Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

Italia: El asesinato de Aldo Moro


1970. En España, terroristas de extrema derecha, incluyendo a Stefano delle Chiaie, de Gladio, son contratados para la policía secreta de Franco. 

Habían volado desde Italia tras un golpe de Estado abortado durante el cual el ultraderechista Valerio Borghese había ordenado al stay-behind ocupar el Ministerio de Interior en Roma.
 1971. En Turquía, los militares dan un golpe de Estado y toman el poder. 

El ejército stay-behind “Contra-guerrilla” participa en terrorismo doméstico y asesina a cientos de personas. 

1972 En Italia, una bomba estalla en un coche cerca del pueblo de Peteano, matando a tres carabinieri. 

El acto terrorista, del que primero se acusa a la izquierda, es después adjudicado al terrorista Vincenzo Vinciguerra y lleva a destapar el ejército stay-behind italiano, llamado Gladio

1974. En Italia, una masacre durante una manifestación antifascista en Brescia deja ocho muertos y 102 heridos y mutilados, mientras que una bomba en el tren que viajaba de Roma a Munich, el “Italicus Express”, asesina a 12 y hiere y mutila a 48. 

1974. En Dinamarca, el ejército secreto stay-behind Absalon intenta en vano evitar que un grupo de académicos izquierdistas entren a formar parte del claustro dirigente de la Universidad danesa de Odense, tras lo cual el ejército secreto queda al descubierto. 

1974. En Italia, el general Vito Miceli, jefe del servicio secreto militar, es arrestado con cargos de conspiración subversiva contra el Estado, y revela la existencia del stay-behind secreto de la OTAN durante el juicio. 

1976. En Alemania, la secretaria del servicio secreto BND es arrestada tras haber revelado secretos concernientes al ejército secreto stay-behind a su marido, un espía del servicio secreto soviético KGB.

1977. En Turquía, el ejército stay-behind Contra-guerrilla ataca una manifestación de 500.000 personas en Estambul, abriendo fuego y dejando 38 muertos y cientos de heridos. 

1977. En España, el stay-behind, con el apoyo de los terroristas ultraderechistas italianos, lleva a cabo la masacre de Atocha en Madrid; en un ataque a una oficina de abogados, vinculada al Partido Comunista de España, asesina a cinco personas. 

1978. En Noruega, la policía descubre un depósito secreto de armas y arresta a Hans Otto Meyer, quien revela la existencia del ejército secreto noruego. 

1978. En Italia, el antiguo primer ministro y líder de la DCI, Aldo Moro, es secuestrado en Roma por una unidad secreta armada, y asesinado 55 días después. 

Estaba a punto de formar una coalición de gobierno que incluía al Partido Comunista Italiano. 

Tomando asiento en el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha en 1977, siguiendo por el golpe de Estado turco o la masacre de Brescia, todas estas noticias merecen comentario detallado. 

Dedico hoy el espacio, por su trascendencia política, por su enorme influencia político-cultural en el desprestigio y caída de la izquierda marxista-comunista, y en el mismo PCI, al asesinato de Aldo Moro, el líder del ala más moderada y abierta de la Democracia Cristiana italiana [2].

En los años setenta del pasado siglo, un cuarto de siglo después del fin de la segunda Guerra Mundial, los comunistas y socialistas italianos (PCI y PSI, respectivamente) continuaban teniendo mucha fuerza cultural, electoral y organizativa entre la ciudadanía italiana.

 Sus diputados tenían una amplia e influyente presencia en el Parlamento italiano. No sólo era eso desde luego: la influencia cultural de los intelectuales del PCI, o muy próximos al Partido, era enorme, no tenía parangón en la historia italiana y acaso en toda Europa.

El presidente Nixon, uno de los políticos usamericanos más destacados en la historia universal de la infamia y la criminalidad, se oponía categóricamente a la entrada de los comunistas en el gobierno central. 

Temía, señala Ganser, decía temer, que los secretos de la OTAN se desvelaran. 

Tras el escándalo Watergate, el agresor de Vietnam fue forzado a dimitir el 8 de agosto de 1974. Su vicepresidente, Gerald Ford, entró al día siguiente en la Casa Blanca. “Nuestra larga pesadilla nacional se ha acabado”, declaró. Se entraba, se creyó entrar, en un nuevo tiempo. Eso se dijo.

También en Italia algunos sectores confiaron en esa posibilidad. Los tiempos, se pensó, estaban cambiando. 

El ministro de Asuntos Exteriores Aldo Moro y el presidente de la República, Giovanni Leone, volaron en septiembre de 1974 hacia Washington. 

