la tía Conny, sobre el movimiento sindical magisterial y siempre me pregunto si él habría dejado algunas notas sobre esos diálogos.
Ahí está Julio en un sinnúmero de acciones.
Algunas las conocí porque me orientó hacerlas, otras son compartimentadas: recoger información, hacer de correo, llevar un paquete que cuando iba en el bus se me rompió porque iba envuelto en periódico).
A veces escribí cartas que Julio me dictaba con un lenguaje camuflado.
Me envió a México cuando tenía 18 años y no me querían dar la visa los mexicanos porque aparentaba menos edad, para entrevistarme con el profesor Edelberto Torres y un cubano amigo de Julio.
Saqué el pasaje al crédito y asumí la deuda.
Una vez me envió a la casa donde vivía María Haydee Terán y en la cual también funcionaba una librería, a entregarle una encomienda.
Ese día conocí recién nacida a Tania, la hija mayor de Carlos Fonseca y María Haydee.
En otra ocasión, me instruyó viajar con Silvio Casco a la frontera sur a recoger a Germán Pomares, y él no llegó porque tuvo problemas.
Durante el proceso de creación de la Alianza Patriótica de Mujeres, bajo la dirección de Doris Tijerino y Gladys Báez, Julio autorizó que me casara civil el 4 de julio de 1969 con mi novio Ramón "Mocho" Rizo, también militante sandinista, quien ya estaba clandestino y compartía la casa con él.
Testigos de mi boda fueron Gloria Campos y Edgard "La Gata" Munguía,
El 14 de julio, diez días después, mi madre se presentó a la escuela Jaime Torres Bodet, donde yo daba clase en el turno de la tarde, a reclamar por qué no me había casado por la iglesia y me dijo que por esa razón, no seguiría apoyando al FSLN, que utilizaba su vivienda en Jinotega como casa de seguridad.
Sus creencias religiosas fueron más fuertes que su compromiso antisomocista de vieja data.
Fue entonces que Moncho le informó a Julio el incidente, y él autorizó que me casara por la iglesia.
Cuando Moncho me informó la autorización de casarnos por la iglesia, le dije a mi madre y ella se fue apresurada ese mismo día a la iglesia Guadalupe, que aún queda cerca del Cementerio General, habló con el sacerdote y arregló que al día siguiente, 15 de julio a las 4 de la tarde, sería la boda.
Pero no pudo realizarse.
La tarde del 15 de Julio, durante el recreo de los alumnos en la escuelita donde yo impartía clases, muy cerca de la casa de seguridad de mis compañeros del FSLN, llegué ahí –donde yo viví unos días– y miré a Julio y Doris.
Le pregunté a Julio si Ramón podía estar a las 4 de la tarde para la boda religiosa.
Él puso la mano derecha en mi hombro y me dijo: "No se preocupe, compañera. Ahí estará. Le daremos unos dos días para que su mamá se reconcilie con ustedes".
No fue su última expresión de cariño, pues aún vive y siento su mano sobre mi hombro, que me guía, me orienta, me alumbra en mi andar.
Ahí está Julio. Asumo su ejemplo y compromiso.
Cuando llegué al portón de la escuela (quedaba a una cuadra y media de la casa de seguridad), escuché los primeros disparos.
Mi tía, que era la directora, exclamó sobresaltada: "¿Qué es eso?".
Vuelvo mis ojos en dirección hacia la casa de donde venía y observo muchos guardias somocistas, y le digo a mi tía: "Es la casa de los muchachos".
"Corré, me dice, que te pueden matar".
Le dije: "No deje salir a los alumnos, sólo que vengan sus padres. En mi aula hay un niño, el más pequeñito, se llama Jairo (hijo de Gloria Campos y Enrique Lorente), lléveselo a su casa y le dice a mi mamá que lo mande a Jinotega con mis hermanos (Mauricio, de tres años, y Verónica de siete).
La casa de la tía Conny quedaba a media cuadra de Las Delicias del Volga.
Empezamos a percibir el fuerte olor y a sufrir el efecto de los gases lacrimógenos.
Ni los 300 guardias, ni la tanqueta, ni el avión, que vomitaban balas sin parar, durante horas, no pudieron destruir a Julio, porque a 50 años de esa gesta, ahí está para ejemplo de generaciones.
Doris relata que Julio dejó como herencia unas estrofas del Himno Nacional logró cantar mientras combatía hasta su muerte.
Doris tomó a la niña de un año, Martha Lorente Campos, se la entrega a su madre, Gloria Campos Traña y le dice que salga las dos de la casa por la parte trasera, que colindaba con unos patios montosos.
Pero ya no fue posible retirarse, porque la Guardia los tenía rodeados y las tres fueron capturadas.
A esa tierna edad, Martha conoció la cárcel somocista en compañía de su madre.
Doris sufrió crueles torturas que cuando ella tuvo la valentía de denunciarlas conmocionaron al pueblo.
Ahí están Doris, Gloria y Martha, sobrevivientes de esa heroica gesta, mujeres comprometidas, firmes con el Proyecto Revolucionario del FSLN, trasmitiendo a las nuevas generaciones sus experiencias y el compromiso que debemos asumir.
Siempre busco a Julio junto a los compañeros que ese mismo día partieron con él y los encuentro en los policías que cuidan la seguridad y la vida, en esas rutas de autobuses que trasladan al pueblo buscando el pan de cada día, en las escuelas, en los parques, en los centros de salud; en los servicios de energía eléctrica y agua potable que ahora gozan los empobrecidos, y que antes no teníamos derecho... Ahí están.
Alzó su sacra mano,
y resonó su acento soberano.
Dijo: ¡bendita sea!
y ungió al género humano
con el óleo divino de su idea.
En fiesta universal estremecida
la creación de gozo adormecida,
del Porvenir sentía el beso blando;
y por la inmensa bóveda rodando
se oyó un eco profundo:
"¡América es el porvenir del mundo!"
Rubén Darío (Fragmento de El Porvenir, 1885)