Luego de la anarquía que sobrevino a la lamentable implosión de la Unión Soviética y la desaparición del “fantasma del comunismo” que tanto asustó a Europa, pocos creyeron que Rusia regresaría fuerte, amurallada y dispuesta a jugar un importante papel en las arenas internacionales. EE.UU. nunca dejó de considerarla como su mayor enemigo.
Solo 10 años duró la borrachera estadounidense y su fanfarronería unilateral que sobrevino al fin de la URSS. “El fin de la historia y el último hombre” de Francis Yukuyama [1] terminó siendo la peor charlatanería producida durante la embriagues de aquellos momentos. Ahora el turno ha tocado a la hegemonía del imperialismo estadounidense.
Bajo el liderazgo del nacionalista ruso Vladimir Putin, aquel pueblo eslavo pudo despertar a tiempo del absurdo letargo al que fue sometido durante la perestroika y los penosos años del mandato de Boris Yeltsin.
Tras su llegada al poder en 2000, V. Putin supo poner orden en casa, revirtió el proceso de desmantelamiento del Estado ruso y re-estatizó las industrias más importantes y estratégicas de Rusia que habían sido privatizadas durante el brutal intento de liberalización económica que dirigían asesores estadounidenses entre 1990 y 1997. El líder ruso supo aprovechar al máximo el potencial material y humano de su país para levantarlo de nuevo.
No obstante, los estrategas estadounidenses sabían que esto tarde o temprano sucedería, que Rusia despertaría como potencia económica y militar que nunca dejó de ser, y retornaría su lugar en el liderazgo mundial. EE.UU. previó que las grandes confrontaciones, como las libradas durante los años de la guerra fría, volverían a estar sobre el tablero.
Desde muy temprano, EE.UU. buscó implementar contra Rusia el plan diseñado por el ex Consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, y que fue ampliamente esbozado en su más publicitado libro titulado: “The Grand Chessboard” (El Gran Tablero Mundial).
El mismo consistía en arrebatar, una tras una, todas las zonas de influencia de la antigua Unión Soviética, tales como Europa del Este, los países bálticos, las Repúblicas del Cáucaso y Asia central; para finalmente aislar a la Federación Rusia y rodearla de bases militares de la OTAN con emplazamientos anti misilísticos capaces de destruir la capacidad de respuesta misilística rusa ante una reacción desesperada de ese país.
Tras la caída del campo soviético, EE.UU. hizo todo por apoyar a la nueva oligarquía apátrida rusa y a las mafias del contrabando de armas y drogas que rápidamente prosperaron en ese país. Los estadounidenses también financiaron a varios de los nuevos partidos políticos (de derecha y extrema derecha) que nacieron en la década de los 90, y a las ONG’s para mantener el caos en ese país.
De la misma forma, EE.UU. armó y llevó al interior de Rusia y Chechenia a sus buenos muchachos “free fighter” (luchadores por la libertad), en realidad mercenarios yihadistas-musulmanes, que habían creado y dirigido entre 1970-1980 contra el gobierno de Mohamed Najubula en Afganistán. La intención de los estrategas estadounidenses era destruir a Rusia desde dentro para retrasar su resurgimiento, pero con ninguna de estas políticas tuvo éxito.
Actualmente, EE.UU. y sus aliados de la UE intentan asfixiar a la economía rusa con sanciones económicas creadas bajo la excusa de “castigar a Rusia por sus implicaciones en la crisis de Ucrania” [2].
Sin embargo, todo parece indicar que los estrategas ignoraron la autonomía estratégica que le brinda al gigante ruso sus grandes capacidades productivas de hidrocarburos y la inmensidad de sus tierras que también guardan ilimitadas reservas de otros minerales, agua y tierras fértiles para la siembra, etc.
Lo que nunca previeron todos, y especialmente la Unión Europea, es que el plan Brzezinski terminaría por afectar más a las economías europeas [3]que a la propia economía rusa cuyo intercambio comercial ascendía a más de 330.000 millones de dólares anuales [4], una cifra muy elevada e importante si se considera la depresión económica que azota a la UE.
Al parecer, los estrategas occidentales tampoco previeron que Rusia terminaría por estrechar, aún más, sus relaciones económicas, políticas y militares con la República Popular China: la mayor economía del mundo [5] y acercarse a los países Latinoamericanos.
El plan Brzezinski terminó siendo el mayor fracaso político-conspirativo de la historia de EE.UU. El libro del ex Consejero estadounidense apaleaba a la osadía -o la estupidez- de pretender jugar al ajedrez precisamente con el país que considera a éste como su deporte nacional. Semejante error estratégico.
Muy tarde los estrategas estadounidenses alcanzaron a ver que habían subestimado las capacidades del estratega ruso Vladimir Putin.
El líder ruso ha demostrado ser un jugador político-militar excepcional, calculador y paciente, que trazó los límites de occidente en Ucrania y en el Medio Oriente.
Notas:
[1] El fin de la historia, por Francis Yokuyama
[2] La UE trata de castigar a Rusia
[3] Los 6 países de Europa más afectados por las sanciones a Rusia
[4] Quién sufrirá más por las sanciones
[5] China: la mayor economía del mundo