El gobierno mexicano afirma constantemente que las bases de la economía mexicana son sólidas. Éste es el mensaje subyacente de su retórica sobre los fundamentales de la economía.
Pero mucha gente se pregunta: si eso verdad, ¿por qué no mejora mi situación?
La afirmación del gobierno parte de una premisa equivocada. En realidad los fundamentales no están sólidos.
Un examen somero sobre el desempeño de los principales indicadores macroeconómicos revela debilidades decisivas.
Lo más sobresaliente es quizás la magnitud y tendencias con el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos y con el déficit de las finanzas públicas.
El déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos fue equivalente a 2.8 por ciento del PIB para 2015. Puede que para algunos este resultado negativo no represente un foco rojo o señal de alarma importante.
Ciertamente está muy lejos del nivel desastroso que alcanzó en 1994 (7.6 por ciento del PIB) justo antes de estallar la crisis de diciembre de ese año.
Pero si se observa que este indicador está muy por arriba del promedio histórico para el periodo 1980-2015 (1.8 por ciento) entonces empiezan a surgir las preguntas.
Dentro de la cuenta corriente el saldo de la balanza comercial sigue presionando en sentido negativo. El déficit comercial para abril de 2016 superó 2 mil millones de dólares (mmdd) y las exportaciones para el primer trimestre de este año cayeron 6.4 por ciento.
Por supuesto, el colapso en el precio del petróleo y en la cantidad de crudo exportada juegan un papel importante en estas cifras. Las importaciones también se redujeron por varias razones, entre otras el deterioro de la paridad y el estancamiento en el que permanece la economía mexicana.
El déficit en la cuenta corriente adquiere un semblante más sombrío si se considera el desempeño de las exportaciones no petroleras dirigidas al sector manufacturero estadunidense.
La balanza comercial de estas exportaciones está pronosticada para arrojar un saldo negativo de hasta 15 mmdd para 2016. A eso hay que añadir el hecho de que la producción de crudo mantiene una fuerte tendencia negativa (pasó de 3.4 millones de barriles diarios en 2004 a 2.3 en 2015).
Además, el rubro de inversión extranjera se mantiene en niveles mediocres, sobre todo si se le compara con otros de los mal llamados mercados emergentes. Otra gran promesa del TLCAN que tampoco se pudo concretar.
Lo más grave es la presencia del otro déficit, el de las finanzas públicas. En efecto, para 2015 el déficit primario alcanzó 3.5 por ciento del PIB. Cabe señalar que para el modelo neoliberal éste es uno de los peores datos. El déficit primario significa que los ingresos fiscales totales (tributarios y no tributarios) han sido inferiores al gasto programable (el gasto público neto de cargas financieras).
Desde luego, el gobierno anuncia que podrá generar un superávit primario en 2017, pero ya nadie le cree. Los supuestos para alcanzar dicho resultado son inalcanzables.
Para empezar, los ingresos totales deberían aumentar significativamente y ese resultado no es para nada evidente.
Por ejemplo, se pronostica un descenso de 25 por ciento en los ingresos petroleros y en cuanto a los ingresos tributarios, éstos tendrían que aumentar 6.7 por ciento para alcanzar un superávit primario. Ese resultado tampoco se ve factible.
El gobierno planea recortes de hasta de 8 por ciento en el gasto público para poder alcanzar su meta de superávit primario. Ese recorte es equivalente a 2 por ciento del PIB. Aún si el gobierno logra administrar su presupuesto para imponer ese recorte, el impacto sobre el nivel de actividad económica será negativo.
Y dicho impacto recesivo sobre la economía afectará la recaudación fiscal. Este panorama en el que se ve difícil alcanzar superávit primario no le cae nada bien al capital financiero.
En los últimos cuatro años la relación deuda/PIB se ha seguido deteriorando y se proyecta que pasará de 37 a 48 por ciento del PIB entre 2012 y 2016, respectivamente.
Aunque a nivel internacional ese indicador no se antoja desorbitado, lo que importa es la tendencia y ésta no se ve que pueda mejorar. En todo caso, los pronósticos sobre este indicador por parte de la Secretaría de Hacienda han sido irrealistas e invariablemente han sido desmentidos por la realidad.
Desde hace más de un cuarto de siglo el gobierno de México castigó a la población y generó un superávit primario. Ese resultado aplaudido por el capital financiero fue alcanzado a través de restringir el gasto público y eso explica el estancamiento en términos reales del gasto per cápita en salud, educación y en casi todos los rubros de lo que debe constituir una verdadera política de desarrollo. Es la versión mexicana del neoliberalismo austero. Los resultados están a la vista.
El retorno de los déficit gemelos es el mejor indicador de las contradicciones del modelo neoliberal impuesto en México desde hace casi tres décadas.
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