Atilio Borón (Buenos Aires, 1 de julio de 1943) es una de las figuras más relevantes de las ciencias sociales en Latinoamérica. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard, es profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de dicha universidad, de la cual fue Vicerrector entre 1990 y 1994. Ha sido Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y director del PLED , Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, de Buenos Aires, en cuyo canal de televisión digital conduce el programa de entrevistas llamado “Palabras Latinoamericanas” Actualmente es Director del Ciclo de Complementación Curricular de Historia de América Latina del Departamento de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda.
Columnista en diversos medios (Página12, www.rebelion.org,La Jornada, Telesur ), también ha sido secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) de 1997 a 2006. Entre sus reconocimientos cabe mencionar el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas 2004, por su libro Imperio e Imperialismo, y el Premio Internacional José Martí por su contribución a la unidad de integración de los países de América Latina y el Caribe otorgado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 2009.
En España se ha publicado su Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina (Ediciones Hiru) y, por la misma casa editorial, su América Latina en la Geopolítica del Imperialismo, libro que en 2012 fuera galardonado con el Premio Libertador al Pensamiento Crítico.
Con una presencia muy activa en la militancia cibernética puede seguirse el avance de sus investigaciones y sus comentarios sobre la realidad argentina e internacional en su sitio web atilioboron.wordpress.com , en su página de Facebook: Atilio Boron, en Twitter en @atilioboron y en Instagram.
Su último libro publicado (Ediciones Akal, Madrid, 2019) lleva por título El hechicero de la tribu. Mario Varas Llosa y el liberalismo en América Latina. En él centramos esta entrevista.
Mi enhorabuena por su último libro. ¿El hechicero de la tribu es una deconstrucción del pensamiento político del Premio Nobel peruano, sin entrar en su obra literaria?
Sí. He sido durante largos años profesor de Filosofía Política y en su libro, La Llamada de la Tribu, Vargas Llosa incursiona ampliamente en esa temática en donde se demuestra, de modo categórico, que no es precisamente allí conde se siente como “un pez en el agua”, parafraseando uno de los títulos de su extensa producción.
No es un terreno en donde el novelista transite con familiaridad. Lo suyo, evidentemente, es la ficción y si bien es un agudo observador de la realidad las complejidades de la filosofía política requieren de una formación especial de la que obviamente carece. Pero la persuasión que ejerce una escritura bella y seductora disimula, para el aficionado, las profundas lagunas en que se empantana su pensamiento cuando comienza a discurrir sobre filosofía política. Por eso mi lectura sobre su libro se realiza desde esta perspectiva.
No podría ser otra porque no soy un especialista en crítica literaria aunque sí un lector muy familiarizado con la obra de Vargas Llosa. He disfrutado de varias de sus novelas –no todas de igual calidad, como ocurre con cualquier escritor- y me han disgustado sus ensayos sobre la actualidad social o política, o cada vez que escucho sus diatribas contra los gobiernos de izquierda, progresistas, revolucionarios o populistas, todo los cuales logran sacar de él, según mi parecer, sus peores resentimientos y sus odios más viscerales.
¿Cómo consigue este “hechicero de la tribu” hechizar a sus lectores? ¿Con la magia de sus palabras, con la belleza de su prosa, con la buena argumentación que acompaña a sus posiciones, análisis y propuestas?
Algo fue dicho más arriba. Sin duda que VLl es un escritor que cautiva a sus lectores y que maneja con maestría ese arte perverso de “decir mentiras que parezcan verdades”, según él lo ha dicho y escrito en reiteradas oportunidades. Y además que combina muy hábilmente la ficción con el ensayo, lo que muchas veces induce a sus lectoras y lectores a dar crédito como si fuera real lo que no es sino una ficcionalización o, si se quiere, una fantasía del escritor. En un ensayo académico eso es un error imperdonable, a la vez que fácilmente detectable, pero en un libro como La Llamada de la Tribu las tergiversaciones y mentiras que el escritor introduce mientras cita a un autor de la talla de Adam Smith o Karl Popper sólo pueden ser advertidas por un lector muy avisado. Uno de los tantísimos ejemplos que surgen cuando, en respuesta a esta entrevista, abro al azar su libro y encuentro en la página 147 que dice, textualmente que “el autor de El Capital fue un secreto defensor de la sociedad abierta.” Entonces: ¿Fue Marx un insólito predecesor de un reaccionario como Popper? No, de ninguna manera. Claro que Marx defendía una sociedad abierta, pero lo que VLl escamotea al lector es que ésta sólo sería posible en el comunismo, es decir, en una sociedad sin clases pero jamás en el capitalismo. Ese “pequeño detalle” desaparece en el sereno flujo narrativo del peruano, e introduce una gigantesca falsificación en el pensamiento de Marx.
En el subtítulo -”Mario Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina”- habla usted de liberalismo y no de neoliberalismo. ¿Alguna diferencia entre estas dos categorías? ¿Cómo deberíamos entender a lo largo de su libro el término “liberalismo”?
