Pablo Gonzalez

De cómo el nacimiento violento de Israel destruyó Palestina

Mientras celebra la Nakba palestina como su victoriosa independencia, Israel se está preparando para una gigantesca celebración del 50º aniversario de la ocupación de Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza.


Refugiadas palestinas en improvisados campamentos tras ser expulsadas de sus hogares por las milicias sionistas. (Archivos de la época). 

Dos fechas se usan a menudo para enmarcar el llamado ‘conflicto palestino-israelí’: Nakba el 15 de mayo de 1948, y Naksa el 5 de junio de 1967. Nakba significa “catástrofe”, un término que era usado comúnmente para describir la violencia usada contra la población árabe palestina durante el período del colonialismo británico en Palestina, que se extendió desde 1917 hasta 1948.

El término Nakba se transformó para definir el cenit de la colonización y el asentamiento británico y sionista en Palestina, que en última instancia condujo a limpiar étnicamente a la población palestina de su territorio histórico entre 1947 y 1948.

 El 15 de mayo de 1948 fue el acto final de todas las “catástrofes” previas. 

Naksa, por otro lado, significa “desengaño”.

En ese período había grandes esperanzas entre la población árabe de que los ejércitos árabes conseguirían derrotar a Israel, recuperar la Palestina histórica y preparar el camino para que la población refugiada –despojada durante la Nakba− regresara a sus hogares.

Para entonces, el número de refugiadas/os había crecido exponencialmente, y los campos de refugiados reventaban de miseria e indigencia. Durante la Nakba, cerca de 500 localidades fueron destruidas, pueblos palestinos enteros fueron vaciados, y aproximadamente 800.000 personas fueron expulsadas para hacer lugar a los inmigrantes judíos que venían de todos los rincones del globo. 



Imágenes de la Nakba. Archivo Palestine Remembered.

La guerra de 1967, sin embargo, fue un gran desengaño. Los árabes fueron derrotados estruendosamente.

La falta de preparación y las expectativas exageradas del lado árabe, y la enorme ayuda financiera y militar de EE.UU. y Occidente a Israel llevaron a una derrota humillante para los árabes en todos los frentes: Cisjordania, la frontera occidental de Jordania, la Franja de Gaza, el Sinaí egipcio y los Altos del Golán sirios.

La derrota definió decisivamente el marcador militar para Israel, consolidando como nunca antes sus relaciones con Estados Unidos; e −igualmente importante− condujo a un cambio fundamental en el discurso. 

Después de la guerra y durante mucho tiempo, la Nakba fue relegada en gran parte a los libros de historia, y las nuevas fronteras de Israel −que adquirió enormes tierras árabes, incluyendo toda la Palestina histórica− se convirtieron en el nuevo marco de referencia.

La derrota de 1967 puso fin a un dilema anterior, en el que la lucha armada palestina era a menudo dictada por los países árabes, principalmente Egipto, Jordania y Siria.

 La ocupación del 22 por ciento restante de Cisjordania desplazó el enfoque hacia Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza, y permitió a la facción palestina Fatah redefinir su papel a la luz de la derrota árabe y la posterior división.

La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) insistió en que la derrota en la guerra no debía comprometer la integridad de la lucha, y que Palestina −toda Palestina− seguía siendo la cuestión acuciante.

El mensaje de Gamal Abdul Nasser, el presidente egipcio, parecía, por primera vez, desconcertado, aunque siguió abogando por una confrontación militar convencional con Israel.

 Esa división se puso de relieve más claramente en la cumbre de agosto de 1967 en Jartum, donde los líderes árabes se enfrentaron en torno a prioridades y definiciones.

¿Deben las conquistas territoriales de Israel redefinir el estatus quo? ¿Deberían los árabes enfocarse en volver a la situación anterior a la de 1967 o a la de 1948? Siria, por otra parte, no asistió a la cumbre.

No obstante, los árabes acordaron que no habría negociaciones, reconocimiento ni paz con Israel, cuyo comportamiento seguía siendo una fuente de pérdidas, derrotas y hostilidad en toda la región. 




13/6/1967: Prisioneros de guerra egipcios arrestados por las fuerzas israelíes en el desierto del Sinaí después de la Guerra de los Seis Días. [Getty Images]

La respuesta a la guerra tampoco fue prometedora internacionalmente.

El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la Resolución 242 el 22 de noviembre de 1967, reflejando los deseos de la administración estadounidense de Lyndon B. Johnson de capitalizar el nuevo estatus quo.