Su objetivo: discutir la posibilidad de incluir a la izquierda italiana, sin exclusión del PCI, en el gobierno italiano; de hecho, iban a pedir permiso

Nada se movía en la política europea occidental sin el visto bueno de los tentáculos e instituciones imperiales. 

Ni que decir tiene que los deseos de Moro y Leone no pasaban por permitir que los Ministerios dirigidos por el PCI tocaran el núcleo duro del poder del Estado italiano. 

Sus esperanzas se derrumbaron. Eran vanas. El presidente Ford mantuvo a los personajes clave de la administración Nixon en sus cargos.

 El mismísimo Henry Kissinger, aquel Consejero de Seguridad Nacional que discutía con Nixon la posibilidad de usar armamento nuclear contra el movimiento de liberación vietnamita, tenía ahora con Ford el ministerio de Exteriores, la Secretaría de Estado, en sus manos y en su cerebro.

 Herr Doktor se lo dejó muy claro a los representantes italianos: bajo ninguna circunstancia debía permitirse que la izquierda socialista y comunista formara parte del gobierno italiano. Italia debía seguir firme e inflexiblemente dentro de la OTAN. En su núcleo duro y oscuro.

La visita, cuenta Ganser, pesó mucho sobre Aldo Moro, que ha había vivido los golpes Piano solo y Tora Tora de Gladio. No se hacía ninguna ilusión respecto a la real soberanía nacional italiana, era consciente de la decisiva influencia de Estados Unidos en la Primera República italiana. 

A pesar de ello, tras su regreso, Moro estuvo enfermo durante días. Pensó en su retiro total de la política pero no llegó a tomar la decisión. 

De todos modos, inquieto, sabedor de los procedimientos de las fuerzas secretas, pidió un coche a prueba de balas. La petición le fue desechada

Tu esposa Eleonora comentó años después: “Es una de las pocas ocasiones en las que mi marido me confesó exactamente lo que se le había dicho, sin decirme el nombre de la persona en concreto”. Intentó recordar sus palabras: ‘Debes abandonar tu política de colaboración con todas las fuerzas políticas de tu país. O dejas de hacerlo, o lo pagarás caro’. Lo pagó caro.

Poco tiempo después, en las elecciones legislativas de junio de 1976, el PCI obtenía su mejor resultado electoral, el 34,4% de los votos, lo que en otros países otorgaba gobierno minoritario en solirario con amplios apoyos parlamentarios. 

Moro, presidente de la DCI, tomó nota de la situación e intentó saltarse el veto de EEUU. No por afinidad comunista. Estaba pensando en el futuro de su propio Partido, la ya entonces muy corrupta Democracia Cristiana, y en el incesante crecimiento de la influencia del PCI en la oposición.

Dos años más tarde, el 16 de marzo de 1978, Moro empaquetó los documentos del compromesso storico en su maletín, el programa de la alianza entre la DCI y el PCI de Enrico Berlinguer, y ordenó al conductor de su vehículo, cuenta Ganser, que le llevara a la sede del Parlamento italiano en Roma, donde “estaba determinado a presentar el plan para incluir a los comunistas italianos en el ejecutivo”. 

El coche de Moro, acompañado del de sus guardaespaldas, se estaba acercando al cruce de la Via Mario Fani y la Via Stresa, en el barrio residencial de Roma donde vivía. 

Un Fiat blanco giró bruscamente la esquina y bloqueó el camino. El conductor del coche de Moro tuvo que frenar abruptamente. 

El coche escolta que les seguía chocó detrás de ellos. Dos hombres del Fiat blanco, y otros cuatro que esperaban en la calle, abrieron fuego contra los cinco guardaespaldas. 

Los disparos penetraron la carrocería no suficientemente protegida y casi todos los guardaespaldas de Moro murieron en el acto. Uno de ellos fue capaz de devolver dos disparos. Junto con otros dos guardaespaldas aún vivos fue rematado a quemarropa. 

Moro, el entonces presidente de la DC, fue secuestrado y mantenido como rehén en un piso situado en el centro de Roma, no en el extrarradio, durante 55 días. Su mujer pasó días de agonía junto con familia y amigos. Llegó a pedir ayuda al Papa Pablo VI, un viejo amigo de su marido. 

El cuerpo de Moro, lleno de disparos, fue encontrado en el capó de un coche abandonado también en el centro de la ciudad romana. Ganser señala, acaso especulativamente, que estaba simbólicamente aparcado a medio camino entre la sede de la DCI y del PCI.

