Una reducida camarilla mafiosa a cuya cabeza se encuentra Maurizio Macrì, dispone de la suma del poder público a lo que se agregan los poderes mediático y económico.
Quedan unos pocos residuos fácilmente controlables que tal vez sobrevivan algo más y que servirán mientras existan para que el súperpoder muestre la existencia de pluralismo.
Algunos diputados y senadores exhibirán sus figuras opositoras aunque ambas cámaras ya estaban bajo control en los temas fundamentales y lo estarán mucho más en el futuro. Aún queda alguno que otro juez marginal relativamente independiente pero pero altamente vulnerable ante una reprimenda del Poder.
Podemos distinguir una suerte de “primera etapa” de la tragedia donde la manipulación mediática-judicial ocupa todavía el centro de la escena, fue la que impuso una original forma de golpe blando en 2015 permitiendo el encumbramiento de la mafia bajo un disfraz democrático, apabullando a dirigentes sindicales y políticos opositores y opoficialistas y encandilando a un amplio espectro social cuyo núcleo duro neofascista fue mantenido en permanente estado de excitación reaccionaria.
Pero esa etapa, con sus periodistas mercenarios y las caras sonrientes del presidente y sus ministros irá perdiendo eficacia en el futuro a medida que la concentración de ingresos avance un poco más y que los saqueos tarifarios y otros resulten insoportables para grandes masas de la población.
Es por eso que antes de que dicha etapa cumpla su ciclo va despuntando la segunda fase con gendarmes convertidos en policía militar y fraude electoral (voto electrónico manipulado mediante).
Dentro de no mucho tiempo presenciaremos el despliegue total: mediático, represivo e institucional de un régimen novedoso para los argentinos en cuya memoria se encuentra una siniestra serie de dictaduras militares sin la presencia de dictadura civiles y mucho menos de despotismos mafiosos.
Para entender lo que está pasando tendríamos que observar en primer lugar la mutación (la degradación profunda) de nuestra élite dirigente convertida en lumpenburguesía.
No se trata de un fenómeno reciente, local e inesperado.
El mismo se viene desarrollando de manera visible desde la última dictadura militar, cuando los Macri, por ejemplo (y no solo ellos), dieron un enorme salto en sus negocios y se convirtieron en un clan miembro del reducido club de los súper-ricos.
Siguió avanzando durante la postdictadura aprovechando las limitaciones, debilidades y corrupciones de una democracia funcional a sus intereses.
En segundo término es necesario constatar que no nos encontramos ante un hecho raro del panorama global sino de la expresión argentina, subdesarrollada, de un proceso de financierización generalizada del sistema mundial, forma dominante de un espacio donde pululan políticos y tecnócratas corruptos y elitistas, militares y mercenarios nihilistas y demás protagonistas de una civilización decadente.
Menem representó la adaptación de Argentina a la victoria de los Estados Unidos contra la URSS, entonces emergía una superpotencia que prometía un dominio total y prolongado del planeta y cuyo discurso neoliberal aseguraba prosperidad para todos gracias al libre mercado.
Como sabemos eso no fue más que una ilusión que poco tiempo después demostró su falsedad, las emergencias de China y Rusia señalaron la irrupción de la multipolaridad y en América Latina quienes no se doblegaban ante el Imperio sobrevivieron (como Cuba) y generaron un ciclo progresista.
La apuesta menemista era infame y cipaya pero expresaba un cierto realismo oportunista por supuesto muy primitivo.
La aventura macrista no se apoya en un mito global medianamente creíble, tampoco promete prosperidad ni libertad.
Su ascenso reúne odios clasistas combinados con brotes de racismo y empecinamiento conservador, sus referentes globales-occidentales, los Estados Unidos y la Unión Europea, muestran cotidianamente su declinación económica y sus deterioros institucionales.
Pero al igual que en el caso del menemismo exhibe la extrema fragilidad de su trayectoria económica, el festival de deudas públicas, el agigantamiento del déficit comercial y la reducción del mercado interno (golpeado por ajustes, sobreprecios internos, despidos y retrasos salariales) señalan la ruta hacia una segura crisis mucho más demoledora que la de 2001.
Pero lo peor que podríamos hacer sería caer en el reduccionismo económico y creer que el desastre financiero futuro marcará el fin de la dictadura.
Sus jefes en los dos últimos años sin dejar de hacer muy buenos negocios manejaron las cosas priorizando sus objetivos políticos más allá de una que otra desprolijidad, avanzando paso a paso en la instalación del régimen dictatorial.
Ahora ya asegurados del control completo del Estado apretarán el acelerador económico, introducirán diversas formas de superexplotación laboral, desatarán saqueos y ajustes desplegando junto a sus aparatos mediático y judicial una densa estructura represiva buscando así aplastar protestas en curso y potenciales puebladas cuando la crisis económica se haga presente.
Claro que la crisis económica y social golpeará a la mafia, la desestabilizará, y que las bases populares serán impulsadas hacia la protesta a gran escala (incluidos los sectores clasmedieros y bajos actualmente drogados por el chupete electrónico) y que ello debería colocarlas frente a frente. Pero con esas reflexiones ya estamos ingresando en el mundo de los escenarios futuros posibles, para poder construirlos deberíamos prepararnos desde ahora.
Es lo que están haciendo Macrì y su banda, saben que su éxito se apoya en la degradación integral de la sociedad argentina, en su fragmentación económica extrema asociada a la extinción de identidades populares solidarias, al predominio de la estupidez mediática, proceso de embrutecimiento que bloquearía toda posibilidad de insubordinación masiva.
Tal vez eso no sea más que una utopía fascista, el abuelo de Maurizio: Giorgio Macri, fue un notorio mafioso calabrés beneficiario y colaborador del régimen de Benito Mussolini, su carrera italiana concluyó mal y terminada la Segunda Guerra Mundial tuvo que emigrar, desgraciadamente hacia la Argentina.
Su nieto ahora embarcado en una aventura tanática puede llegar a tener (si el pueblo argentino lo decide) un destino parecido... o algo peor.
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