Dentro del siempre supersticioso mundo de los creyentes, hay un colectivo muy particular que brilla con todo su irracional esplendor: son los científicos religiosos, individuos ellos con un evidente comportamiento bipolar (cuando no esquizoide) que oscila, muchas veces incluso de manera casi instantánea, entre un Dr. Jekyll reflexivo, objetivo y racionalista y un Mr. Hyde supersticioso, crédulo y hasta infantilizado.
Y quizás el caso más sorprendentemente llamativo de entre todos ellos sea el del Dr. Francis Collins.
Collins es un reputado investigador que sustituyó al famoso James D. Watson (uno de los padres de la doble hélice de DNA) como director del Centro Nacional para la Investigación del Genoma Humano y actualmente dirige el prestigioso NIH estadounidense, además de ser uno de los pocos miembros de la Academia de Ciencias de EEUU creyente.
Y lo más curioso de su caso es que, a diferencia del resto de científicos religiosos que suelen provenir de familias marcadamente devotas que les adoctrinaron tan a conciencia durante su niñez que incluso su trayectoria investigadora es incapaz de revertir, el Dr. Collins proviene de una familia poco o nada religiosa y él mismo ha declarado que durante su licenciatura y posterior postgrado era un ateo convencido.
Sin embargo, intrigado por algunos de sus pacientes (ya que Collins es médico además de doctor en Químicas) entró en contacto con la religión y, tras la lectura del libro “Mero cristianismo” del escritor anglicano C. S. Lewis (el mismo que escribió también “Las crónicas de Narnia”), se convirtió al protestantismo y en la actualidad se define a sí mismo como un “cristiano serio”, que cree en una evolución teísta, en donde el Dios judeocristiano desencadena la evolución al estilo del primer motor aristotélico.
Por tanto el Dr. Collins podría ser considerado el máximo exponente intelectual de esos por otra parte recurrentes, siempre vanos y hasta imposibles intentos de compatibilizar (aunque sea a martillazos) el conocimiento científico con la religión (al menos en su variante cristiana) ya que Collins recibió, procesó y aprendió tanto las herramientas como los mecanismos de pensamiento racional y científico antes de su tardía y más que sorprendente conversión religiosa.
Es por ello que sería de esperar que sus argumentos religiosos (surgidos de una mente reflexiva y librepensadora) pudieran tener una mayor altura intelectual que la de esa mayoría de filósofos, teólogos y por supuesto científicos cristianos, que por haber sido adoctrinados previamente es muy probable que nunca hayan llegado a completar el tan necesario desarrollo intelectual racionalista, capaz de identificar los evidentes errores conceptuales ligados al pensamiento mágico-religioso.
De tal manera que el Dr. Collins escribió muchos años después de su mutación intelectual el libro “¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe” en el que resumía su visión científico-religiosa y en donde según la reseña del mismo:
Collins reconcilia lo que para muchos son dos polos completamente opuestos: la rigurosidad de la ciencia con la creencia en un Dios trascendente o la fe como elección enteramente racional con principios complementarios a los de la ciencia. […]
Para llegar a ese punto de armonía a priori imposible, Collins analiza en este texto revelador algunas de las principales argumentos que se han planteado en contra de la existencia de Dios y teorías más o menos polémicas como las del creacionismo, el diseño inteligente o la evolución darwinista, a la luz de los saltos revolucionarios que se han producido en el campo de la ciencia en los últimos años, ya sea en lo referente al origen del universo o de la vida en la Tierra, o de los misterios que encierran la molécula del ADN y la codificación del genoma humano, campo en el que él es una autoridad mundial.
Su conclusión es lo que él llama BioLogos, una teoría que integra armónicamente ciencia y fe …
Sin embargo desgraciada, pero por supuesto nada sorprendentemente, en este libro el Dr. Collins no exhibe ningún nuevo argumento o prueba a favor de la evolución teísta que no hayan sido presentados y reciclados una y mil veces por otros pensadores cristianos previos durante el último siglo, salvo quizás su prosa concisa y a veces hasta brillante capaz de conseguir enmascarar la debilidad evidente de su principal argumento: el relegar al todopoderoso y omnipresente dios judeocristiano (capaz de inmiscuirse hasta en los más triviales asuntos de alcoba de esos pobres judíos supuestamente elegidos, si hacemos caso al más que sospechoso Antiguo Testamento) en el casi impotente “dios de los huecos” que puso en marcha el Big Bang y la evolución y después se escondió en los confines del No Universo, para que su rastro pasara totalmente desapercibido (excepto a través de esa más que curiosa propiedad del intelecto humano llamada fe) a todos los instrumentos, herramientas y mecanismos científicos que 15.000 millones de años después unos monos escasos de pelo inventarían para intentar desentrañar la realidad.