En efecto, hablo sólo al pasar y en ocasiones muy puntuales del neoliberalismo porque creo que éste no es sino la re-encarnación de los principios fundamentales del liberalismo clásico, sólo que en clave mucho más reaccionaria.
El liberalismo de John Locke y los Federalistas de Estados Unidos –estamos hablando de finales del siglo XVII y todo el XVIII- tenía ciertos componentes valiosos como la libertad de expresión, la defensa frente a la opresión política de las monarquías o las dictaduras, la libertad de asociación, etcétera, que en su versión contemporánea -luego de que las masas populares conquistaran la democracia doblegando la resistencia de la burguesía y sus aliados- fueron dejados de lado o redefinidos en un sentido retrógrado.
Ahí está, y es sólo un ejemplo, toda la producción de los teóricos de la Comisión Trilateral (Samuel P. Huntington, Michel Crozier, Jojj Watanuki, etcétera) que en los años setenta del siglo pasado lanzaron un demoledor ataque en contra de los “excesos democráticos”, la participación popular y mismo contra la libertad de asociación al satanizar el poderío de los sindicatos y organizaciones de base.
El liberalismo, como lo vengo afirmando durante más de cuarenta años, jamás propició ni defendió argumentalmente la democracia, y en su versión “neo” esta tendencia no ha hecho sino acentuarse porque si en su versión original aquél no tenía que enfrentarse a los desafíos de la democracia hoy asume una postura retrógrada, abiertamente contraria a ella, y que el prefijo “neo” no alcanza a disimular. Friedrich von Hayek y Milton Friedman elogiaron públicamente a un feroz dictador como Augusto Pinochet, para colmo un ladrón de siete suelas.
Y permanecieron indiferentes ante la cancelación de las libertades exaltadas por Locke y sus seguidores en tierras americanas. Por otra parte es preciso reconocer que la “magia” del nuevo vocablo, “neoliberalismo”, ha obrado el milagro de transformar al arcaico y desprestigiado liberalismo que condujo a tantas inequidades, miserias y guerras desde su implantación en algo embellecido con el ropaje de lo fresco y novedoso; o con la insinuación de que estamos en presencia de una recreación positiva y juvenil de una filosofía económica y social como el liberalismo, plasmada en la segunda mitad del siglo XVIII y que consagraba la supervivencia de los más aptos y el imperio del egoísmo universal como criterio fundante de una buena sociedad.
Es precisamente por este engaño del término “neoliberalismo” que aparto de mi mirada los fuegos artificiales de la propaganda burgues y concentro mi análisis en su matriz teórica fundamental, el liberalismo a secas.
¿Observa usted alguna diferencia esencial entre el liberalismo en América Latina y el liberalismo en otros territorios o continentes? Por ejemplo, con el liberalismo norteamericano o con el liberalismo de algunas fuerzas políticas europeas, como Macron, Ciudadanos o el Partido Liberal alemán.
Sí, en el siguiente sentido: la aplicación de las políticas del liberalismo en América Latina y el Caribe ha sido más brutal, totalmente desprovisto de algunas salvaguardas de derechos individuales e inclusive sociales que en Europa se heredaron del “cuarto de siglo de oro” del Keynesianismo (1948-1973) y que aún con dificultades han sobrevivido al ataque sufrido desde los ochentas en contra del Estado de Bienestar, teniendo en cuenta que éste tuyo una presencia poco más que embrionaria en Estados Unidos. En el Sur global, y especialmente en Nuestra América, el liberalismo mata sin piedad, produce un holocausto social de enormes proporciones ante la indiferencia de sus agentes históricos, de los estados burgueses de la región, de la prensa canalla que envilece y embrutece a la población y también de los gobiernos de EEUU y Europa, que abandonaron por completo la tradición de la Ilustración y que apelan a los derechos humanos sólo para hostigar a gobiernos indóciles ante las órdenes del Calígula que habita la Casa Blanca. En Europa, y mucho menos en EEUU, el liberalismo tiene que conservar una cierta fachada democrática que en Latinoamérica es desechada sin la menor contemplación. La expansión democrática de la posguerra y la conquista de importantes derechos sociales y laborales, concedidos, claro está, ante la amenazante presencia de la Unión Soviética, no pudo ser revertida en Europa como sí lo fue en Latinoamérica porque en estas latitudes aquellos procesos fueron más débiles y siempre acosados, cuando no combatidos abiertamente, por la intervención norteamericana. Producto de aquello es que ni Macron, ni Ciudadanos ni los liberales alemanes pueden decir lo que les gustaría porque aún en una Europa dominada por un talante conservador, y hasta reaccionario en algunos sectores sociales, expresiones tales como que “los pobres no quieren trabajar” o “son adictos al clientelismo populista”, corrientes en la derecha latinoamericana, generarían un repudio de buena parte de la ciudadanía en Europa. Aparte de lo anterior hay otra diferencia muy significativa, que no podemos pasar por alto: las políticas del neoliberalismo se ensayaron primero entre nosotros, en Chile desde 1973 y en Argentina a partir de 1976, a cargo de dos tenebrosas dictaduras. Es decir, agotado el ciclo keynesiano había que “testear” las nuevas políticas pregonadas por décadas por el FMI y el Banco Mundial. Y hemos sido las y los latinoamericanos el banco de pruebas o los cobayos de laboratorio de las políticas del neoliberalismo salvaje que, poco después y conocidos ya sus deplorables resultados, aplicarían Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos.
