Finalmente, Trump está entrando en el redil de lo políticamente correcto.
El complejo militar-industrial al que pertenece la mayor parte de su equipo, lo ha “persuadido”.
Ya se veía extraño el aumento en gastos militares mientras paralelamente el improvisado político decía que bajo su gobierno, Estados Unidos no intervendría en asuntos internos de otros países.
Nadie podría refutar ahora la afirmación de que las grandes potencias imperialistas y el Estado Islámico hacen causa común, así como nadie podría negar que el primero en aplaudir el reciente bombardeo norteamericano contra una base militar de la fuerza aérea siria debe haber sido el Estado Islámico, ese engendro del imperialismo norteamericano, que se bate en retroceso frente al ejército sirio y que cada vez está más fuera de control (¿o tal vez no?) como otros tantos similares, y que ha servido de pretexto adicional y necesario para la intervención de las grandes potencias en el Medio Oriente.
Previamente a la intervención en Irak, Colin Power juró en la ONU, ante un extraño artefacto que portaba entre sus dedos como un amuleto religioso de la era cibernética, que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva.
El gobierno de Bush aprovechó para ello el impacto en ese entonces aún fresco en la psicología norteamericana, de la voladura… digo, del derribamiento de la Torres Gemelas, por dos aviones comerciales secuestrados por presuntos terroristas de Al Qaeda, organización que por cierto, era enemiga a muerte de Saddam Hussein, de Muammar Gaddafi y de cuanto enemigo tuviera Estados Unidos en la zona.
Vaya coincidencia.
Irak fue invadido, igual que Afganistán, y el caos se apoderó de una región cuya frágil estabilidad habían sabido manejar de algún modo regímenes ciertamente fuertes (como el de Hussein en Irak y el de los Al Assad en Siria), pero con gran apoyo popular, políticas sociales incluyentes y una visión cultural mucho más cercana a Occidente que la de los extraños y en todo caso, nada democráticos aliados de Estados Unidos en el mundo islámico, como por ejemplo, Arabia Saudita, donde el régimen penal incluye la flagelación, la lapidación y la amputación, y donde manejar un auto es un delito si lo hace una mujer.
A la invasión de Irak y Afganistán siguieron, algún tiempo después, las “primaveras árabes” y su secuela de intervenciones de las grandes potencias en aquella región.
El derrocamiento de Gaddafi en Libia es el ejemplo más emblemático al respecto.
Libia pasó de ser un país con envidiable estabilidad y bienestar social en medio de una zona turbulenta, a ser la versión terrenal del infierno.
Lo mismo se puede decir de Siria, donde sin embargo, no fructificó el intento de derrocar a Bashar Al Assad, firme aliado de Rusia, potencia ahora emergente que hace contrapeso a la unipolaridad mundial ejercida años atrás por Estados Unidos y sus aliados.
Tal como lo advirtió Gaddafi, el beneficiario principal de la intervención occidental en los países árabes y musulmanes fue el terrorismo.
Pocas veces se ha visto el nivel de atrocidad obscenamente exhibicionista con que actúa el Estado Islámico, cuyos primeros brotes surgieron precisamente en Libia y cuyos primeros exponentes participaron directamente en el horrible linchamiento del líder de aquel país, cuya muerte fue tan similar a la de aquel prócer y gigante ético africano llamado Patricio Lumumba, víctima de la intervención belga en el Congo.
Lo increíble es que de pronto un buen día Estados Unidos viene y reconoce que… ¡ups!, Saddam Hussein no tenía armas de destrucción masiva.
¿Y entonces? Vaya por Dios, ¿todo lo que ha pasado en aquellos desafortunados países (los centenares de miles de muertos, la diáspora de millones de refugiados a quienes los causantes de la misma se niegan a dar asilo, etc.) ha sido entonces producto de un “lamentable error” de Estados Unidos?
Sería de esperarse entonces que como mínimo, se retiraran las tropas interventoras de toda aquella zona, muertos de vergüenza los gobiernos que las enviaron, y si el mundo fuera un lugar respetable, los “despistados” que causaron semejante mortandad y una tragedia humana de dimensiones apocalípticas por un “inocente error” deberían ser juzgados por tan criminal estupidez, aun en caso de que realmente todo hubiera sido ocasionado por un error.
Llama la atención, claro, lo rentable que resultó ese “error”, gracias al cual las potencias occidentales han tomado el control de los océanos de petróleo que hay en los países invadidos.
Pues bien, ahora resulta que alguien usa armas químicas en Siria y Estados Unidos decide, menos de veinticuatro horas después, bombardear el país sin molestarse esta vez siquiera de mostrar artefacto alguno con ayuda del cual convencer a la opinión pública de que hay sofisticadas pruebas de que el autor del bombardeo con gases mortales fue el ejército sirio.
O sea, primero ejecutan al sospechoso y después averiguan (o ni eso) si era culpable o no; pero aun en caso de que hubiese pruebas, la intervención unilateral atentaría de igual manera contra las más elementales normas del Derecho Internacional.
La consecuencia es que ahora la ONU, si – tal como corresponde – quisiera investigar quién usó las armas químicas (si el Estado Islámico o el gobierno sirio), tendría que ingeniárselas para lidiar con el hecho de que Estados Unidos y todas las potencias europeas que lo apoyaron en el bombardeo serían parte interesada en la investigación, ya que evidentemente, les convendría que la misma adjudicara la culpa del uso de esas armas al gobierno de Bashar Al Assad y no al Estado Islámico, ya que en la primera variante, aunque no se justificaría, al menos a nivel de imagen se legitimaría de algún modo el bombardeo perpetrado por Estados Unidos.
Otra vez “coinciden” pues, los intereses de Estados Unidos y las potencias europeas con los del Estado Islámico.
A escasos tres meses de haber asumido la presidencia, Donald Trump tiene al mundo al borde a una tercera guerra mundial, porque dicho sea de paso, es de esperarse que Rusia no permanezca indiferente ante este golpe bajo de quien se deshizo en elogios hacia Putin – a quien acusan incluso, de haber incidido en las elecciones norteamericanas a favor de Trump – para luego atacar sin previo aviso ni sustento legal o racional alguno, al principal aliado de Rusia en el mundo árabe.
De más está decir que por las razones ya planteadas, en el escenario potencial de dicha guerra aparecen Estados Unidos y Europa cada vez más en el mismo bando del terrorismo fundamentalista islámico.
Trump está entrando al redil, decíamos al comienzo; pero es un tipo tan letal y destructivo, que incluso haciendo eso pone al mundo entero en ascuas, pues lo hace a bombazo limpio. Mientras tanto, los únicos que respiran al fin aliviados son ahora los tradicionales personeros de oficio de la derecha norteamericana (los medios informativos, los “analistas” oficiosos, la clase política) que se horrorizaban de ver a Trump pateándoles el tablero, y cuya zozobra por la llegada del impredecible, caprichoso e inculto magnate a la Presidencia, ha llegado a su fin del modo más infeliz imaginable.
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