Italia quedó en el estado de shock del que nos ha hablado Naomi Klein. El servicio secreto militar italiano y el primer ministro, el inefable Giulio Andreotti, culparon del crimen a las Brigadas Rojas, tomando medidas contra la izquierda italiana: se hicieron 72.000 controles de carretera, señala Ganser, 37.000 casas fueron registradas, más de seis millones de personas (la cifra es casi imposible de digerir) fueron interrogadas en menos de dos meses. 

El mismo Moro comprendió durante su secuestro que era víctima de un crimen político en el que la derecha política y los Estados Unidos estaban instrumentalizando a las Brigadas Rojas

En la última carta que escribió pidió que no se permitiera a ningún político de su partido, de la DCI, asistir a su funeral. “[…] Besa y acaricia a todos por mí, rostro tras rostro, ojo tras ojo, cabello por cabello […] 

A cada uno le envío una inmensa ternura a través de tus manos. Sé fuerte, querida, en este absurdo e incomprensible juicio. Estos son los caminos del Señor. 

Dales recuerdos a todos tus parientes y amigos con inmenso afecto, y a ti y a todos ellos os envío el más fuerte abrazo como muestra de mi amor eterno. 

Me gustaría saber, con mis pequeños ojos, mortales, cómo apareceremos uno ante el otro en el futuro.” 

Años más tarde, la comisión del Senado que investigó Gladio y las masacres sospechó que la CIA y el servicio secreto militar italiano, incluyendo a sus fuerzas de choque, habían organizado el crimen del dirigente democristiano.

 Se reabrió el caso. Se encontraron con una curiosa sorpresa: casi todos los archivos del secuestro y asesinato de Aldo Moro habían desaparecido misteriosamente de la documentación del Ministerio del Interior italiano. 

Todos los archivos que contenían los registros oficiales de las llamadas telefónicas, la correspondencia entre Moro y el gobierno italiano, los contactos con las fuerzas de seguridad y las transcripciones de encuentros realizados durante los casi dos meses de secuestro habían desaparecido. 

La comisión del Senado, señala Ganser, criticó ampliamente que “los documentos del comité de crisis del Ministerio de Interior desaparecieron”, subrayando que “la reflexión sobre el caso Moro debe ser insertada en una evaluación más amplia”, que el “fenómeno debe ser considerado en la realidad histórica del período”

La comisión concluía, con prudencia y claridad meridianas, que el asesinato de Moro fue “un proyecto criminal en el que las Brigadas Rojas con toda probabilidad fueron instrumentos en manos de un contexto político más amplio” [la cursiva es mía]. 

Además de ello, el Senado observó que en 1978, el año del asesinato, “la administración de los Estados Unidos primero rechazó ayudar en las investigaciones sobre el secuestro, y más tarde envió a un único experto en secuestros que trabajó bajo la dirección del Ministerio de Interior”

Un único experto bajo la dirección del tenebroso Ministerio de Interior italiano. El lado oscuro de la fuerza.

¿Qué se dijo durante años y años, durante décadas, incluso actualmente cuando se recuerda lo sucedido? 

Que las Brigadas Rojas fueron responsables de un vil asesinato a sangre fría, que una organización marxista-comunista revolucionaria italiana era autora de un crimen execrable, que el comunismo no tenía arreglo, que sus desvaríos políticos no tenían parangón, que ningún demócrata podía ser afín ni afable a esa ideología totalitaria, que una vez más los comunistas mostraban su verdadero rostro, que el socialismo y la revolución eran sinónimos de caos, desorden y barbarie, que el PCI, incluso conociendo su comportamiento durante el secuestro nunca partidario de negociación con los secuestrados, daba alimento a esa fieras sedientas de sangre que, de hecho, habían salido de sus propias entrañas. Etc. Etc. 

La música es conocida, la letra ha sido repetida hasta la saciedad. 

No hace falta señalar ni aquilatar el inmenso poso político-cultural que todo ello tuvo, y sigue teniendo, entre la ciudadanía italiana y europea, incluso entre buenas gentes y entre las clases trabajadoras. 

Es casi pueril lamentarse. Es sabido que los procedimientos de las instituciones del sistema no tienen freno ni límites ni, desde luego, inquietudes éticas. 

Pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o la diga el porquero a pesar de las razonables dudas de este último, y tiene más mérito si él la dice sin cálculo de intereses, sin cartas marcadas, sin estrategias falsarias anexas, en honor de la justicia humana. 

Notas:

[1] “Sobre la edición de Los ejércitos secretos de la OTAN de Daniele Ganser (I). Un libro imprescindible para la izquierda”. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=102624

[2] Daniele Ganser, Los ejércitos secretos de la OTAN. El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2010, pp. 125 y siguientes. 


Related Posts

Subscribe Our Newsletter