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¿Qué pasaría si cayera Líbano?


Beirut está ardiendo; la ciudad está pasándolo mal, irritada y preocupada por su incierto futuro.


Ululan las ambulancias. Hay cientos de heridos. Hay disparos de balas de goma pero también con munición de guerra.

¿Se trata de una revolución o de una rebelión?


¿Quiénes son esos hombres desnudos de cintura para arriba, musculosos, que tiran piedras a la policía en el centro de Beirut? ¿Son auténticos revolucionarios? ¿Están allí para reclamar la tan desacreditada “Primavera Árabe”?

¿O han venido para hacer una demostración de fuerza pagados por Occidente? Si el Estado libanés se derrumba, el Estado Islámico (EI) podría avanzar y ocupar una parte importante de Líbano. Esto podría casar con los intereses de los países occidentales y los de Turquía, como también los intereses de los estados del Golfo.

O Israel podría aprovechar el vacío de poder e invadir otra vez Líbano. O podrían ser ambos: el EI e Israel.

Hace dos semanas una amiga mía decía bromeando: “Encontré a un muchacho en Beirut que me dijo que está por conseguir un empleo en una ONG europea. Su trabajo será ayudar a desestabilizar Líbano”. Ella mencionó el nombre del país que financia la ONG, pero yo prefiero no nombrarlo para no echar más petróleo al incendio. En ese momento nos reímos mucho pero la cosa ya no parece tan divertida.

Ayer ella me dijo: “La policía le disparó”. El muchacho estaba allí; no estaba fanfarroneando. Aquello no era un juego.

¡En Líbano ya nada parece ser un juego!

¿O acaso podría haber dos “tipos” de manifestantes en el mismo lugar y el mismo momento? ¿Aquellos que luchan por un Líbano mejor y los que cobran por pelear por el sectarismo y los intereses foráneos (que en este país vienen a ser más o menos lo mismo)?

* * *

Justo un día antes de que estallaran las luchas callejeras salí de Beirut en coche, atravesé las montañas y después viajé hacia el norte en el valle de la Bekaa.

La noche caía en la antigua ciudad de Baalbek. Mayada El-Hennawy, la gran cantante clásica árabe de origen sirio, empezó a cantar con su voz tan marcada, esa voz que era llevada por la megafonía hacia las montañas que hacen de frontera entre las dos naciones hermanas: Líbano y Siria.

¡Qué vista! ¡Qué locura! Detrás de Mayada estaba la enorme edificación del templo de Baco; por encima de ella volaban unos drones. Tanques y cientos de soldados estaban en todo Baalbek para proteger el sitio del festival. A pocos kilómetros de allí, Hezbollah está librando una épica batalla contra el EI.

No obstante, había allí miles de personas en actitud desafiante, que no se dejaban vencer por el miedo. Habían llegado al concierto desde Beirut y otras ciudades de un Líbano golpeado y casi disfuncional.

Habían llegado para celebrar la vida y la cultura árabes; había llegado para escuchar sus queridas canciones tradicionales y para homenajear a su celebrada cantante siria. Algunos, claramente, para rendir homenaje a Siria; a Siria y a la vida.

Mayada El-Hennawy empezó a cantar, la gente bramaba.

Veinticuatro horas después del concierto, una multitud chocaba con las fuerzas de seguridad libanesas en el centro de Beirut, en las cercanías del palacio gubernamental. Docenas de personas resultaron heridas; el 24 de agosto se informó de que una persona murió en el hospital.

Al principio el movimiento “Hueles mal” organizó las manifestaciones. Miles de personas llenaron la calle en respuesta a la crisis de la basura que está en curso, que, según muchos, hizo que la ya de por sí difícil vida en Beirut se convirtiera en algo prácticamente inaguantable.

¡”Hueles mal”! Durante 18 años el gobierno no fue capaz de (o no quiso) construir una planta permanente de reciclaje de desperdicios. Durante 18 años, los vecinos pobres que viven cerca del vertedero “provisional” han estado sufriendo la contaminación producida por el basural y muriendo como consecuencia de una excepcionalmente alta incidencia de cánceres y enfermedades pulmonares. Hasta que por fin dijeron “¡Basta ya!” y bloquearon el vertedero. A partir de entonces, la basura empezó a acumularse en las calles de Beirut. En lugar de buscar una solución definitiva al problema, el gobierno roció las montañas de basura en descomposición con veneno matarratas. La gente de la capital empezó a enfermarse.

