En la República Democrática del Congo se libra uno de los conflictos más crueles e invisibles.
Las mujeres y los niños son las principales víctimas de la lucha por el control del coltán, un mineral con el que se fabrican los dispositivos electrónicos que usamos en la actualidad.
La Fundación El Pájaro Azul, creada en 2009 para apoyar a las personas más vulnerables del África subsahariana, trabaja en este país con distintos programas de atención a adolescentes y enfermos mentales, formación de mujeres y educación a niños de la calle.
Este esfuerzo es el que se visibiliza en nuestro país, con distintas acciones dirigidas a la población en general. Sobre todo se difunde la situación de las mujeres para acercar realidades y recabar apoyos.
En esta entrevista, la presidenta de la Fundación, Inmaculada González-Carbajal, explica, entre otras cuestiones, en qué consiste la labor que realiza la entidad, las necesidades de la población a la que atienden y cómo consiguen financiación en tiempos de crisis.
En la actualidad trabajan en República Democrática del Congo. Allí se registra uno de los peores conflictos debido a sus recursos naturales y la lucha por el dominio del coltán, empleado en la fabricación de dispositivos electrónicos.
¿Han tenido oportunidad de conocer a personas afectadas por este enfrentamiento?
La zona de conflicto se localiza en el este, en las provincias de Goma y Bukavu, frontera con Uganda, Ruanda y Burundi.
He visitado esta zona en varias ocasiones y he comprobado una situación de violencia brutal contra las mujeres.
La violación es un arma de guerra que desestabiliza la estructura social y familiar, destruye a las personas.
Mujeres de todas las edades sufren estas agresiones.
En realidad, todo el país padece las consecuencias de una guerra latente que se mantiene después de más de 15 años, en la que las principales víctimas son las mujeres y los niños.
Se habla de un genocidio de más de cinco millones de personas, del que no se dice nada en los medios, y hay mucha población desplazada hacia otros lugares, sobre todo Kinshasa, la capital del país.
¿Qué trabajo realizan en este país?
En Bukavu, hemos apoyado un proyecto de atención a adolescentes víctimas de violencia sexual.
En Kinshasa, desarrollamos desde hace tres años un proyecto de formación de mujeres, apoyamos un proyecto educativo con niños de la calle y otro de atención a enfermos mentales, a quienes se da soporte médico y formación, un trabajo extraordinario que está realizando una monja española, Sor Ángela. También apoyamos la formación para mujeres jóvenes y adolescentes.
Usted y yo somos mujeres. Después de lo que ha comentado, ¿cómo cree que sería nuestra vida en República Democrática del Congo?
"A la mujer congoleña le falta mucho camino por recorrer en materia de igualdad"
Muy diferente. La mujer congoleña lleva la mayor carga de trabajo, es el motor de la vida, quien trabaja fuera y dentro de casa. Tiene mucha fuerza y coraje, saca adelante a una prole de niños que en general es numerosa, trabaja en el mercado, en el campo, cose, hace buñuelos.
También hay una mujer formada, con trabajos administrativos y una vida más parecida a la nuestra, pero es una minoría. En general, la mujer congoleña tiene más trabajo, su vida es más dura en todos los sentidos y le falta mucho camino por recorrer en materia de igualdad.
Por su experiencia en varios países de África, ¿cree que se conoce suficiente la situación de la mujer africana?
África es un continente bastante desconocido para nosotros. Se conoce más en Francia, Bélgica y otros países europeos que tuvieron allí colonias.
A nosotros nos queda más próximo África del norte, pero África subsahariana es más lejano en nuestra historia común.
Trabajar con organizaciones locales permite conocer de primera mano las necesidades de la población. ¿Colaboran con ellas en la Fundación?
En el proyecto educativo con niños de la calle y en el caso de personas enfermas, trabajamos con contrapartes de instituciones religiosas presentes en RD Congo.
El proyecto de mujeres, que es propio de la Fundación, tiene como contraparte a una asociación llamada L'Oiseau Bleu, formada por mujeres. Según sus necesidades, ellas proponen el proyecto y las herramientas necesarias para llevarlo a cabo.