Lo más notable del libro es que Collins es capaz de resumir (como buen científico que es) todo su pensamiento en un párrafo de tan sólo tres frases. En la primera de ellas:
Tratando de llenar este universo (de otra manera estéril) con los seres vivos, Dios eligió el elegante mecanismo de la evolución para crear microbios, plantas y animales de todo tipo.
es donde se resume sucintamente la brutal dicotomía entre el Jekyll racionalista y el Hyde ignorante que parecen cohabitar en el cuerpo de Collins.
Porque aunque su formación en Medicina y Química pudieran haberlo mantenido alejado de la Biología, como investigador en activo bien pudiera haberse leído algo de la inmensa literatura científica acerca del tema antes de realizar tan osada afirmación.
Porque esta frase, rebosante de sumisión intelectual ante la grandeza de la zarza ardiente, desvela un abrumador desconocimiento de los mecanismos evolutivos, ignorancia compartida por otra parte por todas las personas religiosas con un mínimo de educación que intentan (denodada pero infructuosamente) compatibilizar sus creencias con los hechos evolutivos.
Esta visión religiosa del “elegante” mecanismo se nos resume muchas veces en esas llamativas estampas de por ejemplo simpáticos suricatas o de bellas y estilizadas gacelas correteando por la sabana africana que supuestamente muestran la magnificencia y la exquisita sensibilidad de la divinidad (judeocristiana no lo olvidemos, que los demás dioses son todos inventados por el Maligno para confundir a impíos y herejes).
Sin embargo, para cualquier persona mínimamente familiarizada en el estudio de la evolución y sus procesos (y el Dr. Collins, por mucho que no sea un experto, debería ser uno de ellos) la realidad es otra muy diferente, a la vez que muchísimo más inquietante.
Los “alegres” suricatas de la foto anterior no están posando felices y relajados para la portada de la revista “National Geographic”, sino que están poniendo en práctica un comportamiento ancestral, evolutivamente seleccionado a lo largo de millones de años (tal y como si hubiera sido cincelado en piedra y metido dentro de su genoma) que les ha permitido sobrevivir a halcones, chacales y águilas.
Es decir, donde Collins y el resto de religiosos ilustrados ven belleza no hay más que precaución, ansiedad y miedo por parte de un indefenso animalillo expuesto a los terribles peligros de la siempre implacable Naturaleza.
En el caso de la anterior fotografía de la gacela, en cuanto se amplía un poco el objetivo de la cámara aparece otra estampa que nos cuenta una historia muy diferente y a la vez mucho menos reconfortante y más terrorífica:
Porque para una inteligencia con la más mínima ética ¿qué puede haber más terrible que esta foto de un pequeño guepardo cazando a una indefensa cría de gacela?
Es decir, la bella estampa de las estilizadas gacelas y los rapidísimos guepardos no es más que el espantoso resultado de una despiadada coevolución que, a lo largo de millones de años, ha ido seleccionando los ejemplares más rápidos y ágiles de ambas especies, animales que cuales Sísifos cuadrúpedos han sido obligados por sus propios instintos de supervivencia a repetir la misma escena una y otra vez hasta el infinito y que, a diferencia de lo que quiere (cobarde e ignorantemente por cierto) creer el Dr. Collins y sus correligionarios de la infinidad de sectas que adoran al “divino” nazareno, únicamente demuestra que no hay poesía alguna en la Naturaleza inspirada por un magnánimo y artístico creador, sino solo un pavoroso terror en la presa y un hambre feroz en el depredador.
Y eso sin olvidar otros aspectos evolutivos que nos tocan más directa y también más horriblemente a los humanos, como puede ser por ejemplo ese parásito que sólo puede crecer dentro del ojo de los niños hasta dejarlos finalmente ciegos o esa tan elegantemente adaptada infinidad de virus como el de la viruela, patógenos todos ellos que llevan asolando a la Humanidad desde sus más remotos orígenes. Si este “elegante” mecanismo de la Evolución es el único que se le pudo haber ocurrido a un ser supuestamente omnipotente y omnisciente para “llenar este universo (de otra manera estéril) con los seres vivos” ¡Pues vaya macabra desilusión!
Aunque bien podría nuestro emitente científico, antes de dar rienda suelta a su “ciencia” cristiana, haber leído algo del siempre brillante Darwin que, en su larga correspondencia con su coetáneo Asa Grey (probablemente el primero de los científicos cristianos darwinistas) acerca de las implicaciones teológicas de la Teoría de la Evolución, tuvo que zanjar diplomáticamente allá por el ya lejano 1860 los recurrentes argumentos religiosos del científico estadounidense con la siguiente y lapidaria frase:
No puedo persuadirme de que un Dios benévolo y omnipotente haya creado a propósito losicneumónidos con la expresa intención de que se alimenten dentro de los cuerpos vivos de las orugas, o que un gato pueda jugar con los ratones [antes de matarlos].
