Desde el surgimiento del movimiento obrero y su lucha por arrancarles prerrogativas al capitalismo salvaje del siglo XIX, la lucha de masas y la lucha electoral y legislativa estuvieron juntas, solo hay que recordar al movimiento británico de los Cartistas de los cuales habló Engels en su texto sobre el movimiento obrero británico.
Marx elogiaba el espíritu del capitalismo y de la burguesía al mismo tiempo que denunciaba las contradicciones ineluctables del sistema, contradicciones que llevarían a la estructura a su autodestrucción. Sigue sin ocurrir tal destrucción, al contrario, el capitalismo se ha adaptado y ha mutado a formas jamás pensadas por el barbudo y genio de Tréveris.
Las revoluciones burguesas del siglo XIX sentaron las bases para el parlamentarismo y el surgimiento de los modernos partidos políticos tal como lo estudiara Robert Michel y Maurice Duverger en el siglo XX. Marx nunca vio con buenos ojos al liberalismo del que escribía maravillas Stuart Mills, dicho liberalismo que ya se preocupaba por la incorporación de la mujer en la dinámica de la ciudadanía, al menos en Europa y de forma formal. Ya sabemos que el feminismo liberal era tan recortado y tímido que tuvo que ser suplantado por el feminismo de la segunda Ola y el socialismo ruso (Rosa Luxemburgo, Alexandra Kolontay).
Para los clásicos del socialismo la lucha electoral debía ir acompañada de la lucha de masas, tal fue el caso del apoyo de Marx a la Comuna de Paris, primer experimento de democracia directa que tuvo un infructuoso desenlace. De ahí Marx teoriza sobre la posibilidad de la creación de un gobierno de los trabajadores, de una democracia directa.
Aunque en Marx hay un planteamiento confuso, por una parte plantea una democracia directa o gobierno de autogestión y desarrolla la oscura teoría de la Dictadura del proletariado; teoría que era contrapartida al liberalismo y sus formalidades representativas y gubernamentales.
A pesar de lo que diga Atilio Borón, en polémica con Norberto Bobbio, sobre la creación en Marx de una filosofía política, la discípula de Lukács, Agnes Heller nos confirma que realmente y en sintonía con Bobbio, el barbudo de Tréveris nunca desarrolló una teoría política explicita sobre el poder, y la sociedad o forma de gobierno que suplantara a la democracia formal burguesa.
Para Marx la lucha electoral solamente era una metafísica mística, un malabar para engañar a los obreros, cuestión que Lenin aceptaba totalmente.
Rosa Luxemburgo nos dice en su texto Huelga de masas, Partido y sindicatos: Quienes se pronuncian a favor del método de la reforma legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social y en oposición a estas, en realidad no optan por una vía más tranquila, calma y lenta hacia el mismo objetivo, sino por un objetivo diferente.
En lugar de tomar partido por la instauración de una nueva sociedad, lo hacen por la modificación superficial de la vieja sociedad.
La luchadora y teórica del partido socialdemócrata alemán, sabía de la importancia de la lucha legislativa y la lucha de masas, se vivía en la sociedad burguesa, pero no se podría claudicar totalmente al sistema, de ser así la revolución de 1917 liderada por los Bolcheviques jamás se hubiese dado, y la fallida revolución alemana de 1919 donde Rosa fue asesinada; y ninguna de las revoluciones ulteriores.
Estamos ante un dilema radical de las izquierdas, una izquierda reformista que hace mucho renunció a cambiar el sistema y que su única ideología es la sumisión al sistema y adoptar una forma parasitaria pro capitalista y, por otro lado una izquierda revolucionaria pero que se encuentra anquilosada en sus postulados del siglo XIX, una izquierda radical transformadora pero que es talmúdica y cuasi religiosa en sus formas de aprehender la fenomenología y la ontología del movimiento histórico.
El viejo reformismo parece ante el nuevo reformismo como una radical concepción de la política, que no se ve otra cosa que el electorerismo y las Urnas como un fin en sí mismo, y el reformismo vergonzoso varía de país a país. En America Latina el reformismo da avances y retrocesos, parece golpear a la derecha pero parece que desmoviliza a las masas de forma abrumadora. Entonces, estamos en esa disyuntiva, de no ser tan sectarios y apoyar de forma relativa a los movimientos electoreros y también aceptar y criticar la cruza realidad que estos movimientos han desmovilizado de forma monstruosa a los trabajadores.
Caso emblemático es la Revolución bolivariana, un experimento muy llamativo de la posibilidad de cambiar la vieja democracia formal plutocrática por una democracia más representativa y participativa, llegando a radicalizar la democracia en sectores que antes la vieja democracia no había llegado, a saber, la economía.
Que los trabajadores sean los directores de las empresas y así crear una economía de autogestión. A lo más que ha llegado la Revolución Bolivariana ha sido a aplicar un tímido desarrollismo y políticamente una aplanadora bonapartista suigéneris.
El viejo reformismo era un apéndice del sistema y de la burguesía, y de alguna forma terminó traicionando al movimiento obrero, pero aun así era mucho más combativo que el reformismo actual.
El caso de Honduras es crónico y muy ejemplar. La algarabía electoral parece que no solo emociona a la derecha y a muchos jóvenes, sino a personas con alguna conciencia social desarrollada y una mediana o alta formación política.
El silencio en el movimiento político de la izquierda reformista, en este caso Melista, es horrorosa; ya no se habla de forma misteriosa del Frente de resistencia nacional, de paro cívico y de lucha de masas. El golpe de Estado desencadenó una lucha contra el Golpe que su fuerza solo se equiparaba a la de la Huelga del 54. Pero una vez más el movimiento fue traicionado. Los pactos entre élites, pueden llegar a detener el avance y los cambios.
No estamos en contra de la lucha electoral, pero los métodos y la idea del electorerismo como fin en sí mismo, es una idea tan aberrada que es nauseabunda y deprimente para un país que está sumido en el caos y en un gobierno represivo, violento, narco, y violador de todos los derechos humanos.
Como dice Zizek, no tendremos la gran revolución, no habrá los grandes cambios, pero a pesar de eso, se pueden señalar los límites del sistema. Realmente es una opinión desalentadora, pensar que no habrá revolución, estas siempre vienen cuando el sistema está caducando, cuando la estructura sobrepasa a la superestructura y no corresponde no más a su forma tal como decía Marx en su prologo a la Contribución a la crítica de la economía política. Necesitamos una izquierda que se rearme teóricamente y piense de forma dialéctica ( Marx) de forma lógico-imaginativa ( Castoriadis) y analéctica ( Dussel).
¿Será mucho pedir? Repensar la dialéctica lucha electoral-lucha de masas es un imperativo categórico en la actual coyuntura histórica. No podremos sobrepasar los límites del caduco sistema solamente usando las herramientas que el sistema ofrece, por cierto herramientas que están monopolizadas de forma casi totalitaria.
Entonces ¿Qué hacer?
¿Seguir en lo mismo? ¿Ir al mega fraude?
Cada uno debe luchar desde su trinchera, el militante revolucionario radical, desde su partido de cuadros, el aspirante a una diputación, la luchadora feminista, el clérigo comprometido con el evangelio concreto e histórico y todo ciudadano que desee una sociedad superior y mejor que la actual.
La lucha electoral es una vía, pero el camino de mayo es la meta.
Por Rossel Montes * Historiador hondureño
PUBLICADO POR NO NOS OLVIDAMOS