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México: Entre ser colgado en el puente o permanecer en el olvido de la fosa


Dedicado a los 43 compañeros de Ayotzinapa,
a los luchadores sociales desaparecidos por el Estado y sus grupos de crimen,
y a todos los inocentes caídos en la "Guerra" contra el Narcotráfico.
“Es el trabajo de la gente pensante
no estar en el lado de los ejecutores”.
Albert Camus

I: El exterminio silencioso y normalizado

México hoy es un cementerio, pero no de forma metafórica; es una fosa clandestina.

 Aun superando las prácticas de las fosas comunes de la Europa bucólica del siglo XVIII, los mexicanos tienen dos formas de ‘pasar al otro mundo’: debiendo lo intereses de una funeraria y que su alma deambule en el Limbo; o, enterrados, desmembrados, colgados o embolsados en las cercanías de la carretera o un canal de aguas puercas.

Inspirados los nuevos movimientos sociales de Latinoamérica en los resultados jurídicos de las organizaciones que trabajan en pro de los derechos humanos, reivindicándose independientes a los diversos Estados, es el antecedente histórico de la Seguridad Nacional en vísperas de la Guerra Fría o tras todos los crímenes perpetrados por la Operación Cóndor en contra de todas las vindicaciones sociales de izquierda y autonomistas entre 1970 y 1980, se torna asequible explicar que el combatir las diversas formas de tortura y exterminio sólo podrán tener eficacia rechazando las estructuras estatales –dictatoriales-, pues estas se ha encargado de ocultarlas.

Con la llegada de Felipe Calderón a la presidencia nacional se daría un fenómeno de porte tan transparente (así como la obra homónima de Carlos Fuentes) que resulta difícil creerlo en carne propia: la Guerra contra el narcotráfico y el aumento de la pobreza durante el sexenio.

 El primer embate de escala nacional ha provocado aproximadamente 121, 683 muertes violentas [1] y la segunda, políticas que orillan a 15.9 millones de habitantes a la pobreza que antes del 2006 no sufrían [2]

Conocer las tácticas de operación de los cárteles del narcotráfico, es conocer una de las facetas más inhumanas y viscerales de todo el mundo: la faceta del auto-exterminio.

 Cabezas rodando, miembros amputados, cuerpos colgados en los puentes, cadáveres en botes con ácido, sangre brotada en las carreteras, cartuchos de calibre .14 y rostros desollados… 

En mayo de 2016, a Acapulco (uno de los sitios que considerábamos de los más bellos para desestresarnos de la rutina del tiempo-ciudadano) se le adjudicó el nombre del “Irak Guerrense” en una de las investigaciones periodísticas más completas y polémicas de la Revista Proceso; el nombre refiere a que sólo en 2015 acaecieron más de 1200 asesinatos en los barrios y periferias de la zona [3], un número mayor a los cadáveres del país de medio oriente en un lapsus de tiempo de semejante. 

Eso de que nuestros niños digan –entre chascarrillo y muecas- que su sueño es ser narco, nos alerta sobre violencia normalizada que impera cotidianamente.

La pregunta obligada es: ¿por qué esta guerra contra el narco no es efectiva? La respuesta es a su vez una dinámica estructural y de dominio. 

Ante la política estadounidense del conservador Ronald Reagan, “opositor” al tráfico de estupefacientes en 1989 [4], el capo Miguel Ángel Félix Gallardo comenzó a oler la ruina de su monopolio.

 Para evitarlo, accionó de forma sencilla e inteligente, logrando dividir el negocio en lugartenientes, cual mercado de materias primas durante el feudalismo. 

El poder económico de los narcotraficantes es parte esencial en las transacciones del capital de hoy en día, es por ello que las condiciones del paramilitarismo y militarismo profesional de los grupos del crimen son formas de defenderse territorialmente ante el gobierno federal; infundir miedo entre las comunidades más vulnerables a ser ultrajadas; y para el imaginario colectivo, presenciar un show de “defensa nacional” cada vez que se formulan pactos entre la mass-media y los gobiernos locales (¿ya se olvidaron del complejo mediático de El Chapo Guzmán?).

Veamos más allá, ese título de “guerra contra el narcotráfico” no es más que una representación veleidosa y electrizante (por eso de la Doctrina del Shock de Naomi Clein) de la verdadera masacre.