Con su segunda frase el Dr. Collins se adentra aún más si cabe en su asombroso y casi infinito desconocimiento de los procesos evolutivos:
Lo más notable es que Dios eligió intencionadamente el mismo mecanismo para dar lugar a esas criaturas especiales que tendrían inteligencia, el conocimiento del bien y el mal, el libre albedrío y el deseo de buscar la comunión con Él.
Es decir, según Collins su dios orquestó la evolución básicamente para que, tras unos inimaginables 3.800 millones de años desde la aparición de la vida en la Tierra (en donde parece ser que no ocurrió nada reseñable), unos simples monos bípedos africanos llegaran a desarrollar “la inteligencia […] y el deseo de buscar la comunión con Él”.
Y no se crean que el trabajo es de magnitud hercúlea, ya que la previsora divinidad tuvo que planificar millones y millones de eventos más o menos azarosos: que si pongo un meteorito por aquí para eliminar a esos siempre tan molestos dinosaurios que entorpecen mi divino plan, que si separo muy, pero que muy lentamente el continente africano para que la sabana desplace a las selvas y así unos pocos de esos monos comodones que llevan millones de años vagueando confortablemente entre las copas de los árboles, comiendo sus frutas y sin hacer nada de provecho abandonen de una maldita vez (que llevo 3.794 millones de años de espera y ¡ya está bien!) los bosques tropicales de África y arrastren sus culos gordos hasta el suelo, alcen sus patas delanteras y empiecen a vagar por el cada vez más desolado valle del Rift durante un par de millones de años (ríanse ustedes del éxodo judío por el desierto que narra la Biblia), para que entre sequía y sequía se les vaya agudizando el ingenio lentamente y se les encienda de una vez por todas el “deseo de buscar la comunión” con mi Divina Entidad, ¡que estoy más que harto de esos insípidos y serviles angelitos y, desde que exilié a Lucifer a los confines del más remoto espacio-tiempo, estoy tan aburrido que necesito un poco de acción con alguien que me lleve la contraria para enseñarles de lo que soy capaz de verdad: un par de diluvios y tres o cuatro exterminios masivos serían muy gratificantes!.
Pero volviendo a la parte científica del asunto, parece que nuestro más que galardonado Collins no ha entendido nada de nada sobre evolución.
La visión antropocéntrica de Collins y del resto de creyentes de que el fin último del Universo en general (y de la vida en particular) es que llegara ese tan ansiado momento en el cual un primate bípedo abandonara su recién conseguida postura erguida, para arrodillarse ignorante y servilmente ante su “comprendido” creador es totalmente incompatible con todo lo que sabemos en la actualidad sobre evolución.
Los humanos, de los que los sapiens únicamente somos el último eslabón, como el resto de las decenas de millones de especies que actualmente pueblan la superficie terrestre, somos el complejísimo resultado de miles de millones de interacciones azarosas a lo largo de los eones de la astronomía, la geología, la geografía, el clima y los diferentes ecosistemas pretéritos en los que se desenvolvieron nuestras más o menos lejanas especies predecesoras en su interacción con el conjunto de organismos que les rodeaban en cada momento, eventos todos ellos que alterados en mayor o menor medida bien podrían haber desembocado en un resultado totalmente diferente al que conocemos en la actualidad.
Si el meteorito que provocó el famoso impacto de Chicxulub hubiera pasado de largo hace 66 millones de años ¿podrían nuestros lejanísimos ancestros de finales del Cretácico, pequeños y viviendo en nichos ecológicos secundarios, haber desplazado y extinguido rápidamente a los omnipresentes dinosaurios, ocupando todos los ecosistemas en una radiación tan rápida como la que nos muestra el actual registro fósil?
Pero no nos preocupemos que el Dr. Collins sabe a ciencia cierta que la divina providencia empujó lo suficiente al pedrusco para allanar el camino al hombre.
Eso sí, hasta el día de hoy no ha podido presentar prueba alguna de tan fantástica aseveración pero claro, es que su Mr. Hyde parece ser que cada vez es más dominante dentro de su bipolar personalidad.
Y ya para rizar el rizo de las elucubraciones más que disparatadas de nuestro tan particular investigador, Collins cierra este antológico párrafo de despropósitos con la siguiente frase:
También sabía Él que estas criaturas podrían en última instancia optar por desobedecer la Ley Moral.
