Monumento a Lenin en el centro de Donetsk, reparado apenas días después de que saboteadores trataran de hacerlo explotar.
Desde su llegada al poder tras la victoria de Maidan, y especialmente tras la proclamación de Petro Poroshenko como presidente en junio de 2014, el nuevo Gobierno ucraniano ha tratado de imponer “la visión correcta” de la historia y resaltar la importancia del nacionalismo ucraniano para hacer olvidar cualquier rastro del pasado común con Rusia y, especialmente, con la Unión Soviética.
Esa es la labor principal asignada a Volodymyr Viatrovych.
Tras ser relegado a simple empleado en tiempos de Yanukovich, ha recuperado el puesto de director del Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional que ya dirigiera durante de la presidencia de Yuschenko, tras la Revolución Naranja. Viatrovych fue uno de los grandes defensores de la ley que prohíbe toda simbología de los “regímenes totalitarios” Nazi y Soviético, directamente dirigida a eliminar la simbología soviética, aún presente en calles y monumentos de gran parte de Ucrania.
La ley, aprobada en abril de 2015, iguala ambos “regímenes totalitarios”, lo que causó críticas de parte de la izquierda europea y de organizaciones de memoria del Holocausto como la Fundación Wiesenthal.
En un duro comunicado, ésta afirmaba que “la aprobación de la prohibición del nazismo y el comunismo iguala al régimen más genocida de la historia de la humanidad con el que liberó Auschwitz y ayudó a acabar con el reino del terror del Tercer Reich”.
Desde entonces, el Partido Comunista de Ucrania ha sido ilegalizado ante las tímidas protestas, limitadas, salvo contadas excepciones, a comunicados de condena de organizaciones de derechos humanos y de la izquierda europea.
Los nacionalistas, por su parte, han continuado derribando monumentos dedicados a personalidades soviéticas, incluida alguna estatua al poeta ucraniano Taras Shevchenko al confundirlo con Lenin. Uno de los últimos episodios de ira contra los monumentos soviéticos se produjo en Dnipropetrovsk, donde una multitud exaltada derribó la estatua a Grigori Petrovsky, comunista y defensor de la cultura ucraniana que da nombre a la ciudad.
En su intento de borrar todo resto de la historia soviética, las autoridades ucranianas han alentado esos actos mientras procedían a la retirada de placas en memoria de héroes de guerra locales en algunas ciudades de Donbass. A finales de 2015, las autoridades ucranianas retiraban, por ejemplo, la placa que recordaba a Kliment Voroshilov, de Lisichansk, héroe de la Segunda Guerra Mundial y natural de dicha ciudad de la parte de Lugansk controlada por Kiev.
Kiev, que trata de eliminar todos los símbolos soviéticos antes de noviembre de este año tras incumplir el anterior plazo previsto, exige ahora el cumplimiento de la ley en lo que respecta a la denominación de ciudades, calles y otros lugares.
El pasado jueves, el parlamento ucraniano adoptaba una resolución que añadía más ciudades, distritos y localidades a la lista de lugares que deben modificar su nombre como parte del proceso de “descomunización”. Con las últimas incorporaciones, el número de localidades ucranianas que han de cambiar su nombre asciende al 3%.
En una entrevista, Volodymyr Viatrovych, añadió además la intención ucraniana de renombrar las localidades de la zona de Donbass fuera del control de Kiev e incluso de Crimea.
El guardián de la memoria ucraniana aclaró que las ciudades de Crimea que contengan referencias a Lenin o al Komsomol deberán cambiar su nombre, olvidando que hace prácticamente dos años que Ucrania no tiene capacidad para imponer decisión alguna en la península, más allá de sabotear las instalaciones de suministro eléctrico situadas en territorio ucraniano.
Desde Donbass, Alexander Zajarchenko, que calificó las declaraciones de “inútiles”, afirmó que esos planes “muestran las verdaderas intenciones de Kiev hacia Donbass.
Según el líder de la RPD, Kiev no solo ha decidido “reescribir la historia de Ucrania, sino también borrar de las mentes de sus ciudadanos la historia, la memoria de un sistema de valores según el cual el pueblo ucraniano vivió y luchó”.
Denis Pushilin, por su parte, ha recordado a Kiev algo que parece obvio: el pasado soviético en Donbass, al igual que en Ucrania, va mucho más allá de los monumentos, placas o nombres de las calles.
“Es necesario demoler los bloques de viviendas de la era de Jruschev y de Stalin, ya que son la fuente del malvado comunismo”, afirmó Pushilin según cita la Agencia de Noticias de Donetsk.
“Todo lo construido en la era Soviética: las fábricas, los molinos, las minas y todo lo que se ha utilizado desde entonces como los trenes, los ascensores, el equipamiento de los colegios, hospitales e instituciones debería ser destruido, arrancando y borrando toda mención al gran país que hizo tantas cosas buenas por Ucrania”.
El destino de la industria ucraniana, principal herencia recibida de la Unión Soviética, parece ser la destrucción o una privatización que la deje en manos de oligarcas nacionales o internacionales.
La industria ucraniana no está amenazada por el nacionalismo ucraniano sino por el otro pilar de la ideología de la nueva Ucrania: la terapia de choque impuesta por el FMI y aplicada con el apoyo incondicional de las autoridades de Kiev.
Las fábricas destruidas en las afueras de las ciudades de Ucrania son una representación visual del intento ucraniano por eliminar todos los restos de la Unión Soviética, aunque la intención va mucho más allá de la “descomunización” o de la eliminación de todo el pasado común con Rusia.
Se trata de crear una historia basada en la mitología nacionalista según la cual Ucrania es, fue y será un gran país, centro de una cultura propia, la ucraniana en contraposición a la rusa, olvidando que la actual Ucrania es fruto de la cooperación soviética entre ambos pueblos a lo largo del siglo XX.