¿Ha sido y es esencial la figura del marqués Vargas Llosa en el desarrollo del liberalismo en América Latina? ¿Por sus ensayos, por sus artículos, por sus intervenciones políticas?
Sí, y es lo que explico sobre todo en los dos primeros capítulos de mi libro. Primero porque es uno de los latinoamericanos más conocidos a nivel internacional, una especie de “rock star” de las letras cuyos escritos y cuyas palabras se escuchan con incondicional devoción y se reproducen a escala masiva por casi todos los medios de comunicación, fuertemente concentrados y que dominan la formación de la conciencia colectiva no sólo en toda Latinoamérica sino en el mundo del Caribe y también en Brasil y, no olvidemos, en buena parte del mundo angloparlante. Segundo, porque VLl es una referencia obligada dado que es uno de los poquísimos divulgadores de alta escuela que tiene el liberalismo. No se trata de un propagandista inculto como la inmensa mayoría de los que repiten las letanías de ese credo sino de un hombre muy educado, que transmite con éxito la idea de que lo que dice es absolutamente cierto e indiscutible. Tercero, porque tiene un ingrediente adicional: es un converso, un hombre que proviene del marxismo más dogmático y cerril y que “vio la luz de la libertad” brillando, según confiesa en La Llamada, en los ojos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. No olvidar que la opinión de un apóstata o un renegado vale más que la de quien siempre se mantuvo fiel al dogma porque es la de alguien que estuvo cegado y hundido en el error y tuvo la capacidad de romper esas cadenas y pasarse de bando y defender lo que antes había execrado. Cuarto, tal vez por todo lo anterior el peruano tiene acceso directo a las elites políticas, gubernamentales, empresariales y culturales (o de quienes manejan la industria cultural) lo que le permite amplificar extraordinariamente la llegada de sus opiniones y puntos de vista a una enorme audiencia.
¿No es muy extraño que alguien que dice haber militado en su juventud en el Partido Comunista de Perú (con el nombre clandestino de “camarada Alberto”) se acerque a partir de su madurez a figuras tan relevantes en la derecha extrema europea como el ex presidente de gobierno español José María Aznar, por no hablar de figuras de la realeza como el ex Juan Carlos I? ¿No recuerda, en cierta medida, el caso del filósofo italiano Lucio Colletti o el del gran poeta mexicano Octavio Paz?
Sí, en mi libro me extiendo sobre lo de Colletti y el mismo Octavio Paz, pero creo que dada la gran cantidad de casos registrados a nivel mundial, desde el triunfo de la Revolución Rusa pero sobre todo a partir de los juicios de Moscú y en una escala impresionante desde los inicios de la Guerra Fría carece por completo de sentido hablar de “extrañeza” o “rareza” para describir al gran número de renegados que no sólo abandonan sus viejas creencias políticas sino que se convierten en furiosos propagandistas de las contrarias. Llamémoslos como queramos: “renegados”, “apóstatas” , “desilusionados” o con la expresión más fuerte de “traidores”, a la que apelaría en casos extremos, lo cierto es que ellos constituyen una legión. El más repugnante de estos casos, un traidor infame, fue el salvadoreño Joaquín Villalobos, ex comandante de la guerrilla Farabundo Martí, que en el año 1975 ordenó que ejecutaran al gran poeta Roque Dalton, activo miembro de la guerrilla, acusado de ser agente de la CIA. Al tiempo Villalobos desertó y terminó su inmundo recorrido convirtiéndose en asesor de Álvaro Uribe, paradigma insuperable de la narcopolítica y el militarismo. Tratar de comprender estas tragedias es la apelación que formulara en mi Imperio & Imperialismo para construir una sociología de los intelectuales revolucionarios en tiempos de derrota. El caso de VLl es uno de los más interesantes por la amplitud de su recorrido desde la extrema izquierda a la derecha radical y sobre todo por el ardor con que arremete contra el nacionalismo (en Venezuela, Cataluña, Euskadi, donde sea) y por la incontrolable atracción que sobre él ejercen los poderosos, incluyendo un monarca tan desprestigiado como Juan Carlos. Hay otros más mesurados o vergonzantes, sobre los que apenas hablo en mi libro. Pero, para resumir: de rarezas o extrañezas, nada. Cito en mi libro la obra del brillante marxista inglés Terry Eagleton que también se ha preocupado por el tema con su habitual rigurosidad así como a la clásica obra de Isaac Deutscher sobre el tema, pero no es éste el lugar para reproducir sus argumentaciones al respecto. Nomás recordar que Deutscher comienza uno de sus artículos citando a Ignazio Silone, revolucionario comunista italiano que terminó sus días como agente de la CIA, quien le habría dicho a Palmiro Togliatti, líder del PCI, que “la lucha final será entre los comunistas y los excomunistas.” No creo que sea así, pero hay un grano de verdad en ese comentario de Silone.
