EEUU: La Doctrina Trump y el Nuevo Imperialismo MAGA

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El soldado Ryan contra el Tío Sam

El actual conflicto en Ucrania nos deja durísimas imágenes de antifascistas apaleados, sindicalistas quemados y civiles prorrusos (antifascistas como primera condición); aboca a su población a una guerra civil provocada por fuerzas fascistas (¿no nos suena este relato?).

Y, además, junto a ésto, el conflicto está desenmascarando una perversión aún mayor que subyace en lo más profundo del capitalismo actual: el relego al olvido y la criminalización de quienes, en el siglo pasado, lucharon contra el nazismo; porque ya no le son útiles al Capital.

El capitalismo suele emplear métodos sutiles para perpetuarse a lo largo de los años, y cumple con bastante solvencia.
El comunista italiano Antonio Gramsci centró parte de su obra en explicar cómo el sistema se perpetúa y autolegitima a lo largo del tiempo; incluso a pesar de que, en ciertos momentos, la situación sea -objetiva y subjetivamente- totalmente propicia para que se produzca una revolución (¿nos suena ésto también?).

Así, Gramsci recurre a la hegemonía1 para explicar esa situación; la hegemonía de la clase dominante. 

En el contexto de la lucha de clases -tomando una perspectiva dualista, sin entrar a hacer un análisis minucioso de la composición de cada clase- una ocupa el puesto de dominante y otra está relegada a ser la dominada, con la salvedad de que en el capitalismo, los dominados son más (el 99%, los de abajo, los nadie).

Siendo ello así, ¿cómo es posible que los dominados no pasen a ser dominantes? El camarada italiano lo resumía en el empleo, por parte de la clase dominante, de los aparatos ideológico y represivo. 

De un lado, el poder impone su realidad a la población: en la escuela, la iglesia, los medios de comunicación, los centros de trabajo… en cada ámbito de nuestra vida, recibimos una determinada línea ideológica. Esa línea conforma nuestra opinión, nuestras ideas; y ello a su vez repercute sobre nuestras acciones.

A pesar de ello, a veces el aparato ideológico no es suficiente, y cuando este arma pacíficano es suficiente y los dominados se quitan el filtro capitalista, la clase dominante se arranca la máscara amable (aunque perversa) y recurre a la fuerza. Es entonces cuando no se duda en aprobar leyes represivas, el ejército, las cárceles, la policía…

Ideología dominante o represión al servicio de un único fin: perpetuar el capitalismo, el sistema que se basa en la explotación del hombre por el hombre; la máquina que se alimenta con el sudor y la sangre del obrero.

Todo lo dicho podría resumirse tomando las palabras de Karl Marx: “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”2.

A priori, ¿qué tiene que ver ésto con Estados Unidos y la actual situación en Ucrania? Todo.

EEUU no dudó en mirar hacia otro lado cuando Hitler asumió de facto el poder en 1933 en Alemania; por aquel entonces era el primer bastión frente al “fantasma que recorría Europa” desde la URSS. El aparato ideológico funcionaba a la perfección, no en vano Adolf Hitler fue nombrado Persona del Año en 1938 por la revista estadounidense TIME.

Con el transcurso de los acontecimientos durante la II Guerra Mundial y el ataque japonés a Pearl Harbor, Estados Unidos tomó parte por parte de las Potencias Aliadas y tuvo que dar un giro radical a su línea ideológica frente al nazismo y el fascismo que ya asolaban Europa.

De este modo, la maquinaria propagandística americana, ejemplificada a la perfección por la icónica figura del Tío Sam, se pone en marcha: el ejército estadounidense requería a su clase dominada para ir a combatir a miles de kilómetros de su país.

“La banca siempre gana”, y en esta historia, mientras los obreros morían en Europa y Asia, los grandes capitalistas hacían negocio desde sus oficinas en las ciudades: se enriquecían exponencialmente con la ayuda prestada -nada desinteresada- a los países aliados y la deuda económica que éstos contraían por los servicios prestados; y la clase obrera (antagonista de clase para el adinerado empresario) era enviada a morir lejos de su tierra.

La contienda le costó a los americanos entre 200.000 y 300.000 muertos (no hay coincidencia de cifras). Cifra nada comparable a los muertos por defender a la Unión Soviética de la Alemania nazi, pero lo suficientemente abultada como para erigirles en héroes que defendieron el sueño americano.

La entrada en el conflicto dejó familias destrozadas y bancos bien llenos de dinero y facturas a cobrar.