II: El narcotráfico no es enemigo del Estado mexicano, sino una extensión de las contradicciones generalizadas de este mismo

Hoy, los capos ya no sólo desaparecen a sus enemigos de frontera, sino que también lo hacen con los luchadores y estudiantes anti-sistema, pues México se cimienta en un pactos políticos tan informales e ilegalizados como su mismo sistema de justicia. 

No pretendo generar apriorismos, pero mantener subordinado a un pueblo y bajo tal o cual orden político, resulta más sencillo cuando su población se minimiza; cuando los núcleos criminales se alían entre sí; o en nuestro caso, cuando los luchadores sociales son aprisionados, desaparecidos o asesinados por la policía o los grupos del crimen. 

En el capítulo de la “Prisión Educativa” de mi Hermenéutica de las Prisiones, abordo este último fenómeno con la idea de que el estudiantado ha sido el sector más despierto en cuanto a las movilizaciones y acciones disidentes a las reformas estructurales del capital, pero que lamentablemente, le ha tocado gran parte de la brutal represión de todos estos brazos armados ya mencionado. 

Los 43 de Ayotzinapa no tienen que ser vistos como el ad misericordiam del movimiento nacional, sino como el precedente activo de los antagonismos entre los gobernados y el narco-Estado.

Cuando hay estudiantes presos o violentados de las principales universidades en la Ciudad de México, todo el mundo llega a enterarse, su rostro es twitteado masivamente y se realizan marchas, mega-foros y mil actividades artísticas para denunciar dicha tragedia, ¡lo aplaudo y me he unido a ellas!

 Pero, ¿qué sucede con los demás estados del país? Entre el 2000 y el 2014 se han asesinado a 102 periodistas, 61 defensores de los derechos humanos y centenares de luchadores indígenas pertenecientes a organizaciones independientes y democráticas, todo esto en los estados de Veracruz, Chiapas, Oaxaca y Guerrero. 

No queremos caer en el número como símbolo de agresión, sino enfatizar que el exterminio silencioso se va destapando de forma paulatina, pues la misma decadencia de las “instituciones encargadas de la justicia” conlleva traicionar sus propios principios, haciendo del exterminio de su propio pueblo una forma entendible (pero de una contradicción tan enorme) de legitimarse en el poder.

Las torturas, las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales caen en un patrón endémico y sistemático de impunidad: la represión es logística pura.

Hasta que el individuo deje su alienación y tome justicia por su propia mano, que interprete una sinfonía de ruido ante los oídos recostados en el desconocimiento de este infierno, lo único que será forzado a desaparecer será la angustia de vivir en este país de criminales.


[1] “La guerra contra el crimen organizado durante el sexenio de Felipe Calderón dejó un saldo de 121 mil 683 muertes violentas, según datos dados a conocer hoy por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Estas cifras se desprenden de los registros administrativos generados por cada entidad federativa, básicamente de defunciones accidentales y violentas. 

Los reportes contienen registros de 4 mil 700 oficialías del Registro Civil y mil 107 agencias del Ministerio Público que mensualmente proporcionan información al INEGI”. (“El Saldo de la Narco Guerra” en Revista Proceso, 30 de Julio del 2013).

[2] El sexenio de Felipe Calderón Hinojosa sumó a 15.9 millones de mexicanos a la pobreza medida únicamente por ingresos –la medición oficial hasta 2008–, ya que en 2006 había 45.5 millones y para 2012 se llegó a 61.4 millones, esto es, 52.3 por ciento de la población. (Datos delCONEVAL vertidos en Julio del 2013).

Burlándose aún del robo de elecciones y varios achaques contra los movimientos sociales, ignorando otros como la tragedia de la Guardería ABC en junio del 2009.

[3] Gil Olmos, José, “El Irak guerrense”, Proceso, 07 de Mayo de 2016. En línea en:http://www.proceso.com.mx/439983/acapulco-irak-guerrerense

[4] En la historia de la contracultura, podemos recordar a los grupos de padres de familia y a todas las hordas religiosas exigiendo al Estado americano la censura y la normatización de la música rock, heavy metal, rap y otras expresiones culturales que eran consideradas como factores que propiciaban el consumo de drogas y la violencia en la juventud.

Demián Reyes
Publicado el 29 de Julio de 2016 en:

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