Las posiciones políticas del autor de La ciudad y los perros o La fiesta del chivo, ¿enturbian la calidad o el valor poético de su obra literaria? Para un lector de izquierdas, ¿sería mejor no transitar por su obra literaria?
De ninguna manera. VLl sigue siendo un gran escritor, y en la medida en que la poiesis es creación, capacidad de crear e imaginar, las posiciones políticas de nuestro autor no han menoscabado la calidad de su obra literaria. He disfrutado y también aprendido mucho de algunas de sus mejores novelas. A mi juicio las mejores son La Ciudad y los Perros, La Casa Verde, Conversación en la Catedral, El Sueño del Celta, La Fiesta del Chivo, La Guerra del Fin del Mundo e Historia de Mayta. Pero otra es la opinión que nos merecen sus ensayos u opiniones políticas volcadas en la prensa o en los medios de comunicación. Como creo haberlo dicho más arriba esto no equivale a afirmar que todas sus obras son de igual calidad literaria, como tampoco lo fueron las de Cervantes Saavedra o las de García Márquez, Cortázar o Fuentes para hablar de los escritores del boom latinoamericano. Pero yo estoy convencido de que para escribir bien uno debe leer a autores que escriban bien, y el peruano es uno de los que mejor lo hace. Creo, así todo, que está un peldaño más abajo de Octavio Paz o Jorge Luis Borges que según mi modesto entender ilustran paradigmáticamente lo que debe ser el castellano del siglo veintiuno. Una prosa límpida pero profunda, cargada de significados. Pero escrita de forma sencilla, contundente, sin afectaciones, exenta de superfluos barroquismos y alejada de los vicios del culteranismo que abren una zanja entre el pueblo y el escritor. De joven me impresionó para siempre esta reflexión de Bertolt Brecht: “Escribir la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues son estas las brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su afición a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las cosas prácticas, reales, tangibles." No por casualidad Lenin decía que el marxismo es el análisis concreto de la realidad concreta, y Brecht es un leninista del lenguaje. Y yo pretendo ser un modesto discípulo de Brecht a la hora de ponerme a escribir, procurando que mis lecturas de los maestros de la lengua castellana me ayuden a transmitir mis ideas de forma “clara y distinta”, como exigía Descartes, y susceptibles de ser asimiladas por las mujeres y el hombres comunes y corrientes de nuestras sociedades.
Dedica usted su libro a Fidel Castro: “A Fidel, por sus enseñanzas, por sus luchas, por su fe martiana en la necesidad de la batalla de ideas...” ¿Qué ha significado, qué significa Fidel, en su opinión, para los pueblos de América Latina y del mundo?
Fidel es una figura extraordinaria, alguien que siguió el camino trazado por el gran manco de Lepanto cuando puso en boca del Quijote que su misión era “ Soñar el sueño imposible, luchar contra el enemigo imposible, correr donde valientes no se atrevieron, alcanzar la estrella inalcanzable.” Eso que orientaba al hidalgo en su lucha por “deshacer entuertos y castigar agravios” marca a fuego la personalidad de Fidel. Soñar con la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América, luchar contra un “enemigo imposible” como Estados Unidos, tener la valentía de hacerlo en increíbles condiciones de inferioridad al iniciar la lucha contra la tiranía de Batista y su ejército armado y entrenado por Estados Unidos expresa con rotundidad la identidad de Fidel. Por ese el diálogo del reencuentro en la Sierra Maestra con su hermano Raúl, al anochecer del 18 de Diciembre, manifiesta de manera insuperable la fecunda mezcla de voluntarismo e idealismo que caracterizaba a ese personaje inigualable. Después del tumultuoso desembarco del Granma –un naufragio, diría el Che, más que un desembarco- transcurrieron más de dos semanas hasta que Fidel se re-encontrara con Raúl, y he aquí el diálogo: “¿Cuántos fusiles traes? —le pregunta a su hermano. –Cinco, responde Raúl. -¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!” ¿Quieren alguna reinvención más fiel al espíritu del Quijote en la época actual? Pero a ese utopismo creativo y eficaz hay que sumarle una integridad ética y política a prueba de balas, una inteligencia excepcional, una memoria prodigiosa, un sinfín de lecturas de todo tipo, un activismo incansable, una curiosidad insaciable, y todo eso nos permite entender quien era Fidel y por qué su figura marcó con caracteres indelebles la historia de la segunda mitad del siglo veinte y se extendió hasta su muerte . Y por qué alguien como yo, que tuvo la inmensa fortuna de poder conversar con él en varias oportunidades, no podía sino reconocer la influencia que ejerció sobre mí en un libro como este.
