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La historia no contada del principal accionista del New York Times, el magnate mexicano Calos Slim


La nueva serie de [el canal de televisión estadounidense] Showtime “Billions” [Miles de millones], que abre con una escena de sexo sorprendentemente morbosa y se basa libremente en el escándalo sexual del Fiscal General de Nueva York Eliot Spitzer, cuenta con más de un millón de espectadores cada domingo. 

Trata de los hombres y sus egos en Wall Street, con el administrador de hedge funds y multimillonario Bobby Axelrod (Damian Lewis) perseguido por el Fiscal Federal para el Distrito Sur de Nueva York Chuck Rhoades (Paul Giamatti), el cual cuenta con una trayectoria perfecta de encerrar a sinvergüenzas acaudalados a base de explotar el sistema que destrozó la economía en 2008 .
En la serie aparece gran cantidad de escenas simbólicas, desde un perro que marca su territorio al orinar en la alfombra del millonario hasta Axelrod que paga una fortuna por estampar su nombre en el vestíbulo del Metropolitan Museum (una clara referencia a los hermanos Koch que grabaron sus nombres en las fuentes del Lincoln Center y del Museo) y el protagonista que ve “Ciudadano Kane” en su sala de proyección privada después de comprar una ostentosa mansión en Southampton.

Aunque esté bien elaborada, la realidad siempre resulta ser más obscena de lo que idean las tramas de sexo e intriga. “Billions” no logra superar la burda ironía de la vida real de que su creador Andrew Ross Sorkin sea columnista financiero del New York Times. También es fundador y director de Deal Book, un servicio de noticias financieras publicado por el New York Times, cuyo principal activista es el magnate mexicano Carlos Slim desde enero de 2015.

El personaje de Axelrod que interpreta Lewis desafía a la justicia con compras ostentosas. Carlos Slim también marca su territorio justo enfrente del Metropolitan Museum of Art al comprar el único edificio de la Quinta Avenida que todavía se utiliza como vivienda, pero a diferencia de Axelrod, nunca tuvo que enfrentarse a la justicia o siquiera temerla debido a cómo llegó a ser tres veces el hombre más rico del mundo, según la revista Forbes. 

Y cuando Donald Trump ataca al pueblo mexicano no se refiere a él.

No hace falta examinar en profundidad los cables de Wikileaks de abril de 2011 (publicados en 2013 en la página web “Who What Why”) para encontrar unos correos que sugieren su implicación en el tráfico de drogas según la DEA [siglas en inglés de Agencia Estadounidense contra la Droga]. 

Lo único que hay que hacer es buscar la información más evidente y visible sobre un hombre que empezó con una fortuna de solo 5.000 millones de pesos que rápidamente ascendió a más de 77.000 millones de dólares en un país con 50 millones de personas que viven y mueren muy por debajo del umbral de pobreza estadounidense*.

A diferencia de Rhoader, ningún fiscal mexicano se atrevería a entablar un procedimiento judicial contra Carlos Slim. Y una cosa que ni el columnista del New York Times ni el creador de “Billions” les dirán es que su hermano Julián Slim fue comandante de la policía política mexicana y trabajó con el conocido torturador (tal como lo describieron sus víctimas) y ex agente de la CIA Miguel Nazar Haro durante los años de la “guerra contra el comunismo” en la década de 1970.

Según el biógrafo más reciente del magnate, Diego Enrique Osorno, [1] el compañero de universidad y amigo íntimo de Julian Slim fue el ex Secretario del Gobernación Mario Moya Palencia, el cerebro que estaba detrás de los muchos asesinatos y crímenes impunes cometidos en México contra los oponentes al gobierno en la década de 1970. 

De hecho, el 22 de enero de 1975 el profesor de matemáticas Manuel López Mateos presentó una denuncia por secuestro y tortura contra Miguel Nazar Haro y Julián Slim, comandantes de la temible Dirección Federal de Seguridad.

 La denuncia nunca se investigó.

