Todas las religiones son el opio del pueblo. Están para embaucar a las masas, someterlas e impedir que se levanten contra sus opresores. Pero entre todas las religiones, el catolicismo destaca como un conglomerado singularmente reaccionario y pernicioso para los trabajadores.
Ninguna religión está encabezada por un único tirano espiritual y material; ninguna religión tiene un Estado propio y es a la vez un poder espiritual, económico y político en todo el mundo; ninguna religión dispone de los medios financieros y monopolistas de los que disponen el Vaticano y los obispos católicos; ninguna religión ha tan estado apegada al poder dominante como los católicos ya desde la época del imperio romano; ninguna religión ha recurrido a feroces guerras exterminadoras para imponerse como el catolicismo desde la época de la Cruzadas.
Los católicos disponen de un Estado propio gracias al fascismo, gracias a Mussolini, a la vieja Italia fascista. Con la firma en 1929 del Tratado de Letrán entre el gobierno de los camisas negras y el Vaticano, Mussolini regaló a la iglesia católica su propio Estado soberano y toda una serie de garantías y medidas de protección diplomáticas de las que ninguna otra religión disfruta.
Se le concedió inmunidad y sus diplomáticos empezaron a gozar de privilegios internacionales. Por eso el Vaticano es el único Estado teocrático del mundo, una reliquia de la más siniestra reacción mundial en el mundo del siglo XXI.
Desde sus mismos orígenes el Vaticano demostró su habilidad para entablar lucrativos negocios con los gobiernos fascistas.
Los tres grandes defensores de la fe católica fueron Hitler, Mussolini y Franco; los tres firmaron sus respectivos concordatos con el Vaticano.
Al concordato de 1929, firmado con Mussolini, le siguió otro con el III Reich de Hitler. Su gestor, Francesco Pacelli, fue una de las figuras clave del pacto con Mussolini; su hermano el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Papa Pío XII fue el encargado de negociar como Secretario de Estado vaticano, la firma del tratado con la Alemania de Hitler, que era de origen católico, como Goebbels, Von Pappen y muchos otros jerarcas nazis. El cinturón de la Wehrmacht decía así: Gott mit uns (Dios está con nosotros).
Dios estuvo siempre con los campos de concentración y las cámaras de gas, en la cavernas de la Gestapo y en el búnker hitleriano en Berlín.
Pero dios no era omnipotente; el Ejército Rojo fue más fuerte que todas la plegarias y liberó a toda Europa de la peste parda.
La Santa Sede se benefició de la exención impositiva de sus bienes en beneficio de sus curas, misioneros, parroquias, fundaciones, empresas y todo su gigantesco imperio monopolista. Los beneficios que recibió el Vaticano del fascismo fueron enormes pero, entre ellos, los beneficios fiscales fueron preponderantes.
El Vaticano es el más grande paraíso fiscal del mundo: no pagan derechos arancelarios por sus importaciones. Se ahí que uno de sus negocios más lucrativos sea el blanqueo del dinero negro proveniente del tráfico de armas y del narcotráfico, muy por delante de Panamá, las islas Caimán, Suiza, Bermudas o Liechtenstein.
Pio XI siempre se deshacía en elogios hacia Mussolini. Llegó a afirmar que era un hombre enviado por la divina providencia. Por su parte, Mussolini se comprometió a introducir la enseñanza de la religión católica en todas las escuelas del país y dejó el matrimonio bajo el patronazgo de las leyes canónicas, que no admitían el divorcio.
Los regímenes fascistas de Europa estuvieron siempre apoyados de manera entusiasta por los católicos.
El régimen nazi en Alemania bajo Hitler, el fascismo italiano bajo Mussolini, el fascismo español bajo Franco, la dictadura salazarista en Portugal, el régimen clerical-fascista de Tiso en Eslovaquia, los rexistas en Bélgica, los vichystas en Francia, el régimen de los ustachis en Croacia y el de los militares golpistas en Argentina son pruebas contundentes del compromiso católico con la más negra reacción mundial.
Publicado por Resistencia Popular