“Vargas Llosa es un violinista virtuoso que a veces, como en La Llamada de la Tribu, toca una partitura que apenas conoce y los resultados están a la vista”
Atilio Boron (Buenos Aires, 1 de julio de 1943) es una de las figuras más relevantes de las ciencias sociales en Latinoamérica. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard, es profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de dicha universidad, de la cual fue Vicerrector entre 1990 y 1994. Ha sido Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y director del PLED , Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, de Buenos Aires, en cuyo canal de televisión digital conduce el programa de entrevistas llamado “Palabras Latinoamericanas” Actualmente es Director del Ciclo de Complementación Curricular de Historia de América Latina del Departamento de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda. Columnista en diversos medios (Página12, www.rebelion.org ,La Jornada, Telesur ), también ha sido secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) de 1997 a 2006. Entre sus reconocimientos cabe mencionar el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas 2004, por su libro Imperio e Imperialismo, y el Premio Internacional José Martí por su contribución a la unidad de integración de los países de América Latina y el Caribe otorgado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 2009. En España se ha publicado su Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina (Ediciones Hiru) y, por la misma casa editorial, su América Latina en la Geopolítica del Imperialismo, libro que en 2012 fuera galardonado con el Premio Libertador al Pensamiento Crítico. Con una presencia muy activa en la militancia cibernética puede seguirse el avance de sus investigaciones y sus comentarios sobre la realidad argentina e internacional en su sitio web atilioboron.wordpress.com, en su página de Facebook: Atilio Boron, en Twitter en @atilioboron y en Instagram.
Su último libro publicado (Ediciones Akal, Madrid, 2019) lleva por título El hechicero de la tribu. Mario Varas Llosa y el liberalismo en América Latina. En él centramos esta entrevista.
Nos habíamos quedado en este punto. Cita usted en la Introducción un comentario de César Gaviria, el que fuera secretario general de la OEA. Es este: “A veces al leer a don Mario tengo la impresión de que su capacidad de análisis político es proporcionalmente inversa a sus logros literarios, y debería oír con más frecuencia el refrán que a todos nos enseñaron de chicos: ‘zapatero a tus zapatos’”. ¿Le parece correcta esta observación del señor Gaviria?
Si, muy acertada y por eso la cito. Aunque introduciría un matiz: a menudo no es tanto que sus análisis sean inadecuados por su ineptitud sino por el sesgo ideológico que enturbia todas sus intervenciones públicas en calidad de ensayista o comentarista político. Por supuesto, su instrumental analítico es limitado, pero su crítica biliosa a todo lo que huela a colectivismo, socialismo, marxismo, comunismo o populismo empobrece inevitablemente cualquier tentativa de análisis. En el caso concreto del populismo VLl lo ha erigido en el mayor enemigo de la democracia, una vez desaparecida la “amenaza comunista”. Según lo afirma el populismo es “la política irresponsable y demagógica de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por un presente efímero. Por ejemplo, estatizando empresas y congelando los precios y aumentando los salarios, como hizo en el Perú el presidente Alan García durante su primer gobierno.” (cf. La Nación, Buenos Aires, 6 de Marzo de 2017). En las ciencias sociales latinoamericanas, en cambio, el populismo no se reduce a una actitud del gobernante: “irresponsable y demagógica”, sino que es como una situación estructural caracterizada como un “empate de clases” o, según otros, un “equilibrio catastrófico” de fuerzas sociales en pugna. Fue precisamente este rasgo el que motivó que algunos marxistas latinoamericanos utilizaran como fuente de inspiración para el estudio de este novedoso fenómeno las reflexiones de Marx sobre el bonapartismo francés, las de Engels sobre el bismarckismo alemán, las de Trotsky sobre algunas experiencias históricas de la Europa posterior a la Primera Guerra Mundial y las de Gramsci sobre los cesarismos “regresivos” y “progresivos.” En otras palabras, tanto unos como otros al referirse al populismo apuntaban a un momento especial en la historia de nuestras sociedades en donde las nuevas clases populares emergentes, aliadas a sectores subordinados dentro del bloque dominante (como la burguesía industrial, p. ej.) y a ciertas categorías sociales como las fuerzas armadas o la burocracia, rompían el equilibrio tradicional del Estado oligárquico e inauguraban una nueva fase en el desarrollo de la sociedad. La forma estatal que plasmó esta nueva correlación de fuerzas se caracterizaba por un “doble empate social”: por una parte, entre las masas populares de reciente movilización y los sectores hegemónicos de la coalición populista (la burguesía y sus aliados en las fuerzas armadas y el aparato estatal); por otra parte, un empate esta coalición y los tradicionales detentadores del poder político, económico y social, subsumidos en aras de la brevedad bajo el nombre de “oligarquía”. Doble empate, por ende, porque los nuevos sectores obreros no pudieron sobreponerse a la “dirección burguesa” en el seno del movimiento y del Estado populistas y, por otro lado, porque esta coalición fue incapaz de quebrar la espina dorsal del ancien régime mediante una reforma agraria que debilitara irreversiblemente el poderío de los dueños de la tierra y abriera paso a una nueva era industrial. Desde esta perspectiva estructural nada tiene que ver con las ocurrencias de