The Playmouth Institute for Peace Research//
La población de Gaza y de cualquier parte de Palestina se siente decepcionada por la falta de cualquier reacción significativa ante la matanza y destrucción que hasta ahora ha dejado tras de sí el ataque israelí en la Franja.
La incapacidad para actuar, o la falta de voluntad de hacerlo, parece ser ante todo una aceptación del relato y los argumentos israelíes para la crisis en Gaza. Israel ha creado un relato muy claro de la actual matanza en Gaza.
Esta es una tragedia causada por un ataque no provocado con misiles de Hamas contra el Estado judío, al que Israel tuvo que reaccionar en legítima defensa.
Aunque puede que los medios, el mundo académico y los políticos occidentales dominantes tengan reservas acerca de la proporcionalidad de la fuerza utilizada por Israel, aceptan lo esencial de este argumento. En el mundo de ciberactivismo y de los medios alternativos se rechaza de plano esta versión israelí. En ellos es generalizada la condena de las acciones de Israel como un crimen de guerra.
La principal diferencia entre ambos análisis es el deseo de los activistas de estudiar más profundamente el contexto ideológico e histórico de la acción que Israel está llevando a cabo en Gaza. Se debería reforzar aún más esta tendencia y este artículo es un modesto intento de contribuir a ello.
¿Una matanza ad hoc?
Una evaluación y contextualización histórica tanto del actual ataque israelí a Gaza como de los tres anteriores desde 2006 revela con toda claridad la política genocida israelí en Gaza. Una política progresiva de asesinato generalizado que no es tanto producto de un propósito cruel puesto que es el resultado inevitable de la estrategia global de Israel respecto a Palestina en general y respecto a las áreas que ocupó en 1967, en particular.
Este es el contexto en el que habría que insistir ya que la maquinaria de propaganda israelí trata una y otra vez de mostrar sus políticas como unas políticas fuera de contexto y convierte el pretexto que encuentra para cada nueva oleada de destrucción en la justificación principal para una matanza indiscriminada en los campos de la muerte de Palestina.
La estrategia israelí de calificar sus políticas brutales de respuesta ad hoc a tal o cual acción palestina es tan vieja como la propia presencia sionista en Palestina.
Se utilizó repetidamente como justificación para implementar la visión sionista de una futura Palestina que contuviera muy pocos palestinos originarios, si no ninguno. Los medios para lograr este objetivo cambiaron con los años, pero la fórmula ha seguido siendo la misma: sea cual sea la visión sionista de un Estado judío, solo se puede materializar sin una cantidad significativa de palestinos en él.
Y actualmente la visión es la de un Israel que se extiende sobre la mayor parte de la Palestina histórica en la que todavía viven millones de palestinos y palestinas.
Esta visión se tropezó con problemas cuando la codicia territorial llevó a Israel a tratar de mantener Cisjordania y Gaza bajo su control y dominio desde junio de 1967. Israel buscó una manera de mantener los territorios que había ocupado aquel año sin que la población que había en ellos se incorporara como ciudadanos de pleno derecho.
Al mismo tiempo participó en una farsa de “proceso de paz” para encubrir sus políticas unilaterales de colonización sobre el terreno o ganar tiempo para ellas.
A lo largo de décadas Israel diferenció entre las zonas que quería controlar directamente y aquellas que administraría indirectamente con el objetivo a largo plazo de reducir la población palestina al mínimo mediante, entre otras cosas, la limpieza étnica y el estrangulamiento tanto económico como geográfico.
Así, Cisjordania se dividió en una zona “judía” y una zona “palestina”, una realidad con la que la mayoría de los israelíes pueden vivir siempre y cuando los bantustanes palestinos estén contentos de estar encarcelados en estas prisiones descomunales. La ubicación geopolítica de Cisjordania da la impresión, al menos en Israel, de que es posible lograrlo sin anticipar un tercer levantamiento o demasiada condena internacional.
Debido a su ubicación geopolítica única, la Franja de Gaza no se prestaba tan fácilmente a una estrategia de este tipo. Desde 1994, y más aún desde que Ariel Sharon llegó al poder como primer ministro a principios de la década de 2000, la estrategia en la Franja fue convertirla en un gueto y esperar de alguna manera que sus habitantes (1.800.000 personas a día de hoy) cayeran en el olvido eterno.
Pero el gueto resultó ser rebelde y no querer vivir en unas condiciones de estrangulamiento, aislamiento, hambruna y colapso económico. No se podía anexionar a Egipto, ni en 1948 ni en 2014. En 1948 Israel empujó a la zona de Gaza (antes de que se convirtiera en una franja) a cientos de miles de refugiados a los que había expulsado del Naqab al norte y de la costa al sur, y que esperaba que se fueran aún más lejos de Palestina.
Durante un tiempo después de 1967 Israel quiso mantenerlo como un distrito que le proporcionaba mano de obra no cualificada pero sin derechos humanos ni civiles. Cuando el pueblo ocupado resistió la continua opresión en dos intifadas, Cisjordania fue diseccionada en pequeños bantustanes rodeados de colonias judías, pero esto no funcionó en la demasiado pequeña y densamente poblada Gaza. Por así decirlo, los israelíes fueron incapaces de “cisjordanizar” la Franja, así que la acordonaron como un gueto y cuando resistió se permitió al ejército utilizar sus armas más formidables y letales para aplastarla. El resultado inevitable de una reacción acumulativa de este tipo fue genocida.
Un genocidio progresivo
El asesinato de tres adolescentes israelíes, dos de ellos menores, que habían sido secuestrados en junio en la ocupada Cisjordania (lo que fundamentalmente fue una represalia por los asesinatos de niños palestinos en mayo) proporcionó el pretexto para, sobre todo, romper la delicada unidad que Hamás y Fatah habían logrado aquel mes, una unidad que siguió a la decisión de la Autoridad Palestina de abandonar el “proceso de paz” y pedir a las organizaciones internacionales que juzgaran a Israel según criterios de los derechos humanos y civiles. Para Israel ambas cosas eran alarmantes.
