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“Los trabajadores competimos entre nosotros, se ha roto el equilibrio”


Miembro de una familia judía sin recursos, huyó de los nazis a la URSS y, tras volver a Polonia y ejercer como profesor de Filosofía y Sociología en Varsovia, en 1968 se vio obligado a emigrar ante la política antisemita impuesta por el Gobierno comunista polaco. 

Desde 1971, reside en Leeds (Inglaterra), en cuya universidad ha sido profesor de Sociología durante casi dos décadas, aunque también ha impartido clases en Israel, EEUU y Canadá. En los últimos 20 años ha desarrollado su concepto de ‘modernidad líquida’ para describir la época actual. En el 2010, recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto al sociólogo francés Alain Touraine.

Zygmunt Bauman, con los ojos bien abiertos

Hay pensadores a los que la edad les acaba cerrando el campo de visión y otros a quienes el paso del tiempo logra abrirles cada vez más el angular. El sociólogo Zygmunt Bauman pertenece a esta última categoría de sabios capaces de describir bosques donde otros apenas palpan árboles e interpretar significados donde la mayoría solo percibe señales. 

En 88 años, sus ojos han visto desfilar el fascismo, la guerra, la proclamación de la sociedad del bienestar y la discreta instauración de un sistema económico que en las últimas tres décadas ha ido agrandando la brecha que separa a una minoría acaudalada, cada vez más rica, del grueso de la población, cada día más precario.

En la era de la sociedad líquida

-término que él mismo acuñó-, la actual crisis parece haber llegado para atornillar ese modelo, contra el que el investigador lanza desde la portada de su último libro, editado por Paidós, una pregunta retórica:¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?

-En 1960, el salario medio de un alto ejecutivo de Estados Unidos era 12 veces mayor que el sueldo medio de un operario. En el 2000, esa desproporción ascendía a 530 veces. ¿Este mundo quién lo ha diseñado, Rockefeller?

-Lo hemos diseñado las personas. El primer gran error que se suele cometer al analizar los fenómenos sociales consiste en creer que las cosas suceden porque sí, como si fueran fenómenos naturales. Falso. Somos los hombres y mujeres los que decidimos cómo vivimos, nada de lo que nos pasa nos viene dado de arriba, todo depende de nosotros. Las necesidades de hoy son el sedimento de las decisiones que se tomaron en el pasado.

-¿Cuándo decidimos vivir en un mundo en el que los ricos iban a ser cada día más ricos y los pobres, más pobres?

-Hay un momento clave: la década de los 70. La regulación de los mercados laborales que hubo en esos años cambió el panorama. Los sindicatos empezaron a perder fuerza, los trabajadores nos convertimos en competidores de los otros trabajadores y se rompió el equilibrio que había entre patrones y empleados.

-¿Qué equilibrio?

-Antiguamente, se temían pero se necesitaban. En los años 20, Henry Ford dobló el sueldo a sus operarios para que compraran los coches que fabricaban y, sobre todo, para tenerlos contentos y que no se fueran a la General Motors. Hoy los patrones están liberados de ese compromiso. Si el trabajador no acepta sus reglas, cierra la fábrica y se la lleva a China. Ante esto, la gente aguanta situaciones de desigualdad cada vez mayores, con el consuelo de ciertos mitos falsos.

-¿Como cuáles?

-El principal, el del crecimiento económico. Después de Margaret

Thatcher, todos los líderes mundiales, igual de izquierdas que de derechas, abrazaron el dogma de que crecer era la solución de todos los problemas. De hecho, cuando no hay crecimiento entran en pánico. La mayoría de las economías llevan 30 años viendo aumentar su PIB, pero esto solo ha servido para hacer más ricos a los ricos y que crezca la desigualdad entre estos y los pobres.

-También ha disminuido la pobreza en el mundo.

-A cambio de aumentar la incertidumbre. Hoy no vemos harapientos por las calles, pero el sentimiento de exclusión social alcanza cada vez a más gente. Si pierdes el trabajo, el mensaje que te lanzan es: «La culpa es tuya». El antiguo proletariado ha sido sustituido por un precariado que pone rostro a la nueva generación de pobres y excluidos.

 Por primera vez en 100 años, los jóvenes van a ser incapaces, no solo de superar, sino incluso de igualar el nivel de vida de sus padres.

-Se nos dice que no hay un modelo alternativo.

-Cuando un grupo acepta una creencia como cierta, termina organizando su mundo para que sea congruente con ese pensamiento. Es decir: la realidad se adapta a esa idea, no al revés. Hemos asumido que el modelo liberal capitalista que tenemos es el único posible, pero no es cierto. Solo necesitaríamos reordenar los valores y las normas que nos guían para comprobarlo.