VLl y fue una fase transicional de la historia de algunos países latinoamericanos que se extendió entre el ocaso de la dominación oligárquica y el ascenso y consolidación de un nuevo bloque dominante hegemonizado por el capital transnacional, una vez producida la derrota del proyecto de desarrollo nacional-burgués, que se hundió porque esta burguesía jamás tuvo entre sus planes oponerse al imperialismo para darle aire a su propio proyecto de desarrollo nacional. Fue por eso que el Che decía que más que “nacional” esa clase debía tener como adjetivo la palabra “autóctona”. Ahora bien: ¿Qué tiene que ver toda esta teorización con las opiniones del novelista peruano, para quien cualquiera que se aparta de lo que él considera como propio del liberalismo sería populismo? La respuesta es: nada. Donald Trump, Marine Le Pen, Viktor Orban en Hungría y Beata Szydlo en Polonia ejemplifican el caso de líderes o gobiernos son “populistas” por sus estilos de hacer política o sus orientaciones en relación al tema de los migrantes y los extranjeros, o por su exacerbado chauvinismo, pero en ningún caso son expresión de un empate de clases o una situación estructural en donde las clases dominantes del capitalismo se encuentren bajo asedio. En VLl el “populismo” es cualquier actitud o política que cuestione la libertad de los mercados, la previsibilidad de su funcionamiento, la serenidad que exigen los capitalistas para decidir de modo eficiente dónde y cuándo invertir. Y, por supuesto, cualquier actitud o política que rechace las imposiciones del imperialismo norteamericano, un pecado mortal para el hispano-peruano. Para otros, como Ernesto Laclau, por ejemplo, la palabra “populismo” perdió todo significado estructural para quedar reducida a la sola idea de la confrontación “amigo-enemigo” como rasgo definitorio de toda vida política. Por eso el pudo afirmar en varios de sus escritos que eran tan populistas Uribe como Chávez, o Mao como Perón. Va de suyo que ninguna de estas interpretaciones actitudinales, psicologistas o superestructurales (¡perdón por aludir a una palabrota expulsada de los medios académicos donde impera el “buen pensar” al que se refería Alfonso Sastre!) arrojan luz alguna para comprender la dinámica económica o política del capitalismo contemporáneo.
Sólo para dejar planteada otra crítica: no es más acertada la caracterización que VLl realiza sobre otra de sus “vetes noires”: el nacionalismo. Colocar en un mismo casillero teórico a procesos tan disímiles como el de algunos países latinoamericanos (Cuba, Venezuela, Bolivia, el Ecuador de Correa, Bolivia, Nicaragua y, más recientemente, el México de López Obrador) y equipararlos con el nacionalismo catalán o vasco, en el caso de España, cuyos líderes, por lo que se vislumbra desde este lado del Atlántico, no están precisamente animados por un incontenible fervor antiimperialista, revela los extravíos a los que puede conducir el desprecio por la reflexión teórica y el análisis concreto, y su reemplazo por un seductor juego de palabras que nada explica pero que, al confundir, favorece los intereses más conservadores de la sociedad.
Ha escogido como hilo conductor de su aproximación crítica a la obra del Marqués su último libro, La llamada de la tribu. ¿Por algo en especial? ¿Le parece más relevante para su deconstrucción que otras obras del autor como, por ejemplo, El pez en el agua?
Sí, sin duda. Claro está que La llamada de la tribu no es el único libro autobiográfico de VLl. Tal como usted dice El Pez en el Agua también lo es, en un cierto sentido, como también su deliciosa novela La Tía Julia y el Escribidor. Pero hablando de ensayo, el El Pez en el Agua, publicado en 1993, es un libro de memorias cuya primera parte narra sus recuerdos de niño y adolescente y la segunda su frustrada apuesta por ser elegido presidente del Perú en 1980, cuando fue vapuleado por Alberto Fujimori. Sólo que a diferencia de La Llamada no hay en aquél una referencia puntual y detallada a quienes fueron los mentores ideológicos de su conversión. En todo caso esta multiplicación de textos autobiográficos dan un indicio del desmedido narcisismo del narrador peruano. Puedo equivocarme pero en principio no conozco otro autor que haya escrito tanto sobre sí mismo. Ahora bien, a diferencia de estos títulos La Llamada no sólo es un texto autobiográfico que revela su pasaje desde un marxismo de raíz sartreana a la derecha radical e imperialista sino que, cosa que no hizo en ningún de sus escritos, su autor presenta, uno por uno, a quienes fueron los pensadores que lo tomaron de la mano, como Beatriz al Dante, y lo llevaron del infierno del marxismo sartreano al Paraíso (¿o al purgatorio?) del liberalismo. En ese libro repasa a sus tutores, comenzando por Adam Smith, instalado en las alturas de la Ilustración escocesa para, desde allí, iniciar un descenso vertiginoso que culmina en el fango en el que medraba Jean-Francois Revel, un vulgar panfletario al servicio de la CIA, con estaciones intermedias en la obra de Ortega y Gasset, von Hayek, Popper, Aron y Berlin. Por eso La Llamada es una obra especial porque a diferencia de todos sus demás escritos en ella el novelista tiene la cortesía de presentarnos a sus tutores y guías ideológicos. Y al hacerlo no puede ocultar la precariedad de su fundamentación, la tergiversación en la que incurre –que llega a niveles escandalosos en el caso de Adam Smith- y la insanable inconsistencia teórica e histórica a la vez de la tesis central de su libro y de toda su obra propagandística, a saber: que sin liberalismo no hay democracia, y que nada que se llame así lo es de verdad si no cultiva las virtudes del libre cambio y el libre mercado. Abordo este tema, con mucho detalle, en el último capítulo de mi obra.