Esta tercera frase, tras las dos previas sobre como Dios utilizó la evolución para sus divinos propósitos es un ejemplo de la brillante capacidad de Collins para encadenar, torticera pero muy elegantemente, el conocimiento evolutivo (que ni siquiera él se atreve a obviar) con el principal dogma cristiano (el del Pecado Original) aun cuando él mismo debería saber que este dogma ha sido totalmente invalidado por la actual antropología.
Esto es así porque el cristianismo pivota sobre el concepto de que un par de humanos “desobedecieron la Ley Moral” y por ello fueron condenados los propios pecadores, pero también todos sus descendientes, es decir la Humanidad al completo, situación que sólo pudo ser expiada posteriormente mediante la muerte y resurrección del nazareno milagrero.
Pero es que los múltiples datos provenientes de las más diversas ramas del saber científico, acumulados en el último siglo por miles de investigadores, indican de manera tajantemente inequívoca que no hubo nunca primeros humanos ni tampoco que estos fueran dos.
Desde hace varios millones de años nuestra línea evolutiva directa ha ido oscilando en número de integrantes, de tal manera que aunque los sapiens y sus ancestros han pasado varios cuellos de botella evolutivos parece ser que siempre ha habido a la vez al menos unos pocos miles de parejas reproductoras humanas, y eso incluso en los peores momentos.
Si a esto le sumamos que parte del acervo genético de la actual Humanidad proviene de nuestros primos neandertales, denisovanos y de otra especie de homínidos hasta el momento desconocida, la doctrina oficial de las innumerables variantes del cristianismo queda científicamente desacreditada en su totalidad.
Y por tanto sin primeros padres, sin Jardín del Edén y sin pecado original la razón de la expiación de Jesucristo desaparece, y con ello todo el edificio del cristianismo se derrumba cual castillo de naipes.
Y al final como siempre, en el caso del Dr. Collins nos encontramos con el mismo y simple dilema aplicable inexorablemente a cualquier creyente, independientemente de su nivel de erudición: ¿conoce el afamado investigador los estudios antes mencionados? porque si los conoce y los acepta ¿cómo demonios se puede seguir llamando cristiano sabiendo que todo es una mentira y que por tanto con total seguridad el famoso nazareno no era más que otro pobre enfermo mental con delirios de grandeza? porque en el caso contrario de que Collins haga prevalecer la “verdad revelada” a los datos científicos ¿en qué se diferencia de ese creacionista medio de los EEUU que tiene absolutamente claro que Adán y Eva fueron personas reales que engendraron a toda la Humanidad?
P.D.
Y desgraciadamente el tema de la profesionalidad y capacidad de los científicos religiosos sigue estando de recurrente novedad.
La semana pasada saltó la polémica en la comunidad científica cuando la revista PLOS ONE publicó un artículo en donde los autores de un estudio sobre las características biomecánicas de la mano humana afirmaban en varias partes del texto que su morfología y funcionalidad sólo podían ser debidas al diseño de un ”Creador”.
Por supuesto los autores no presentaban ningún experimento, prueba o evidencia de su osada y más que evidente gratuita afirmación salvo. Tal ha sido el revuelo por la falta de rigor del editor y de los revisores de PLOS ONE al evaluar el manuscrito original que la propia revista ha rechazado el ya tristemente famoso artículo.
El corolario de todo este funesto asunto es que es muy difícil, cuando no imposible (incluso para un investigador), compaginar el racionalismo y la más perversa irracionalidad dentro de un mismo cerebro, ya que el aceptar creencias dogmáticas implica algo así como abrir la famosa caja de Pandora, que luego hace imposible volver a encerrar la superstición religiosa.
Por ello, tal y como indico en la entrada, los científicos religiosos deben ser perfectos esquizofrénicos para intentar mantener lo más controlado posible a ese demonio de la más absurda irracionalidad que subyace en todo creyente (y que tarde o temprano hace de las suyas), porque si no acaba ocurriendo el despropósito más absoluto.
P.D. 2
Sobre la polémica de PLOS ONE algunos comentaristas de origen chino (idioma materno de los autores del polémico estudio) han indicado que en ese idioma hay una equivalencia no teísta entre “Naturaleza” y “Creador”.
Y que como China no ha desarrollado nunca una religión al estilo de los monoteísmos sectarios occidentales, que junto con el hecho de que en la práctica la mayoría de los chinos son en esencia ateos, los autores bien pudieran haber cometido un simple error de traducción al no estar tan sensibilizados como los occidentales ante el absurdo del creacionismo.
Ahora solo falta que los responsables del estudio aclaren esta cuestión, aunque ello por supuesto no restaría responsabilidad a los científicos que evaluaron el estudio para PLOS ONE, a no ser que muy casualmente también ellos tuvieran como lengua materna el chino.
https://lacienciaysusdemonios.com/2016/03/09/de-como-la-religion-anula-el-raciocinio-hasta-de-los-mas-brillantes-cientificos/