Pero la basura no es la única razón por la que la vida en la capital –de hecho, en todo el país– se ha convertido en algo insufrible.

Hay algo que debe entenderse: Líbano no es Iraq, Libia o Siria. Todos estos países tenían un fuerte liderazgo socializante y vigorosos programas sociales (despreciados por Occidente); desde el cuidado de la salud a la educación, la vivienda pública y las pensiones.

Por el contrario, el gobierno de Líbano es disfuncional, corrupto y está dividido. El país ha estado sobreviviendo durante más de un año sin presidente, a pesar de que el Gabinete se reunió más de 20 veces para tratar de elegir uno.

La basura no es más que la punta del iceberg. La infraestructura de Líbano está colapsando: cortes de suministro de agua y constantes apagones eléctricos. Casi no hay transporte público del que se pueda hablar y las zonas verdes para uso público son prácticamente inexistentes. Hay tomas de tierras en todo el país. La salud y la educación están hechas un desastre. Para mucha gente, Líbano es un lugar inhumano.

Es posible que Líbano sea uno de los países más capitalistas de la Tierra. Casi no hay nada que sea público, ya no queda nada socializado. Y el capitalismo salvaje (siempre prescrito por los “socios” occidentales a sus estados clientes) en Líbano, como en cualquier sitio del mundo, sencillamente no funciona.

El país no produce casi nada. Hay más libaneses viviendo en el extranjero que en su propio país; son las remesas de dinero que ellos envían los que de alguna manera mantienen el país a flote. Además hay una importante producción de capital proveniente de los beneficios de negocios turbios en África occidental e Iraq, pero también de los beneficios de la industria financiera (sobre todo la que sirve a Oriente Medio y los estados del Golfo) y los que rinden los narcóticos producidos en el valle de la Bekaa.

Hay abundancia de riqueza en los bolsillos y las cuentas bancarias de algunas personas, pero casi no hay dinero para servicios públicos. Por las noches, las Lamborghinis y Ferraris corren carreras en La Cornisa, y la marina de la bahía de Zaitunay compite vergonzosamente con Abu Dhabi. Pero la mayor parte de la ciudad está contaminada, cayéndose a pedazos y desesperada. En medio de tantos contrastes, desesperados refugiados sirios piden limosna.

Nada parece ser suficiente. El dinero circula y, misteriosamente, buena parte de él sencillamente se evapora.

Ahora, el país está totalmente quebrado. Fuentes gubernamentales sostienen que actualmente la deuda pública libanesa llega al 143 por ciento del PBI.

La población libanesa está fragmentada según líneas sectarias en 18 grupos religiosos: los principales son los cristianos, los musulmanes sunníes, los musulmanes chiíes y una pequeña minoría drusa. Debido al sectarismo, la unidad nacional o “proyecto nacional” son casi inexistentes.

Varios manifestantes con quienes conversé proclaman que están hartos de sectarismos y divisiones; quiere un único Líbano, que sea fuerte y unido. Al menos es eso lo que dicen.

Ahmed, uno de los manifestantes, profesional de mediana edad que vive en Beirut, me explicó: “No quiero un Líbano de cristianos y musulmanes; ¡quiero un solo Líbano, un país unido!”.

Parecería que no hay una ideología que una de verdad a los manifestantes. Solo hay motivos para quejarse; eso es lo único que comparten.

Las exigencias parecen ser legítimas.

Pero en Líbano, es imposible estar seguro de lo que hay debajo de la superficie. Corren rumores de que ahora cada grupo religioso está enviando a sus seguidores para que luchen en las barricadas.

Durante años e incluso décadas, intereses políticos en pugna han estado tironeando en distintas direcciones a este pequeño país.

