Después de que Donald Trump despotricara dirigiéndose a modo de respuesta a lo que despotricaba Corea del Norte, manifiestamente menos peligroso, el presidente francés Emmanuel Macron declaró su «profundo respeto» en relación al líder norteamericano. Nadie, por otro parte, protestó en la sede de Naciones Unidas, con la salvedad de la preocupación mostrada por el representante ruso.
La respuesta más seria parece, por tanto, un largo documental (en nueve partes, divididas en tres veladas) realizado por dos periodistas de los Estados Unidos, Ken Burns y Lynn Novik, transmitido por la red franco-alemana Arte.
El material recogido se inicia de hecho en 1964 – tras la derrota de Francia en Dien Bien Phu, que puso fin al largo protectorado francés sobre el conjunto del territorio e inquietó a los EE.UU., asustados por el crecimiento de la influencia china y comunista en la zona – y continúa desde ahí hasta los primeros años 70: se trata en resumen de la terrible fase americana (iniciada formalmente en 1950) de esa guerra. Fue Lyndon Johnson quien empezó los bombardeos, con su ministro de Defensa, Robert MacNamara.
Johnson nunca aceptó reconocer que la guerra contra los “vietminh” no era más que una sucesión de derrotas, pero no se presentó a un segundo mandato, dejando espacio al «truhán» Nixon (la definición es de Lilian Hellman) que, como se recordará, se vio obligado a dimitir en 1974 tras el escándalo Watergate.
Por mucho que declarase inicialmente que obraría en pro de la paz, nada hizo en absoluto: 1968 sería testigo de hecho de la ofensiva más fuerte de las tropas del Norte, que alcanzó Saigon junto a otras diversas ciudades del sur («ofensiva del Tet»).
A partir de entonces se abriría un largo camino hacia la derrota norteamericana, que habría culminado en cerca de quince años de matanzas.
El documental no esconde las fases de ese enfrentamiento entre el pequeño Vietnam y los grandes Estados Unidos, cuyo ejército de ocupación llegará a cerca de medio millón de hombres.
Es un esfuerzo bélico feroz y extraordinario que produce, a partir de los inicios del 68, la reacción de los estudiantes que se manifiestan en los campus universitarios, y poco después de los veteranos que, por primera vez en la historia norteamericana, atacan al gobierno definiendo esa guerra como un empeño no sólo militarmente insensato sino inmoral: la guerra despierta los aspectos salvajes de la humanidad .
Bajo este perfil, el documental – al que los periódicos se han guardado bien de dar publicidad – no sólo es la mejor respuesta a Trump, sino que es también la más extensa historia de la crisis que sacudió a los Estados Unidos.
La información sobre las matanzas es impresionante, y como tal se confiesa a su vez: no sólo no se esconden las cifras de las pérdidas, tampoco el «cómo» de las múltiples derrotas sobre el terreno: entre los muchos ataúdes embarcados para los Estados Unidos, un número elevado carece de nombre porque no se llegan a recuperar los cuerpos sino solamente un brazo aquí, una pierna allá.
Sin embargo, queda claro que el gobierno, desde los tiempos de Johnson, pese a que se alejara la perspectiva de una fácil victoria, se niega a reconocer la derrota en la que se encuentran los norteamericanos, apostando sobre todo por la ferocidad de los ataques, no sólo contra los soldados sino contra los civiles.
La palabra «salvaje» es la más usada por parte de quien ha combatido: salvajes los ataques, salvajes las represalias contra los civiles, hasta el punto de sembrar el malestar entre las mismas tropas norteamericanas, no habituadas a discutir las decisiones de los propios mandos militares. En este sentido, la guerra del Vietnam es también una tragedia norteamericana que influirá profundamente en toda la sociedad y en sus equilibrios politicos.
Encontramos en el documental imágenes que siguen siendo tristemente famosa: aparte las aldeas y los campos devastados, las célebres fotografías del oficial norteamericano que dispara a la cabeza de un chico prisionero (hay más de una) y la instantánea de la chiquilla que corre desnuda, con la piel hecha jirones, en un intento de salvarse, hasta la retirada de las tropas de los States que huyen desde el helipuerto del tejado de la Embajada norteamericana.
A decir verdad, la única medida inteligente intentada por Nixon no se da en el plano militar sino que es su viaje a China; se trata de uno de los presidentes norteamericanos más anticomunistas, la medida es por tanto sorprendente y arroja una cierta confusión, ya en las relaciones entre China y la Unión Soviética, ya evidentemente en el sur de Vietnam, que queda del todo abandonado por quien se había embarrado en su desdichada aventura colonial.
Deberíamos preguntarnos cómo ha sucedido que esa larguísima guerra colonial, cuyos resultados se dejaron sentir en toda Europa, parezca hoy de hecho olvidada: ¿quién se acuerda, también entre los movimientos de los años del 68 a los años 70 que en su origen está la tragedia vietnamita y sus reflejos en los Estados Unidos, la percepción de su protervia sobre todo por parte de los jóvenes?
También en la producción cinematográfica han quedado huellas de ello.
Es sorprendente que el mismo Vietnam prefiera hoy distraerse con las ventajas del propio turismo, antes que recordar el sufrimiento y los años heroicos de su guerra.
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