Este pretexto determinó el momento elegido, pero la brutalidad del ataque fue resultado de la incapacidad de Israel de formular una política clara respecto a la Franja que creó en 1948. La única característica clara de esta política es la profunda convicción de que eliminar a Hamás de la Franja de Gaza afincaría ahí el gueto.
Desde 1994, antes incluso de que Hamás llegara al poder en Gaza, la muy particular ubicación geopolítica de la Franja dejó claro que cualquier acción de castigo colectivo, como la que se está infligiendo ahora, no podría ser sino una operación de asesinatos y destrucción generalizados. En otras palabras, un genocidio progresivo.
El hecho de reconocerlo nunca inhibió a los generales que dieron las órdenes de bombardear a las personas por tierra, mar y aire. Reducir la cantidad de palestinos y palestinas en toda la Palestina histórica sigue siendo una visión sionista, un ideal que exige la deshumanización de los y las palestinas. Esta visión y actitud adquieren en Gaza su forma más inhumana.
Al igual que en el pasado, el momento particular de emprender esta oleada de ataques está determinado por otras consideraciones.
El descontento social interno de 2011 continúa en ebullición y por un tiempo hubo una demanda pública de recortar los gastos militares y destinar el dinero del abultado presupuesto de “defensa” a servicios sociales.
El ejército calificó esta posibilidad de suicida. No hay nada como una operación militar para sofocar cualquier voz que pida al gobierno que reduzca sus gastos militares.
También en este ataque reaparecieron distintivos típicos de etapas previas de este genocidio progresivo.
Al igual que en la primera operación contra Gaza en 2006, “Primeras Lluvias”, y en las que siguieron en 2009, “Plomo Fundido”, y 2012, “Pilar de Humo”, volvemos a asistir a un consensuado apoyo judío israelí a la masacre de civiles en Gaza sin que haya ninguna voz disidente significativa.
Como siempre, el mundo académico se convierte en parte de esta maquinaria. Varias universidades ofrecieron al Estado sus organismos de estudiantes para ayudar y luchar por el relato israelí en el ciberespacio y los medios alternativos.
Los medios de comunicación israelíes también acataron lealmente la línea del gobierno al no mostrar imágenes de la catástrofe humana provocada por Israel e informar a su público de que esta vez “el mundo nos entiende y nos respalda”. Esta afirmación es hasta cierto punto válida puesto que las elites políticas en Occidente siguen otorgando la vieja inmunidad al Estado judío.
La reciente petición por parte de gobiernos occidentales al fiscal de la Corte Internacional de Justicia de La Haya de no investigar los crímenes de Israel en Gaza es un ejemplo de ello. Gran parte de los medios de comunicación occidentales siguieron su ejemplo y justificaron generosamente las acciones de Israel.
Esta cobertura distorsionada también está alimentada por el sentimiento reinante entre los periodistas occidentales de que lo que ocurre en Gaza palidece en comparación con las atrocidades que están ocurriendo en Iraq y Siria. Este tipo de comparación se suelen hacer sin una mayor perspectiva histórica. Una visión más amplia de la historia de Palestina sería una manera mucho más apropiada de evaluar su sufrimiento en relación con las matanzas en cualquier otro lugar.
Conclusión: hacer frente al doble rasero
Pero no solo se necesita una visión histórica para entender mejor la masacre de Gaza, también se requiere un enfoque dialéctico que identifique la relación entre la inmunidad israelí y los atroces acontecimientos ocurridos en cualquier parte.
La deshumanización en Iraq y Siria es generalizada y espeluznante, como lo es en Gaza. Pero hay una diferencia fundamental entre los casos de Iraq y Siria, y la brutalidad israelí: los primeros se condenan en el mundo entero por ser bestiales e inhumanos, mientras que el presidente de Estados Unidos, los dirigentes de la Unión Europea y otros amigos de Israel en el mundo siguen permitiendo y aprobando públicamente los cometidos por Israel.
La única posibilidad de luchar con éxito contra el sionismo en Palestina es hacerlo basándose en un programa de derechos humanos y civiles que no haga diferencias entre una violación y otra, y que, sin embargo, identifique claramente a la víctima y los victimarios.
Tanto aquellas personas que cometen atrocidades en el mundo árabe contra minorías oprimidas y comunidades indefensas como los y las israelíes que cometen estos crímenes contra el pueblo palestino deben ser juzgadas todas ellas según los mismos principios morales y éticos. Todas estas personas son criminales de guerra, aunque en el caso de Palestina llevan más tiempo siéndolo que cualquier otra persona.
En realidad no es relevante cuál es la identidad religiosa de quienes cometen las atrocidades o en nombre de qué religión pretenden hablar. Ya se llamen a sí mismas yihadistas, judaistas o sionistas, deben ser tratadas de la misma manera.
Un mundo que dejara de utilizar un doble rasero al tratar con Israel sería mucho más eficaz en su respuesta a los crímenes en cualquier parte del mundo. Acabar con el genocidio progresivo en Gaza y restituir los derechos humanos y civiles básicos a los y las palestinas estén donde estén, incluido el derecho al retorno, es la única manera de abrir nuevas perspectivas de una intervención internacional productiva en Oriente Próximo en su conjunto.
Ilan Pappé es un historiador israelí que trabaja en la Universidad de Exeter, Reino Unido. Entre otros libros, es autor de La limpieza étnica de Palestina, (Barcelona, Crítica, 2008, traducido por Luis Noriega) y The Idea of Israel (2014).
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos