Como consecuencia del desplome económico de 2007, Obama aprobó tres años después la ley Dodd-Franck porque también en Estados Unidos hay quien cree que las crisis del capitalismo son consecuencia de los errores, las malas decisiones o la voracidad de los especuladores.
La mano invisible del hombre, la intervención externa sobre los mercados (que nunca fallan), tiene consecuencias desastrosas.
Si esos errores se suprimen, todo va bien; aprobemos una ley para que no haya más crisis económicas y bajo el capitalismo toda irá sobre ruedas.
Ese es el significado de la ley Dodd-Franck que ahora Trump ha derogado, por lo que ya no sabemos quién tiene razón, si Obama al aprobar la ley o Trump al derogarla.
Dicho en términos periodísticos, la ley es el típico intento de contener la especulación financiera, los excesos, en defensa de los consumidores, o sea, de los propios especuladores, de los ingenuos a los que atracan con todo tipo de chucherías bursátiles, tales como bonos, obligaciones, derivados, acciones, seguros, calificaciones, etc.
Sin embargo, la ley tenía un componente singular que afectaba especialmente al Tercer Mundo y a los países mineros y petroleros, en general, ya que obligaba a las empresas cotizadas en las bolsa de Estados Unidos a publicar el dinero (léase sobornos y mordidas) pagados a los gobiernos de los países productores en concepto de impuestos, concesiones, adjudicaciones o cualquier otro.
El gobierno de Obama lo presentó como parte integrante de su lucha contra la corrupción en el Tercer Mundo, en defensa de la transparencia y de los derechos de los accionistas, de los inversores, etc.
Ahora Trump acaba con todas esas bobadas y se presenta ante los mercados tal cual es: un capitalista sin tapujos ni adornos de ninguna clase.
En palabras de uno de sus consejeros económicos, Gary Cohn, que antes lo fue de Goldman Sachs, “se trata de ser un actor en el mercado mundial, en el que debemos, podemos y lograremos una posición dominante si nos mantenemos al margen de cualquier reglamentación”.
La competencia, afirma Cohn, no se ata las manos con ningún tipo de regulaciones, por lo que las multinacionales de Estados Unidos también deben abandonar sus escrúpulos.
A eso le llaman libre mercado: es necesario recurrir al dinero negro, a los sobresueldos y a los maletines a los políticos y funcionarios de los países del Tercer Mundo (y para Estados Unidos el Tercer Mundo son todos los países del mundo, excepto ellos mismos).
El artículo 1504 de la ley obligaba a las empresas cotizadas en las bolsas de Estados Unidos que negociaban con minerales extraídos de la República Democrática del Congo y países vecinos a notificar a la SEC, el organismo que controla las bolsas, todas sus adquisiciones, una medida que afectaba a las multinacionales de electrónica que intervienen en el proceso de transformación del coltán, que han organizado todo tipo de crímenes y corruptelas en el centro de África.
Es necesario insistir en que la ley no afecta sólo a los monopolios de Estados Unidos sino a todos los que se cotizan en sus bolsas, que son muchos, por lo que las (des)regulaciones que impone Estados Unidos son (des)regulaciones mundiales.
La ley nunca tuvo ningún impacto real sobre ningún país del Tercer Mundo, como es obvio. Se aprobó para tranquilizar las conciencias de todos esos en los que la conciencia de ONG ha calado, que quieren luchar no contra el capitalismo, sino contra sus excesos, porque el capitalismo no les parece excesivo por sí mismo (“otro capitalismo es posible”).
Publicado por Resistencia Popular