El relato del héroe americano que fue a morir combatiendo contra los nazis el día D, la hora H, adornó desde mediados del siglo XX libros, cómics, discursos políticos, películas… De nuevo, aparato ideológico al servicio de los intereses de la clase dominante.

El Tío Sam rendía homenaje anualmente, como mínimo, a los caídos; el cementerio estadounidense en Normandía y el Monumento a la Segunda Guerra Mundial de Washington se convertieron en lugares de peregrinación obligada para cualquier yankee de pro. 

Eran tiempos en los que ser familiar de caído en la guerra era poco menos que un honor, y ser veterano era motivo de endiosamiento.

El soldado Ryan creado por Steven Spielberg quizá sea de los mejores ejemplos modernos de la hegemonía americana apuntalada durante décadas para vender al obrero el glorioso ejemplo que dio su nación a mediados del siglo pasado. Las hipérboles del papel interpretado por EEUU en el conflicto llevado a cotas nunca vistas.

Con todo, hay que reconocer una bondad a esa corriente cultural-ideológica: dejaba bastante clara la dualidad bueno-malo, y el espectador medio diferencia que, el nazismo, había asolado Europa y que, de otro lado, las potencias aliadas lo habían combatido.

Y es aquí donde aparece con mayor fuerza que nunca la perversión que subyace al capitalismo: ya en la mitología clásica griega, el titán Cronos devoraba a sus hijos, los futuros dioses del Olimpo, temeroso ante la profecía que anunciaba que uno de ellos estaba llamado a derrocarlo.

Los capitalistas americanos de la primera mitad del siglo XX azuzaron a su mano de obra -sus “hijos”, los que podían derribar al sistema llegado el momento- a una guerra contra el fascismo, pero nada les contaron sobre la relación de éste con el sistema capitalista.

El fascismo no es más que el último recurso al que el Capital acude cuando se ve arrinconado; y es que, ante el ascenso imparable de la URSS en el este, al patrón le venía muy bien el auge del nazismo alemán y el fascismo italiano, principalmente.

Echando un vistazo a Ucrania, y dejando de lado un ahondamiento (necesario, por otro lado, en otro tipo de textos) en las relaciones capitalistas subyacentes al conflicto, vemos cómo los golpistas de Pravy Sektor (Sector Derecho) enarbolan retratos de Stepán Bandera líder ucraniano que colaboró con los nazis y responsable de matanzas sistemáticas de judíos y comunistas. 

Y frente a ellos, las denominadas autodefensas, milicias populares antifascistas que se están rebelando en el este del país contra los golpistas.

Los medios de comunicación nos venden (su) ideología dominante: los enfrentamientos se producen entre nacionalistas y prorrusos separatistas. 

Ninguna referencia al fascismo que imponen a sangre y fuego; omiten que son los militantes de Sector Derecho los que incendiaron la Casa de los Sindicatos de Odessa, quemando vivas a más de 40 personas y apaleando a los supervivientes3,4.

EEUU, actor principal en cada conflicto internacional, azuza a la opinión pública contra quienes defienden su tierra del fascismo. El Capital prostituye, como tantas otra veces, el antifascismo militante a su antojo; todo depende de, si en un momento dado y ante unas circunstancias concretas, la bandera del antifascismo favorece o no a la clase dominante. En este momento y ante las circunstancias actuales, los fascistas ucranianos son útiles a los capitalistas; y los antifascistas, no.

Recurriendo a otra referencia cinematográfica, y tomando el magnífico discurso de Olmo (Gérard Depardieu) en la no menos magnífica Novecento de Bernardo Bertolucci, “los fascistas no son como los hongos, que nacen así en una noche, no. Han sido los patronos los que han plantado los fascistas, los han querido, les han pagado. 

Y con los fascistas, los patronos han ganado cada vez más, hasta no saber dónde meter el dinero. Y así inventaron la guerra, y nos mandaron a África, a Rusia, a Grecia, a Albania, a España,… Pero siempre pagamos nosotros.

 ¿Quién paga? El proletariado, los campesinos, los obreros, los pobres”5.

¡Qué cosas! La máquina ideológica del Tío Sam ahora se ha vuelto contra la memoria del soldado Ryan.

1. Antonio Gramsci y la hegemonía:


2. La ideología alemana, Karl Marx & Friedrich Engels:


3. Asalto a la Casa de los Sindicatos de Odessa:


4. Relato de lo ocurrido en Odessa:


5. Novecento. Los fascistas:

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