Los fraudes descarados de las dictaduras militares fueron tan burdos que las urnas se contaban en el interior de los cuarteles. Ahora los fraudes electorales tienen esa nueva modalidad corrupta que es atrasar o acelerar los procesos a través de los Ministerios Públicos.
No solo es el fraude a la hora del conteo de votos, con la caída sospechosa de los sistemas digitales. Están también como hijos de una misma madre los golpes blandos.
La imputación de falsos cargos para defenestrar a los presidentes legítimamente electos, porque, cosas de estos tiempos en verdad, la derecha fascista recurre a viejos expedientes, tan usuales en su antiética política: la mentira, la calumnia, la injuria, la difamación; de la mano de los políticos corruptos que durante años, como miembros connotados de las clases dominantes, se resisten a disminuir sus privilegios de siglos.
Y estas prácticas corruptas no solo la practican los criollos, los herederos de la riqueza de los conquistadores.
No. La practican de manera patética indígenas, que ya no se siente ofendidos por los blancos opresores y masacradores de sus antepasados, si no se sienten uno de ellos.
Un mestizo o blanco que disfruta a sus anchas de la riqueza nacional, aunque su cara sea de una hierática nariz de friso maya.
No se llama ahora Cotón, sino Cotton, como la lideresa de izquierda Nineth Montenegro Cotón, que se modificó su nariz aguileña, aborigen, por una nariz recta, europea, en un caso decepcionante de disfuncionalidad identitaria.
Ahora luce claros cabellos y alhajada de dedos y cuellos, que al final sería lo de menos.
La otra parlamentaria renegada es la corrupta Delia Back, quien simulaba poseer un apellido alemán o anglosajón y resulta que ella es la señora Delia Bac, cakchiquel indubitable; origen étnico que para ella es motivo de vergüenza.
O el capataz de unos españoles de Camarillo, California, de nombre Pedro Pinzón, pero ¡ay de aquél que le dijera su nombre tal cual era! Él era un producto genuino de la enajenación extrema y el racismo y solo podía nombrársele como Peter Pínzon, lo que lo hacía infinitamente feliz.
Así anda loco el mundo de hoy, pues resulta que en un Estado débil, donde no hay hombres de Estado (que eso debieran de ser todos los políticos), verdaderos políticos, sino hombres metidos en la lucha por el poder para beneficio personal, con una característica sui generis: se las saben todas, las mañas propias y las ajenas.
Y cuando no hay políticos es que se recurre el barato expediente de recurrir a los jueces para dirimir las grandes controversias propias de los hombres de Estado.
Y no estaría mal si fueran asuntos esporádicos, de lejanas salpicaduras.
No, es lo cotidiano, como el demente presidente de los Estados Unidos que a cada momento le tienen que enmendar la tarea porque todo lo hace mal.
Así pasa en Guatemala. Los fraudes descarados de las dictaduras militares fueron tan burdos que las urnas se contaban en el interior de los cuarteles.
Las urnas las subían a transportes militares y ellos daban los resultados. Lo que contabilizaran las personas responsables de las Mesas Electorales era solo una pantomima.
Ahora los fraudes electorales tienen esa nueva modalidad corrupta (no hay que pasar por alto que es tal la corrupción en América Latina que afecta ya el 5% del Producto Interno Bruto, PIB de la región) que es atrasar o acelerar los procesos a través de los Ministerios Públicos.
La persecución penal presta y cumplida para los enemigos de la corrupción (tal el caso de la señora Telma Aldana) y retrasos maliciosos a favor de los corruptos como Sandra Torres.
Resulta que ahora la actual fiscal general culpabiliza de ese “retraso” al fiscal Juan Francisco Sandoval, pretendiéndolo hacer su chivo expiatorio.
Esta señora, Consuelo Porras, tendrá más adelante que responder ante la ley y ante la historia, por su festinado proceder.
Está dando su aporte a la devastación institucional, derribando hasta la última piedra de la vida democrática y la sana convivencia social.
Personalmente tengo la confianza que esto no llegará lejos, porque en algún momento la grande insatisfacción social desbordará las parcelas de confort y lo que con tanta mezquindad resguardan, lo terminarán perdiendo todo.
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