Pero, en su intento de adoctrinamiento, la eliminación de los símbolos soviéticos -muy presentes en Ucrania especialmente porque en el pensamiento colectivo de la población están estrechamente unidos a la victoria en la Segunda Guerra Mundial- y su sustitución por los “correctos” símbolos del nacionalismo ucraniano solo es el primer paso.
Mapa con las locaildades que deben cambiar sus nombres para cumplir con las leyes anticomunistas. Como se puede observar, gran parte de Ucrania ha eliminado ya las referencias soviéticas, pero no así en Donbass.
Según informaba esta semana RIA Novosti, el Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional afirma que 943 localidades deben ser renombradas antes de noviembre.
Todas ellas contienen referencias a personajes o hechos relacionados con la Unión Soviética especificados en una lista elaborada por ese Instituto.
La lista contiene también los nombres de Kirov o Petrovsky, aunque los casos de Kirovograd y Dnipropetrovsk, que Ucrania admite que serán tratados aparte, se han complicado inesperadamente para Viatrovych.
Algunas ciudades han apelado a extravagantes argumentos para mantener ciertos nombres que a priori incumplirían la ley anticomunista. Dnipropetrovsk, por ejemplo, trata de mantener su nombre alegando que no se refiere a Grigori Petrovsky sino a san Pedro.
Pero el caso más curioso puede ser el de Járkov, segunda ciudad del país en términos de población. En noviembre, la prensa ucraniana informaba de las dificultades con las que se habían encontrado las autoridades de la ciudad para deshacerse de las referencias a la Unión Soviética.
Járkov proponía, por ejemplo, “renombrar” el barrio de Octubre como barrio de Octubre, aunque no en referencia al mes en el que triunfó la revolución de 1917 sino en recuerdo al mes en el que Ucrania fue liberada de las tropas Nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Proponía también que el barrio de Dzerzhinsky, en memoria de Felix Dzerzhinsky, se quedara como Dzerzhinsky, pero en memoria de su hermano Vladislav, neurólogo que trabajó en la Universidad de Járkov en 1915.
Finalmente, se proponía que el barrio de Frunze, referencia al revolucionario y comandante militar Mijail Frunze, llevara el nombre de Frunze, en memoria de su hijo Timur, héroe de la Unión Soviética, caído en combate en 1942.
El caso de Kirovograd es perfectamente ilustrativo de que las intenciones de Viatrovych poco tienen que ver con la eliminación de referencias a “regímenes totalitarios”.
Allí, la población de la ciudad ha optado por regresar a su nombre original, Elizabetgrad, en referencia a Isabel I, hija de Pedro el Grande, fundadora de la ciudad.
Excesivamente rusa para Viatrovych, que en anteriores ocasiones ha afirmado que la “descomunización” debe tener una segunda fase de “descolonización” y de eliminación de la terminología rusa, esta opción resulta inaceptable.
Porque de lo que se trata no es de eliminar toda conexión ucraniana con la historia soviética sino con la historia de las relaciones con Rusia.
Y para ello, lo más sencillo es explicar el pasado como si toda esa conexión fuera una consecuencia de la invasión rusa.
Así, la guerra actual en Donbass no es una guerra de Kiev contra otra parte del país sino una invasión rusa.
Así explicaba el expresidente Viktor Yuschenko en su discurso en el Oslo Freedom Forum lo que, en su opinión, estaba ocurriendo en Donbass: “podemos estar en desacuerdo en ciertos temas pero nunca levantaremos un arma para apuntarnos los unos a los otros, especialmente en un conflicto militar”.
Por tanto, todo conflicto interno en Ucrania de esa naturaleza sólo puede ser entendido en términos de intervención exterior.
Petro Poroshenko sorprendió hace unas semanas al alegar que, de forma similar, tampoco lo ocurrido en 1918 puede calificarse como guerra civil.
En palabras del presidente ucraniano, al igual que ocurre ahora mismo en Donbass, se trató de otra agresión rusa, un intento de agresión en la que la guardia blanca y el ejército rojo no eran más que una tapadera en la lucha contra el Estado ucraniano.
Monumento a Artyom en Donetsk.
La realidad desmiente a Poroshenko, como se le recuerda desde Donetsk, donde estos días se conmemora el 98º aniversario de la República Soviética de Donetsk-Krivoi Rog, Liderada por Artyom, que reclamaba autogobierno y la entrega del poder a los soviets, se instauró en contraposición a las repúblicas nacionalistas ucranianas que habían nacido en lo que ahora es Ucrania occidental.
Derrotada por las tropas alemanas, y disuelta oficialmente en 1919, la república de Krivoi Rog cayó en el olvido hasta que hace ahora dos años esa idea volviera a utilizarse como base de la actual República Popular de Donetsk, que en repetidas ocasiones se ha reivindicado como su sucesora.
No es extraño que Artyomovsk, a escasos kilómetros de Debaltsevo, en la zona de Donbass controlada por Kiev, haya sido una de las primeras localidades en cambiar de nombre.
Mientras los radicales ucranianos se encargan de borrar una parte importante de la historia del país, acusan a la otra parte de actuar de forma similar.
La semana pasada aparecía en la prensa ucraniana la noticia de que Donetsk planeaba renombrar el Bulevar Shevchenko.
Desde Donetsk, Alexander Zajarchenko, que siempre se ha referido al gran poeta ucraniano como parte de la historia compartida, se apresuró a desmentir la noticia, dando a entender que Donetsk no trata de borrar su historia sino de reivindicarla. Aunque para Kiev, esa historia no sea la correcta.
http://slavyangrad.es/2016/02/10/la-manipulacion-de-la-memoria-colectiva/