La persona responsable, Mamá Adéle, es la protagonista de una película documental que hemos estrenado en el mes de mayo, producida por la Fundación y realizada por una directora de cine asturiana.
Mamá Adéle es un claro ejemplo de mujer que ha sacado adelante a su familia con recursos variados, es una persona con formación universitaria que se ha visto en una situación muy difícil al quedarse viuda y que tuvo que dedicarse a vender buñuelos, coser o hacer bisutería.
Ella enseña al resto de mujeres a salir adelante por sí mismas, les imparte formación en derechos humanos, enseña a coser y a teñir las telas.
Es una mujer vinculada a la lucha de género en su país, algo peculiar en ese contexto. Por nuestra parte, en este proyecto hay una actitud de colaboración y aprendizaje mutuo.
No solo lo sostenemos económicamente, sino que aprendemos a caminar con las mujeres por un mundo más justo. Tenemos mucho que escuchar y aprender, hemos de tomar conciencia de que somos privilegiados y de que la persona es lo más importante.
¿Ayudan a difundir la situación de África en España?
En el marco de todas las actividades promovidas por la Fundación El Pájaro Azul, organizamos unas Jornadas de Solidaridad con África y, en ellas, un encuentro sobre la mujer en África subsahariana.
El objetivo es acercar las realidades de las mujeres de esta zona del continente, a través del testimonio de personas originarias de allí o que trabajan desde hace años en esta región en el ámbito de las mujeres. Trabajamos mucho la sensibilización con modos diferentes y llevando la información sobre África a contextos muy diversos.
Ponemos en marcha muchas actividades a lo largo del año con el objetivo común de llegar a un público muy diferente.
Organizamos catas de vino solidarias, galas de artes marciales, teatro, conciertos de música variada, desde clásica a rock, un ciclo de cine africano, exposiciones de fotografía, promovemos una campaña de café solidario y estamos poniendo en marcha un taller de moda, Dácala, para colaborar con un grupo de mujeres a partir de las telas que ellas tiñen.
El Pájaro Azul nació en 2009, en plena crisis económica.
¿Es necesario tener cierta entidad para trabajar en proyectos de cooperación?
Para trabajar en cooperación hay que tener muchas ganas.
El patronato de la Fundación está formado por cinco mujeres: dos médicas, dos profesoras y una farmacéutica jubilada. Somos muy pocas para tanto trabajo.
Hemos puesto en marcha esta aventura desde la toma de conciencia de que vivimos en un mundo de profundas desigualdades, en el que el lugar de nacimiento marca diferencias notables, a veces insalvables.
También creemos que si cada persona aporta algo de lo que tiene o sabe en beneficio del bien común, el mundo es distinto.
Es tarea de todas las personas que este sea un lugar más justo. No podemos vivir en un mundo global sin desarrollar una conciencia global. No podemos dar la espalda a las realidades de sufrimiento que viven otras personas en otros lugares.
Las ayudas a la cooperación no atraviesan su mejor momento. En especial, África no es un continente prioritario.
¿Cómo consiguen fondos?
Hasta ahora no hemos tenido subvenciones porque no nos hemos presentado a ellas, estamos en ello. Conseguimos el dinero trabajando, con las aportaciones de socios colaboradores y con las que nosotras mismas hacemos.
El secreto, como para todo en la vida, es trabajar, trabajar y trabajar.
¿Cuáles son las mayores dificultades a las que se enfrentan en este momento?
El contexto económico es común a todos los ámbitos y también se utiliza como justificación.
En nuestro caso, nacimos con la crisis y con una dinámica de trabajo basada en conseguir por nuestros medios los fondos e involucrar a la gente para trabajar conjuntamente.
Buscamos crear puentes, intercambiar y aprender unos de otros y con otros.
Lo económico puede limitar, pero también enseña a buscar otros recursos, a ser más ingenioso para buscar fondos, a fomentar la participación, valorar la colaboración y las pequeñas cantidades.
La solidaridad no es un gesto, es una actitud que debemos tener en la vida cotidiana y un aprendizaje.