Aduciendo razones de “seguridad nacional”, el sistema judicial de la DGS no se diferenciaba mucho de una vendetta del cártel de la droga. Salvador Corral García, uno de los líderes principales de un grupo de guerrilla, fue detenido en Sinaloa y después enviado en secreto a la ciudad de México, donde el hermano del principal accionista del New York Times, Julián Slim Helú, lo interrogó [2] el 1 de febrero de 1974. 

Cinco días después se encontró muerto a Corral con claros indicios de haber sufrido una tortura brutal en el mismo barrio de una de sus víctimas, un poderoso hombre de negocios, como “regalo” del gobierno mexicano al poder corporativo en la ciudad de Monterrey (situada a unas 226 milla de la ciudad de México).

El New York Times tampoco les dirá que la carrera de Julián Slim desaparece cuando el gobierno mexicano concede a su hermano el contrato que hizo crecer su fortuna, Teléfonos de México. 

Era una compañía paraestatal que el gobierno privatizó tras seguir el procedimiento estándar para las privatizaciones consistente en aplastar al sindicato independiente, sobornar a todos los demás, difamar a los trabajadores sindicados, hacer que la empresa no sea en absoluto eficaz, conseguir que el público la odie y repudie a los trabajadores en vez de a la empresa, y entonces venderla.

No resulta difícil imaginar por qué el agente político secreto adquirió un perfil bajo desde el mismo momento de la compra. 

Su hermano poseía la única empresa telefónica del país, una pieza clave de las estrategias de seguridad nacional y de inteligencia en un momento en que no había teléfonos móviles, con un contrato de adquisición que incluía una cláusula anticonstitucional especial.

Los equipos de relaciones públicas de Slim dedicaron una enorme cantidad de tiempo, dinero y esfuerzos para ocultar esta información, pero la licitación por medio de la cual Slim compró Telmex al 30 % de su valor [3] incluía una provisión que le concedía el monopolio del servicio telefónico durante siete años. 

Esta cláusula le dio toda la ventaja que necesitaba sobre cualquier competidor potencial. 

Tanto los publicistas de Slim como el gobierno siguen diciéndonos que la licitación fue “completamente legal”, aunque según la Constitución mexicana los monopolios sean ilegales. 

Además, en la era predigital resulta difícil ignorar la relación entre el agente de la policía política y dirigir durante siete años consecutivos todas las telecomunicaciones.

Aún así, Carlos Slim da conferencias sobre cómo ser un hombre de negocios de éxito. No sería exagerado compararlo con Hearst. Reacciona muy mal ante las críticas y protestas. 

Esa es la razón por la que invirtió dinero y recursos tanto en todos los partidos políticos, incluido el partido electoral de izquierda de López Obrador, como en medios de comunicación y periódicos, incluido La Jornada. 

En Estados Unidos presentó una demanda ante la Comisión de Prácticas Políticas Justas de California contra unos activistas que osaron burlarse de él cuando hablaba filantropía. 

En este país perdió el caso.

Slim comparte proyectos filantrópicos con el presidente Bill Clinton, así que hay una información que ocultará cualquier medio en el que él haya puesto dinero. 

Ni el New York Times ni el socio de Slim, Larry King, les dirán que el sacerdote que celebró su boda multitudinaria era el tristemente célebre pedófilo Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo y un amigo muy querido del papa Juan Pablo II. 

Empañaría su imagen. Maciel fue condenado por abusos sexuales, consumo de drogas y engendrar seis hijos. Maciel tenía muchos benefactores ricos. 

Su amigo el papa Juan Pablo II también era un buen aliado del presidente [mexicano] Carlos Salinas de Gortari, que no solo privatizó la empresa telefónica paraestatal y concedió el contrato a Slim, sino que también promovió y firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). 

Su hermano Raúl Salinas de Gortari fue acusado y condenado (y después liberado cuando Peña Nieto fue nombrado presidente) por operaciones de blanqueo de dinero.

Hacer invisible lo más visible

La zona de la ciudad de México City conocida como el “Centro Histórico” era, literalmente, el centro del mundo prehispánico, cuando Moctezuma dirigía el imperio Azteca.