La resolución exigía la retirada israelí “de los territorios ocupados” a cambio de la normalización con Israel.

El nuevo discurso del período posterior a 1967 alarmó a los líderes palestinos, pues se dieron cuenta de que cualquier arreglo político futuro probablemente ignoraría la situación que existía antes de la guerra, y sólo intentaría remediar los agravios posteriores.

La victoria de 1967 fue otra oportunidad para que Israel, empoderado por su triunfo militar, reescribiera la historia.

El discurso oficial israelí reflejó esa sensación de poder recién adquirido.

 De hecho, Israel se sintió lo suficientemente poderoso como para cambiar su discurso: de presentarse como un país victimizado que defendía su frontera de las hordas árabes, pasó a mostrarse como un país con supremacía sobre las ideas, la historia y el sentido común.

Aunque había conquistado toda Palestina y sometido a sus millones de habitantes, seguía declarándolos inexistentes.

 En efecto, la infame declaración hecha por la ex primera ministra israelí Golda Meir de que los palestinos “no existían” y que “no hay tal cosa como un pueblo palestino” era mucho más peligrosa que un simple comentario racista, como acertadamente entendieron muchos.

La declaración fue hecha dos años después de la Naksa. 




Palestinas marchando en Ramala en el 65º aniversario de al-Nakba (Ahmad Mesleh).

Cuantas más tierras Israel se apropiaba ilegalmente por medios militares, y más población palestina era limpiada étnicamente de su patria ancestral, más necesidad urgente sentían los líderes israelíes de borrar de los anales de la historia al palestino como un pueblo con una identidad, una cultura y derecho a una nacionalidad.

Si los palestinos “existieran” en la imaginación israelí, no podría haber ninguna justificación moral para la creación de Israel; ningún giro sería lo suficientemente poderoso como para regocijarse con el nacimiento del “milagro” israelí que “hizo florecer el desierto”.

 El nacimiento violento de Israel exigía insensiblemente la destrucción de toda una nación −una nación con una historia, un idioma, una cultura y una memoria colectiva únicas.

Por lo tanto, el pueblo palestino tenía que ser aniquilado para eliminar cualquier posible sentido de culpabilidad, vergüenza y responsabilidad legal y moral por parte de Israel por lo que le había sucedido a millones de personas desposeídas.

Si un problema no existe, entonces no hay obligación alguna de solucionarlo. Así, la negación del pueblo palestino era la única formulación intelectual que permitiría a Israel sostener y promover sus mitos nacionales. 

Tampoco sorprende que la lógica israelí fuera lo suficientemente convincente para quienes −impulsados ​​por la necesidad política, el celo religioso o simplemente el autoengaño− sentían la necesidad de celebrar también el “milagro” israelí.

  Su nuevo mantra -tal como fue repetido hace algunos años por uno de los políticos estadounidenses más oportunistas e ignorantes: Newt Gingrich- era: “El palestino es un pueblo inventado“.

Esta lógica penetró en todas las facetas de la sociedad israelí.

A pesar de un incipiente movimiento en Israel que intenta desafiar la narrativa oficial, en la literatura israelí el palestino es una “sombra muda”, como elocuentemente lo expresó Elias Khoury.

 La sombra es un reflejo de algo real, pero intangible.

Es mudo para que se le pueda hablar, pero nunca pueda responder.

La “sombra muda” palestina existe y no existe. Pero desafiar el sentido común y reescribir la historia es un viejo hábito israelí. El discurso oficial de Israel sobre lo que ocurrió durante la Nakba no fue algo acabado hasta los años ‘50 y ‘60.

 En un artículo de Haaretz titulado “Pensamiento catastrófico: ¿Intentó Ben Gurion reescribir la historia?”, Shay Hazkani reveló el intrigante proceso por el cual el primer primer ministro de Israel, David Ben Gurion, trabajó en estrecha colaboración con un grupo de eruditos judío-israelíes para elaborar una versión de los acontecimientos que describiera lo que había ocurrido en 1947-48.

“Ben-Gurion probablemente nunca escuchó la palabra ‘Nakba’; pero muy temprano, a fines de los años ‘50, el primer primer ministro de Israel comprendió la importancia del relato histórico“, escribió Hazkani. Ben Gurion quería propagar una versión de la historia que fuera consistente con la posición política de Israel, pero carecía aún de “evidencia” para apoyar esa posición.