“Conocí a un tipo que se estaba manifestando que estaba claro que era inglés”, me dijo un diplomático que vive en Beirut y no quería ser identificado. “No era un periodista; en realidad, ¡era un manifestante! No hablaba árabe. Hay muchos personajes raros en las manifestaciones.”

Suele ser muy difícil saber quién es quién y quién está con quién.

Los motivos de protesta de los cristianos tienen que ver sobre todo con Occidente. Los musulmanes sunníes están estrechamente aliados con los estados del Golfo e, indirectamente, con Occidente. Los musulmanes chiíes, incluyendo a Hezbollah, tienden a acercarse a Irán.

Casi todo el mundo aquí está de acuerdo con que Hezbollah es la única fuerza social sólida en el país. Apunta también hacia la unidad libanesa y el acercamiento a los grupos no chiíes.

Hoy día, Hezbollah está atrapado en una épica batalla contra el EI, un brutal ejército terrorista que en su origen estaba apoyado y entrenado por Occidente, Turquía y, por lo general, la OTAN. Hezbollah se opone a las terribles acciones de destrucción que Occidente e Israel esparcen en toda la región. Por esta razón, el nombre de Hezbollah se mantiene con firmeza en la selecta lista estadounidense de grupos terroristas.

Líbano está siendo apretado desde todos los lados. La guerra civil en Siria alimentada por Occidente ya ha forzado a que por lo menos dos millones de sirios crucen la frontera y busquen asilo en el pequeño territorio libanés. El EI trata continuamente de apropiarse de la parte norte de Líbano. Mientras Hezbollah asume la mayor parte de la lucha contra el EI, el ejército libanés y sus fuerzas de seguridad son adiestrados en Occidente. Recientemente, Arabia Saudí pagó a Francia por el suministro de armas a Líbano. Israel está continuamente amenazando con una invasión. A esta lista de riesgos hay que agregar la reanudación de la lucha en los campos de refugiados palestinos situados en el sur de Líbano, donde ha habido varios muertos y muchos heridos.

“Queremos librarnos del sectarismo”, dice Ahmed, que está frente al muro de hormigón levantado para impedir que los manifestantes se acerquen al palacio gubernamental. “Basta ya de cristianos y musulmanes: ¡solo libaneses! Si ganamos, por fin habrá más socialismo aquí, más reformas sociales, mejor sanidad, educación e infraestructura.”

Pero... ¿es posible que este grupo le gane realmente a una tremenda inercia capitalista y religiosa?

“Sigue siendo difícil imaginar cómo podríamos ganar”, admite Ahmed. “Necesitamos por lo menos un millón de personas para cambiar este país.” Pero el número de gente furiosa y resuelta aumenta sin cesar. “Ya hemos tenido demasiado. ¡Ya está bien!”, grita un hombre que lleva una simbólica bolsa de plástico llena de basura.

Pocos minutos después, un grupo de manifestantes me dice: “Aquí está lleno de intereses foráneos... franceses, estadounidenses, saudíes... Necesitamos una auténtica independencia”.

* * *

Todos los manifestantes con quienes hablo están hartos, pero solo muy pocos son capaces de imaginar una salida a la crisis. En Líbano no hay una ideología ni conversación seria alguna sobre socialismo. América latina no ha sido nombrada ni siquiera una vez.

El grupo inicial de manifestantes está horrorizado.

Muchos de ellos han venido con sus hijos pequeños sobre los hombros y remolcando a sus abuelos; pensaban que iban a discutir con el gobierno y, en lugar de eso, han sido recibidos por los camiones neptuno, las balas de goma y los gases lacrimógenos.

Enfrentamientos y, como consecuencia de ellos, heridas terribles. Después se colocaron los bloques de hormigón alrededor del Gran Serrallo, solo para ser quitados al día siguiente. El alambre de espino todavía está en todo el centro de la ciudad.

 La calzada está salpicada de piedras, trozos de cristal de los escaparates, vehículos incendiados. Neumáticos ardiendo bloquean las principales arterias de la ciudad.

Las fuerzas de seguridad están por todas partes, andando o a bordo de sus Humvees y sobre las tanquetas. Lo mismo que los médicos y paramédicos, preparados para auxiliar a quienes lo necesiten.

–¿Es esto una continuación de la Primavera Árabe –pregunto.