Era la ciudad de Nueva York de la Antigüedad.

Ahora pertenece a Carlos Slim.

No se necesita a un experto detective para investigar cómo persuadió Slim al supuestamente progresista alcalde Andres Manuel López Obrador para que echara a todos los vendedores callejeros y a la mayoría de las familias pobres, de trabajadores con salarios bajos y negocios locales.

 Su administración creó una Fundación y un Consejo para “revitalizar” el barrio sin ninguna presencia de representares de la comunidad (ni siguiera líderes falsos y sobornados) ni portavoces de los pequeños negocios. 

Entre los miembros de la Junta del Consejo, presidido por Carlos Slim que además era su dueño, se incluía un presentador de noticias de TV que apoyó la masacre de estudiantes cometida en ese mismo lugar en 1968, Jacobo Zabludowsky (mágicamente perdonado y recuperado políticamente por el partido de López Obrador) y académicos que no viven ahí pero que dicen sí cuando se lo mandan. 

La única residente “verdadera” era la hija de un Gobernador del Estado que vive en una mansión que es un tesoro histórico.

El alcalde de la ciudad de Nueva York Rudolph Giuliani fue contratado para “luchar contra el crimen”, esto es, echar a las personas sin hogar de la zona, instalar cámaras de seguridad y permitir que Starbucks se hiciera con ella.

Tampoco es un secreto que el sobrino del señor Slim, el hijo del agente de la policía política Julián Slim, ahora es el Director Ejecutivo de la compañía de teléfonos.

No hace falta ser Sherlock Holmes o Bob Woodward** (especialmente el último) para saber que el yerno del magnate mexicano, el arquitecto Fernando Romero, ha obtenido, junto con el arquitecto británico Norman Foster, el contrato para construir un aeropuerto en Atenco, Estado de México, a pesar de la inflexible oposición de los campesinos que poseen la tierra en cooperativa.

La realidad resulta ser más obscena y menos divertida que “Billions” porque 28 mujeres de la ciudad rural de Atenco que se oponían a la construcción del aeropuerto fueron torturadas sexualmente por el Cuerpo de Policía Federal en mayo de 2006, con la autorización del entonces gobernador Enrique Peña Nieto. 

Los tres líderes principales del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo, fueron condenados a cumplir 112 años de cárcel el primero y 67 y medio los otros dos. 

Fueron absueltos cinco años después debido a la presión pública en todo el mundo, especialmente por parte de la comunidad emigrante mexicana en la ciudad de Nueva York encabezada por Movement for Justice in El Barrio [Movimiento por la Justicia en El Barrio], cuyos miembros protestaron dentro del consulado mexicano y obligaron a los funcionarios a cerrar las oficinas el 4 de mayo de 2009.

Las mujeres violadas de Atenco siguieron luchando y movilizándose hasta la fecha.

Notas:

* En la versión en inglés había una errata en estas cifras que fue corregida por la autora para la versión en castellano (N. de la t.)

[1] Slim: Biografía política del mexicano más rico del mundo, México, 2015, Debate.

[2] DFS File #11-235-L6, páginas 163-167, según el libro de Diego Enrique Osorno.

[3] “Our Report to Occupy Wall Street: Slim’s Paradox”, del periodista Óscar E. Ornelas.

* * Bob Woodward es un periodista muy conocido en Estados Unidos, entre otras cosas, por haber destapado el caso Watergate, que acabó con la dimisión de presidente Richard Nixon. (N. de la t.)

Malú Huacuja del Toro es una novelista mexicana feminista, autora teatral y guionista que ha publicado ocho libros de ficción en castellano. Es autora de la primera “antitelenovela” en México, producida en 1988. También es activista de Ayotzinapa y del movimiento Zapatista. Vive en Nueva York. Su obra Gigantic Details – The Unauthorized Adventure of Mrs. Quixota ”fue seleccionada para el Festival de Teatro Venus y Adonis. Se puede contactar con ella en otroslibros@otroslibros.com

Traducido del inglés para Rrebelión por Beatriz Morales Bastos

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