La “evidencia” fabricada finalmente se convirtió en “historia”, y no se permitió ninguna otra narrativa que desafiara la versión de Israel sobre la Nakba.

El líder israelí encargó a los académicos oficiales la tarea de crear una historia alternativa que continúa permeando el pensamiento israelí hasta el día de hoy.

 La distracción de la historia −o de la realidad actual de la horrible ocupación de Palestina− ha estado en marcha durante casi 70 años.

El absurdo de que Israel celebre el 50º aniversario de haber ocupado Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza no escapa a todos los israelíes, por supuesto. 



“Israelíes, ¿qué hay que celebrar, exactamente: 50 años de derramamiento de sangre, abuso, despojo y sadismo? Sólo las sociedades que no tienen conciencia celebran esos aniversarios”. Gideon Levy.

“Un Estado que celebra 50 años de ocupación es un Estado que ha perdido el rumbo, y cuya capacidad de distinguir el bien del mal se ha desbarrancado“, escribió el comentarista israelí Gideon Levy en Haaretz. “Israelíes, ¿qué hay que celebrar, exactamente: cincuenta años de derramamiento de sangre, abuso, despojo y sadismo?

 Sólo las sociedades que no tienen conciencia celebran esos aniversarios“. Levy sostiene que Israel ha ganado la guerra de 1967, pero “ha perdido casi todo lo demás“.

Desde entonces, la arrogancia de Israel, su odio por el derecho internacional, “su desprecio continuo por el mundo, su jactancia y su bullying” han alcanzado niveles sin precedentes. El artículo de Levy se titula “Nuestra Nakba”.

El valiente Levy tiene razón, por supuesto; pero si hay que juzgar la “Nakba” israelí en términos estrictamente morales, entonces la vergüenza debe comenzar mucho antes: por lo menos 20 años antes de la guerra de 1967. 

Más voces judías están uniéndose a un movimiento intelectual palestino que durante mucho tiempo ha intentado redefinir las raíces de la lucha palestina. Escribiendo en Forward, Donna Nevel se niega a aceptar que la discusión sobre el conflicto en Palestina empieza con la guerra y la ocupación de 1967.

Nevel es crítica con los llamados “sionistas progresistas” que insisten en enfocar la conversación sólo en la cuestión de la ocupación, limitando así cualquier posibilidad de salida a la “solución de dos Estados”.

Esa “solución” no sólo está muerta y es inviable prácticamente, sino que la discusión en sí misma excluye del todo a la Nakba.

“La Nakba no entra en estas conversaciones porque es el legado y la manifestación más clara del sionismo“, escribió Nevel.

 “Aquellos que ignoran la Nakba –como han hecho consistentemente las instituciones sionistas e israelíes− se están negando a reconocer la ilegitimidad del proyecto sionista desde el comienzo de su implementación“. 

Esta es precisamente la razón por la cual la policía israelí recientemente bloqueó la Marcha del Retorno, realizada anualmente por la población palestina de Israel.

 Durante años, Israel ha estado alerta ante un movimiento creciente de personas palestinas, israelíes y de todo el mundo que está presionando por un cambio de paradigma para entender las raíces del conflicto en Palestina.

Ese nuevo pensamiento fue el resultado racional del fin del “proceso de paz” y la desaparición de la “solución de dos Estados”.

 Incapaz de sostener sus mitos fundacionales, pero incapaz también de ofrecer una alternativa, el gobierno israelí está utilizando medidas coercitivas para responder al movimiento en ciernes: castigar a quienes insisten en conmemorar la Nakba, multar a las organizaciones que participan en tales eventos, e incluso percibir como traidor a cualquier individuo o grupo judío que se desvíe del pensamiento oficial.

En estos casos, la coerción casi no funciona.

 “La Marcha [del Retorno] ha crecido rápidamente en tamaño durante los últimos años, desafiando medidas cada vez más represivas de las autoridades israelíes“, escribió Jonathan Cook en Al Jazeera. Parece que casi 70 años después de la fundación de Israel, el pasado sigue pesando. 

Afortunadamente, a las voces palestinas que han estado luchando contra la narrativa oficial israelí se les está uniendo un creciente número de voces judías.

Es a través de una nueva narrativa común que se podrá alcanzar una verdadera comprensión del pasado, con la esperanza de que la visión de un futuro de paz pueda reemplazar a la actual, que sólo puede sostenerse mediante la dominación militar, la desigualdad y la pura propaganda. 

Publicado en Al Jazeera el 1º de mayo de 2017

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