Por: El peregrino.//
Hace tres años descubrí la verdadera espiritualidad. Si antes pensaba en conocer lugares nuevos, hoy pienso que regresar a Santi Spiritus me devolvería el impulso de crear, de pensar y sentir.
En esta ciudad logré un fuerte vínculo con sus tradiciones, sus fiestas, parrandas barriales y con sus bellezas arquitectónicas. Dicen algunos historiadores que es una ciudad con alto toque colonial.
Conocí la hospitalidad de su gente, quienes disfrutan de sus cuentos y vivencias. También, del pueblo humilde que sin mucho, hace bastante, del pueblo trabajador que labora sin hacer reparos en el horario y en el clima. Grandes seres que como estrellas suben al cielo.
En mi primera visita tuve la osadía de salir a caminar la villa sin otra guía que mis ojos para contemplarla.
Mi mayor referencia era el alto campanario de la Iglesia Mayor que como brújula me indicaba el camino.
Mi objetivo era llegar al puente Yayabo, aquél enigmático puente que sólo había conocido por la pantalla de mi televisor. Para mí son lugares icónicos y de mucho respeto.
Sin la formalidad de un desconocido y el desconocimiento de un visitante, me abrí camino como un nativo más que anda las empedradas calles de la otrora villa, sin más acompañante que la sorpresa que ocasionó el Hostal Encanto del rijo con su emblemática forma constructiva, el boulevard y sus envejecidas símbolos de algunas figuras resaltantes de
aquel paseo
.
El verdadero impacto fue producto de la belleza de sus calles, la renovación y conservación del espíritu humano que místicamente ronda en el quehacer de esta ciudad.
Con una feria que llena de emoción a quien del rodeo hace su pasión; resalta como rebaño de campeones en el coleo y la acción.
A pesar del sol, disfruté del llamado Malecón del Yayabo, un pequeño muro en los cimientos del imperecedero puente.
A pocos pasos de la asombrosa zona hice un alto en una quintica, la que en mi opinión bautiza el paladar con las delicias etílicas más impresionantes y se prepara la carne asada en las manos divinas de los dioses y para deleite del que visita la agradable sonrisa de la espirituana más encantadora que ojos humanos hayan visto. Si Colón la hubiese visto habría desembarcado por allí.
A pesar de no conocer tanto puedo afirmar, que Santi Spíritus no es tan vieja como se dice, pues 500 años no son nada en esta vida y aunque no sea tan opulenta como la Santa Sede en Roma, tiene el privilegio de mantener vivo el espíritu cubano.
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