-¿Cambiar los valores de la sociedad?

-Imagine que nos rigiéramos por el patrón de la colaboración en vez de la competencia, que es la que gobierna nuestras relaciones humanas y económicas. Imagine que valoráramos más el orgullo del trabajo bien hecho que la acumulación de riquezas. Imagine que se pusieran de moda formas de buscar la felicidad que fueran más sencillas y menos caras que tener el último modelo de móvil o pasar la tarde en el centro comercial.

-Pide usted mucha imaginación.

-Cuesta verlo porque el mercado del consumo ha logrado colonizar todos los ámbitos de la actividad humana, incluido el amor. Hoy expresamos cariño comprando un anillo de brillantes. El padre que no puede pasar más tiempo con su hijo le compensa con un juguete. El consumismo se ha convertido en una virtud moral, la gente va a las tiendas a comprar tranquilizantes contra el sentimiento de culpa. Todo esto le viene muy bien a ese modelo que solo aspira a que el crecimiento del PIB sea unas décimas mayor.

-¿No es cierto que siempre hubo ricos y pobres?

-Sí, sin duda. El problema es que ahora ese desequilibrio se ha desbocado. Por otro lado, que siempre haya habido desigualdad no puede servirnos de consuelo, porque ya no estamos en la selva, hemos evolucionado, la sociedad es una creación humana, no hay un determinismo biológico que nos obligue a soportar estos desequilibrios tan grandes. Lo que nos pasa depende de las decisiones de las personas; bastaría con cambiar esas decisiones para que el paisaje social se modificara.

-¿Cómo se haría?

-No sé responder a esa pregunta. Yo no hago predicciones, me limito a analizar realidades y detectar tendencias. La situación es difícil porque en esta modernidad líquida en la que vivimos, el poder se ha separado de la política. Cuando yo era joven, el Estado tenía el poder y aplicaba las políticas. Hoy el poder se ha evaporado, ya no está donde estaba, pero la política sigue luchando con las armas del siglo XIX. Mientras el Estado no recupere el poder, estamos condenados a parchear los problemas con soluciones temporales.

-¿Ve alguna señal de esperanza?

-Benjamin Barber, el gran científico político norteamericano, dice que la esperanza de nuestra sociedad está en las grandes ciudades, porque ese es un tipo de agregación humana que permite al individuo abarcar lo que está al alcance de sus ojos e intervenir, tocar poder. Puede que tenga razón. Ahora mismo se están ensayando nuevas formas de hacer política. Unos tienen sus esperanzas puestas en internet; otros, en las manifestaciones callejeras. Son solo pruebas. Está por ver en qué queda esto, pero algo ocurrirá, no lo dude.

-Ha mencionado internet. ¿En qué medida influirá en los movimientos sociales de las próximas décadas?

-Va a ser determinante, pero aún no está claro qué sentido tendrá. Internet puede conectarme con personas que están en la otra punta del planeta, pero también puede acabar rodeándome exclusivamente de una comunidad de individuos que piensan igual que yo. Si su final es este, será un desastre, porque no habrá fomentado el diálogo. En una red virtual es muy fácil entrar, pero también es muy fácil salir, solo hay que hacer clic, no hay un compromiso personal. Este es un rasgo muy típico de la modernidad líquida en la que vivimos. No queremos sentirnos responsables, ni obligados, ni con cargo de conciencia.

-Sabrá que en Catalunya ha crecido en los últimos años el deseo de formar un estado independiente. Como sociólogo, ¿qué opina?

-Tiene que ver con la forma en la que se ha constituido la Unión Europea. Es normal que en Barcelona haya quien vea innecesario pasar por Madrid para llegar a Bruselas. Ocurre igual entre Lombardía y Roma, y entre Escocia y Londres. También es una consecuencia de las diferencias que nos separan, que son buenas, porque en ellas está la base de la creatividad. Barcelona es distinta de Madrid y eso no va a desaparecer, por mucho que quieran algunos.

-Y el conflicto ¿cómo se soluciona?

-Con diálogo verdadero, que debe cumplir tres requisitos. Tiene que ser informal, sin agendas definidas antes de que comience. Debe ser abierto, sin posturas inamovibles, aceptando la posibilidad de cambiar de opinión. Y por último debe orientarse a la interacción y la cooperación, sin vencedores ni vencidos. Nuestro futuro depende de que aprendamos a manejar el arte del diálogo.

Artículo de elperiodico.com


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