Apareció hace días un artículo de Luis Eduardo Celis sobre la historia del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, retratando de modo más bien superficial el proceso de fundación del organismo. Según Celis, obedeció a unos dineros que García Márquez obtuvo con un premio literario en Estados Unidos.
No podía faltar la versión de Enrique Santos Calderón, muy autorizado para hablar sobre la izquierda colombiana, aunque lleve décadas renegando de ella: ya que Gabo no tenía a quién darle la plata, ni la quería donar a movimientos políticos extranjeros como en una ocasión anterior, “se ingenió” un comité, que a la postre resultaría en importante formación en defensa de los Derechos Humanos.
Lo anecdótico y superficial del cuento comienza con el título por lo menos chistoso: “invéntate un Comité de Derechos Humanos, eche” [1] . Se intuye que los Derechos Humanos en Colombia son otra fantasía del imaginativo Nobel junto a su amigo Enrique Santos, hijo, nieto, hermano, primo, sobrino de excelentísima familia.
Al ponerle el protagonismo de la vaina a Gabo y al hermano del Presidente, se omite el asunto de fondo, que no tiene nada de chistoso, ni de fantasioso; el Estado -igual que hoy- violaba los Derechos Humanos de modo sistemático, atroz y generalizado.
La picana, los jueces militares, el tiro de gracia, la desaparición en cualquiera de sus variantes, las agujas entre las uñas, los ahogados en medio de las torturas, todos esos sinónimos de tres palabras archi-conocidas: Estado de excepción.
Hubo una diferencia, original del momento, y radicaba en las atrocidades por mano propia, toda vez que no se había delegado el trabajo sucio a los grupos paramilitares.
El artículo lo encabeza una fotografía de García Márquez junto a Santos Calderón, pero en la mitad hay un misterioso protagonista que apenas es reseñado, un tal Noel Montenegro, un tipo sin importancia. Es la tercera vez que me encuentro esa fotografía en la que Santos parece dormido, Gabo esquiva la mirada y el misterioso bigotudo de la mitad enfrenta la escena recio, firme, con semblante de gavilán hosco.
En todas las versiones que he leído, los protagonistas de la foto son los famosos de los costados. Poco o nada se sabe sobre el hombre del medio.
Conocí la imagen a manos de su protagonista olvidado. Montenegro me la mostró una mañana en su casa mientras explicaba que él siendo Presidente de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, junto a un enredo de sindicalistas, activistas sociales, líderes barriales y trabajadores, colaboró en la fundación del emblemático Comité ante la arremetida de represión que las organizaciones populares estaban sufriendo durante el gobierno conservador de Misael Pastrana.
En ninguna de las publicaciones donde aparece la fotografía se habla de esa otra parte de la historia, la de un movimiento social masivo, en ascenso, que tenía sus propias figuras, sus propios líderes salidos del barro, sin apellidos sonoros, ni parentela con propiedad en los periódicos. Esos otros protagonistas no se ganaron ningún Nobel, por una razón bien terca: ellos eran los que se ganaban las torturas, las atrocidades o las temporadas en La Modelo, como el propio Montenegro, al que todavía se le erizan las canas recordándose colgado de las piernas en el Cantón Norte, antes de ser arrojado de cabeza a un tanque con agua justo en el momento que la artista Nirma Zárate, del mismo Comité, llegaba a la guarnición a exigir su liberación.
¿Y si no llega Nirma qué pasa? Le pregunto.
Él, apunta esa mirada de gavilán caminero, antes de soltar al vuelo: “No estaría yo acá echando el cuento.
El desprecio de la prensa y la historiografía oficial por esos rostros humildes, templados al calor de los fogones en leña y los golpes del azadón, descubre una versión de próceres y hombres notables, pertenecientes a las élites capitalinas, esos que gestan los acontecimientos magnos de la nación desde hace cinco siglos en las enciclopedias.
Resulta bien ilustrativo que hasta para pontificar sobre la mancillada izquierda, haya que acudir a un miembro -descarriado unos años- de una de las familias más tradicionales y poderosas del país.
Castas que monopolizan todo, se dan el lujo de acaparar incluso el papel de las masas sociales sin rostro, sin nombre y sin abolengos, las que de verdad ponen muertos, llenando las calles. Las que sacuden gobiernos.
Dan cólicos las abundantes versiones de la reforma agraria que sólo tienen créditos para Lleras Restrepo, el incapaz que nunca cumplió sus promesas, sin mencionar a los millones de terrajeros que a fuerza de machete, sudor y sangre, desalambraron los latifundios.
Da rabia pero no se recuerda que Ecopetrol, empresa insigne de la nación, existe porque un sindicato obligó con una huelga a qué el Estado la creara.
El mismo sindicato que contribuye con la cifra más alta de miembros asesinados, sumando a esa estadística del horror que es la aniquilación de trabajadores organizados en Colombia.
Otro relato de las cosas quiere darle la voz a los mudos por imposición.
A eso se refería Walter Benjamin cuando decía que incluso en el terreno de la historia, era necesario forcejear para no permitir que los vencedores se apropiaran de los hechos, fabricando versiones arrogantes.
Esta foto que resume la fundación del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos es importante por lo que no muestra, por el drama que oculta. Vamos a examinarla con detalle: mientras Santos Calderón cierra las pestañas y García Márquez mira para otro lado, en los ojos del campesino Noel Montenegro quema la candela de la furia.
La furia es la verdadera historia, que nos puede enseñar por qué los Derechos Humanos en éste país siguen siendo hoy una fábula macondiana, ficticia.
Y tan inexistentes como las imaginerías retorcidas del realismo mágico.
@camilagroso
NOTAS:
[1] Luis Eduardo Celis, “Invéntate un comité de Derechos Humanos, eche”, artículo publicado en el portal Las 2 Orillas el 24 de marzo de 2014. Disponible en: http://www.las2orillas.co/inventate-un-comite-de-derechos-humanos-eche-gabriel-garcia-marquez/