Sigue manifestándose muy crítico de la obra de Negri y Hardt. Escribe, por ejemplo, “...o en una abstrusa metafísica de lo social como lo hicieron Michael Hardt y Antonio Negri con su gaseosa teoría de un imperio que ya no es imperialista”. ¿Sigue estando muy alejado de sus últimas aportaciones? ¿Por qué han tenido y siguen teniendo tanto éxito e influencia entre sectores de la izquierda no sólo europea o usamericana?
Por la fenomenal desorientación que impera en la izquierda europea y usamericana y, en no menor medida, latinoamericana. Sólo a partir de esa lamentable confusión, madre de tantas derrotas políticas, puede entenderse este verdadero retruécano de un imperio que no es imperialista. Y este verdadero absurdo ha ejercido un impacto profundamente negativo sobre las fuerzas políticas y los movimientos sociales de todo el mundo. Es una lástima que un autor como Antonio Negri, que décadas atrás fue expresión de un marxismo refinado y fiel a su vocación de ser un instrumento para la transformación del mundo, se haya convertido en una expresión más de lo que Perry Anderson denominara “el marxismo occidental”. Es decir, un marxismo convertido en una narrativa inofensiva, pseudo-filosófica (porque tengo un profundo respecto por la filosofía del materialismo histórico), que en su extravío termina aportando a la dominación del capital a escala mundial al remover del horizonte de visibilidad de las masas populares la crucial cuestión del imperialismo.
En el apartado “Entre la historia y una urgente epifanía” recuerda la labor de algunos marxistas fallecidos en estos últimos años. Entre ellos, Manuel Sacristán ¿Le llegó a conocer? ¿Qué opinión le merece la obra del que fuera traductor de El Capital y autor de “Panfletos y materiales” y de Introducción a la lógica y al análisis formal?
Desgraciadamente no tuve la suerte de conocerlo personalmente. Sé que fue uno de los grandes marxistas del siglo veinte, con una obra creativa y esencialmente refractaria al dogmatismo prevaleciente en su tiempo y que, además, fue también un organizador y un promotor del pensamiento crítico no sólo en España sino en todo el mundo hispano-parlante. Pero desgraciadamente, y esto refleja un preocupante colonialismo cultural en el seno de la izquierda, se conoce mucho más al marxismo francés o al anglosajón que a la obra de un pensador original y punzante como Sacristán que habla y escribe en nuestra lengua. Es un lastre que aún nos hace mucho daño en Latinoamérica. Y no sólo ocurre con don Manuel sino también con algunos de los mayores marxistas de nuestra región que son apenas marginalmente conocidos entre los cuadros y la militancia de la izquierda. Ni siquiera el gran José Carlos Mariátegui se salva de este infortunio, para ni hablar del argentino Aníbal Ponce, el cubano Julio Antonio Mella. Y entre los más recientes, del hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez, autor de numerosos libros sobre estética y marxismo y filosofía política que son una fuente imprescindible para la formación de cualquier marxista en Nuestra América.
Al final de su Introducción, señala usted que el marqués “introduce, a lo largo del libro, las nociones estereotipadas que el pensamiento burgués promueve acerca de la buena sociedad, al democracia y el imperio de la libertad”. ¿No hay entonces aportaciones originales del autor de Pantaleón y las visitadoras en estos ámbitos? ¿Lee a su manera, interpreta, resume y nos cuenta con prosa brillante lo ya sabido?
