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El G7 enseña los dientes a Rusia


El Grupo de los Siete (G7) ha enseñado los dientes a Rusia. Los máximos representantes de Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Alemania, Francia, Canadá, Italia y la Unión Europea (UE) han advertido en un comunicado conjunto de 32 páginas que, si lo estimaran oportuno, podrían reforzar las sanciones económicas impuestas a Moscú por la crisis ucraniana desde marzo de 2014.


© REUTERS/ MINISTRY OF FOREIGN AFFAIRS OF JAPAN


Tras reunirse durante dos días en el parque natural de Ise-Shima, situado en el centro de Japón, los autoproclamados líderes del mundo libre han reafirmado su condena por la anexión de Crimea y su política de sanciones "contra quienes están implicados". 

Inicialmente no se aprecia nada nuevo pues se vincula la duración de las penalizaciones económicas a la "aplicación total" de los 13 puntos de los acuerdos de Minsk y el respeto a la soberanía de Ucrania. 

El cambio se produce a continuación: 

"Las sanciones pueden retirarse cuando Rusia cumpla sus compromisos. 

Sin embargo, estamos dispuestos a tomar mayores medidas restrictivas para aumentar los costes a Rusia si sus acciones así lo requirieran".

 El tono no tiene nada de amistoso. Suena a amenaza.

Según confirmó posteriormente el propio primer ministro británico, David Cameron, en un par de tuits matutinos, el G7 "se ha puesto de acuerdo en la vital importancia de la prórroga de las sanciones en junio" y tiene "claro que las sanciones existentes deben continuar hasta que los acuerdos de Minsk se cumplan por completo".

Cuando emplean la táctica del palo o la zanahoria, los mandamases del G7 no tienen en cuenta que así los rusos no funcionan. 

Esas palabras son contraproducentes pues tienen un efecto deliberadamente pernicioso. 

Por otro lado, el estilo del texto pone en evidencia la falta crónica de confianza que siente este grupo neoliberal hacia la Administración de Moscú, encarnada en el presidente Vladímir Putin.

© AFP 2016/ TOBIAS SCHWARZ


"Tanto el citado comunicado de conclusiones como los comentarios de Cameron parecen demostrar que dentro de la UE, británicos, alemanes, franceses e italianos defienden la idea de prorrogar las sanciones individuales y sectoriales a las que el Kremlin respondió en su momento con un veto agroalimentario. 

Sin embargo, otros Estados miembros, de una forma más o menos expresa, se han estado posicionando estos últimos meses a favor de suavizar, incluso de retirar, las actuales medidas restrictivas. 

Entre ellos están Chipre, Grecia, Hungría o Eslovaquia. 

Todos actúan ya sin complejos. 

Italia, no obstante, mantiene una postura más ambigua que la expresada oficialmente, principalmente porque no desea perder las excelentes relaciones comerciales que la unen a los empresarios rusos, relaciones fraguadas durante años de intercambios con la extinta Unión Soviética.

Lo cierto es que las sanciones, que buscaban la estrangulación económica de Rusia, no han sido tan eficaces como pensaban en Washington o Londres. 

De hecho, no han conseguido espantar a los inversores extranjeros que acogieron favorablemente una reciente emisión de deuda rusa a diez años en eurobonos. 

El freno a los mercados internacionales ha sido pues un rotundo fracaso.

 En materia comercial sí se han notado serias consecuencias, pues muchos productos básicos elaborados han dejado de ser importados desde Europa, lo que ha provocado el aumento del índice de la inflación.

© AFP 2016/ SERGUEI SUPINSKY


La seria advertencia del G7 a Rusia pasó casi desapercibida en Occidente pues su prensa se concentró más en otra parte del comunicado final, que fue incluida a última hora, y que hacía referencia a que la salida del Reino Unido de la UE supondrá un "serio riesgo" para el crecimiento global.

Los británicos decidirán en breve mediante un referéndum si permanecen —"Bremain"— o dejan —"Brexit"— el club de Bruselas. 

La primera opción se basa en razones utilitarias; la segunda, en criterios identitarios. Del resultado del plebiscito depende el futuro de Europa, desgarrada por una crisis interna sin precedentes.

Los periodistas que cubrieron la 42º cumbre del G7 se volcaron esta vez en los detalles de la histórica visita del presidente Barack Obama a Hiroshima, la ciudad japonesa devastada por la primera bomba atómica lanzada en 1945 por un B-29 de la USAF.

El Grupo de los Siete nació en 1975 en el contexto de un mundo bipolar, completamente distinto del actual, que ahora se caracteriza por la globalización y el multilateralismo. 

La iniciativa corrió entonces a cargo de Washington y tuvo un marcado impulso financiero e industrial.

Tras el colapso de la URSS, Rusia fue invitada en 1997 a sumarse a este selecto círculo de naciones, conformando así el G8, pero fue expulsada bruscamente en 2014 a consecuencia de los sucesos ocurridos en la península de Crimea.



Este foro gubernamental no tiene una secretaría permanente ni una estructura administrativa y, a medida que han ido pasando todos estos años, se ha ido transformando en un sanedrín desgastado que lanza consejos sobre el bien y el mal principalmente enfocados a defender sus propios intereses. 

En la mayoría de los casos, el G7 protege los principios rectores neoliberales, apoyando políticas de liberalización comercial y financiera, privatizaciones, y flexibilidad en el mercado laboral.

Su influencia se ha basado, hasta ahora, en el enorme poder de sus socios en las institucionales internacionales, especialmente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC). 

Pero la imparable caída de peso de Occidente en la economía mundial y la creciente importancia de potencias emergentes en Asia, África y América Latina como China, Sudáfrica o Brasil han ido menguando considerablemente su autoridad. Sus soluciones y estrategias ya no son decisivas, como lo eran antaño.

En cualquier caso, las cumbres del G7 aún siguen sirviendo para consensuar y visualizar las posiciones de cada uno de sus asociados en temas de relevancia estratégica. 

Y sus amenazas a la Federación Rusa, vestigios retóricos de la Guerra Fría, no son buenas noticias para el mundo.

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