–Sí –es la respuesta.

¿Quién está detrás de la revuelta?

Todo el mundo en la manifestación asegura que la rebelión es absolutamente espontánea, que no hay influencia del extranjero.

–¡Revolución! –gritan una y otra vez los manifestantes.

–Esto no es como esas revoluciones de color –me dicen (se refieren a esos movimientos respaldados por Occidente en todo el mundo a quienes les pagan para que teatralicen “cambios de régimen”)–. Estamos aquí por nuestra iniciativa. ¡Queremos un Líbano unido, libre y mejor!

No hay dudas de que muchos de los manifestantes que están luchando en el centro de la capital son “auténticos” ciudadanos indignados.

 Pero es claro que otros no lo son. La situación solía ser la misma en casi todos los demás “países de la Primavera Árabe”: al principio, un deseo de reformas y políticas sociales; pronto después, le seguía la infiltración de variados grupos políticos (sobre todo afines con Occidente y Arabia Saudí.

Después de un tiempo, la agenda original era secuestrada.

¿Están todas las rebeliones en el mundo árabe condenadas desde el inicio? ¿Acabarán todas ellas siendo golpes de estado orquestados desde Estados Unidos y la Unión Europa, en baños de sangre y, por fin, en un espantoso colapso del país? ¿Es realmente inevitable el ejemplo libio?

Hace poco uno de los más destacados profesores de la Universidad Estadounidense de Beirut me dijo: “Es en esta universidad donde se forman la mayor parte de los líderes de los estados del Golfo. Y los que no vienen aquí, sueñan con hacerlo”.

Después, uno de los “expertos internacionales” que viven aquí me dijo: “Estoy seguro de que usted ya sabe que los talleres para los activistas que “dispararon” la Primavera Árabe se realizaron en Líbano”.

Lo sé. Y eso dice mucho.

Durante muchos años, incluso décadas, Beirut fue el centro de atracción para aquellos que querían probar “el mundo occidental” sin salir de Oriente Medio. Es aquí donde se realizó el adoctrinamiento y donde se sellaron tantos oscuros acuerdos entre Occidente y los jefes locales.

Unos pocos miles de manifestantes en el centro de Beirut son estrechamente vigilados.

No es necesario decir que cada uno de los movimientos que ellos hacen es analizado con cuidado y que Occidente tratará de aprovechar todo lo que acontezca.

Esto no quiere decir que nadie deba tratar de trabajar por un mundo mejor ni luchar por mejorar su país. Pero significa que aquellos pocos manifestantes auténticos siempre serán superados en número y que siempre tendrán que enfrentarse con los líderes del capitalismo salvaje libanés, respaldados por Occidente y los estados del Golfo.

También tendrán que enfrentarse con aquellos otros “manifestantes” que ya han conseguido infiltrar esta pequeña rebelión y son manejados por diversos intereses políticos, locales y extranjeros.

Si lo que está pasando aquí tiene sus orígenes en el extranjero, ¿a qué se debe esta urgencia de que Líbano se venga abajo?

 ¿Acaso se debe a las cada vez más exitosas iniciativas diplomáticas rusas para parar los conflictos en Oriente Medio?

¿O tal vez haya un plan para cercar casi por completo a Siria? ¿Podría ser que Hezbollah estuviera ahora en lo más alto de la lista Occidental de organizaciones malignas?

Los rumores abundan mientras que la información escasea. Una cosa es cierta: si Líbano se hunde, toda la región volverá a ser una colonia.

Andre Vltchek es filósofo, novelista, realizador cinematográfico y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países.

Sus últimos libros publicados son: Exposing Lies Of The Empire y Fighting Against Western Imperialism. Discussion with Noam Chomsky: On Western Terrorism . Point of No Return es su aclamada novela política. Oceania –un libro sobre el imperialismo occidental en el Pacífico Sur.

Su sugerente libro sobre Indonesia: Indonesia: The Archipelago of Fear. Andre está rodando una película para teleSUR y Press TV. Después de vivir varios años en América latina y Oceanía, ahora Vltchek reside y trabaja en el este de Asia y Oriente Medio.

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