Definitivamente es así. No hay una sola idea original en su libro. Es más, diría que inclusive en el ámbito del universo teórico del liberalismo hubo autores que, en la segunda mitad del siglo veinte, produjeron algunas innovaciones teóricas que sólo a partir de la ignorancia pueden ser descartadas. Me refiero, entre otros, a la obra del filósofo de Harvard John Rawls, que he examinado en detalle hace ya varios años y que en su notable Teoría de la Justicia (1971) introduce una serie de argumentos a favor de un igualitarismo radical que, en su extremo -al cual empero Rawls no llega- termina impugnando la legitimidad histórica de la sociedad burguesa. El profesor de Harvard fue, a mi juicio, la cumbre del pensamiento liberal a lo largo del siglo veinte y esa latente impugnación del capitalismo es lo que explica el cuidadoso ocultamiento sufrido por su obra, por contraposición a la sobreexposición que disfrutaran los liberales tradicionales, absolutamente fieles a las premisas de la sociedad burguesa, como von Hayek o Popper, sin ir más lejos. Rawls establece una inescindible vinculación entre justicia y equidad que es inaceptable para la ideología burguesa y para los defensores de la dominación capitalista. Uno de sus tesis centrales afirma que la justicia “es la virtud primera de las instituciones sociales” y no la libertad de mercado como afirman los divulgadores contemporáneos del liberalismo. Este autor también escribió posteriormente otra obra que ningún estudioso o divulgador serio del liberalismo puede ignorar: se trata de su Liberalismo Político, originalmente publicado en 1993 y en el que aborda muchos de los temas sobre los cuales sobrevuela la ágil pluma de Vargas Llosa. Tampoco considera la influyente obra de Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía, de un sesgo claramente conservador pero que mal podría estar ausente en una revisión como la que hace el novelista en su obra, aunque Nozick, al igual que Rawls, no hubiera sido su fuente de inspiración. Otros autores también deberían haber sido tenidos en cuenta en sus reflexiones: Ronald Dworkin, por ejemplo, o el propio Milton Friedman, pero no lo hace. En síntesis: ninguna originalidad y, tampoco, ninguna revisión sistemática del estado del pensamiento liberal en el mundo actual. Evidentemente el tema sólo lo puede abordar de modo muy superficial, aunque la brillantez de su pluma pueda en parte ocultar esta falencia.
¿Cree usted que Mario Vargas ha trabajado suficientemente estos autores que cita: Adam Smith, Ortega y Gasset, Von Hayek, Popper, Aron, Berlin, Revel? ¿O habla un poco de oídas o con lecturas no suficientemente reposadas?
Definitivamente no, aunque hay matices. Se ha apropiado de algunos clichés absolutamente falsos elaborados por la derecha para desfigurar el pensamiento humanista de Adam Smith y, en los demás casos, ha tomado sus tesis medulares pero sin aportar ningún aparato mínimamente crítico que faculte una acabada interpretación de la obra de esos autores. Además, apenas si formula algunas reservas en los casos más escandalosos, como el de von Hayek, por ejemplo, y su abierta apología de la dictadura de Pinochet en Chile a partir de la superstición, que no una teoría, que reza que la libertad del mercado es condición necesaria y también suficiente para el florecimiento de la democracia, por lo que aún la más corrupta y feroz tiranía cuenta con la bendición del economista austríaco. Vuelvo a repetirlo: no son lecturas que nuestro autor haya realizado de modo metódico y sistemático, y eso se nota en su libro. Vargas Llosa es como un violinista virtuoso, pero que a veces, como en La Llamada de la Tribu, se avienta a interpretar una partitura que apenas si conoce y los resultados están a la vista.
En su opinión, ¿puede aprender algo el pensamiento de izquierdas de la obra estos grandes y sólidos autores del pensamiento burgués?
Creo que hay que leer a los principales intelectuales del pensamiento burgués, aunque muy selectivamente. No creo que, por ejemplo, Ortega pueda ser de utilidad para comprender eso que él denominó “la rebelión de las masas”; tampoco me parece que Popper aporte conocimientos que puedan ofrecer una clave interpretativa para comprender al capitalismo contemporáneo. Von Hayek y Berlin son un poco más apropiados para tales fines, pero en todos estos casos para comprender como se intenta justificar lo injustificable. Es decir, como se pretende hacer pasar a la sociedad capitalista como una buena sociedad cuando se funda en el despojo y el saqueo de las mayorías y la destrucción implacable del medio ambiente.
Pero, más allá de estos autores, creo firmemente que la izquierda y las jóvenes generaciones deben estudiar muy seriamente el pensamiento de la derecha norteamericana porque si se quiere derrotar al imperio lo primero que hay que hacer es conocerlo. Esto es tan viejo como el manual de arte de la guerra de Sun-Tzu que tiene ya 2500 años. Más que estudiar a von Hayek o el mismo Berlin es necesario que las nuevas generaciones de luchadores sociales europeos, latinoamericanos y de todo el mundo lean el pensamiento de los estrategas del Pentágono, los documentos oficiales del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, los informes desclasificados de la CIA –o los aún clasificados pero descubiertos y dados a conocer por Julian Assange y sus colaboradores, que son un aporte inestimable para el estudio del imperio y sus planes- o la obra de autores como Henry Kissinger, el ya difunto Zbigniew Brzezinski, o Joseph Nye y por supuesto, sus críticos al interior de Estados Unidos como Tom Engelhardt, Noam Chomsky, Peter Dale Scott, Sheldon Wolin, Michael Parenti, Jim Petras, Malcolm X, Angela Davis y tantos otros. Existe una poderosa aunque arduamente combatida corriente antiimperialista subterránea en Estados Unidos que no debemos subestimar ni desconocer.
Por eso hay que leer a los ideólogos del imperio para anticipar sus definiciones, diagnósticos e iniciativas; y hacer lo propio con sus críticos en Estados Unidos, que suelen tener mejor acceso a fuentes originales que nosotros, para aprender, también desde y con ellos, la mejor forma de desbaratarlas.
Mil preguntas quedan pendientes dada la riqueza de su libro. No le robo más tiempo. Muchísimas gracias por todo.
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