Nazanín Armanian expone cómo el nuevo estatus de Crimea afecta a Turquía por los cuatro costados y la prensa opositora pone en aprietos al desgastado gobierno de Erdogan recordándole un tratado firmado en 1783, según el cual los turcos recuperarían automáticamente la soberanía sobre Crimea si ésta se declarase independiente o fuera integrada a un tercer país.Sin embargo, explica la periodista iraní,Turquía, miembro de la OTAN, no puede meter baza en la redistribución geoestratégica de la zona y está obligada a mirar los toros desde la barrera.M.M.
Nazanín Armanian / Público.es
La prensa opositora turca está poniendo en un gran aprieto a Tayeb Erdogan —acorralado por los escándalos de corrupción y las manifestaciones de ciudadanas que no cesan— al rescatar una cláusula del Tratado de Kuchuk Kaynarca (ciudad de Bulgaria), firmado el 19 de abril de 1783 entre Rusia y el gobierno otomano.
Según este tratado, los turcos recuperarían de forma automática la soberanía de Crimea (entonces turco-musulmana, conquistada por Rusia) en caso de que la península se declarase independiente o fuese integrada en un tercer país.
Pero si esta posibilidad no se barajó tras la independencia de Ucrania de la URSS en 1991, ¿cómo se plantea hoy con una Rusia que es capaz de desafiar al conjunto de EEUU y la UE?
Antes de esta conquista, había estrechas relaciones entre el Estado otomano y el kanato de Crimea (el término “kanato” proviene de la palabra turca khan/Jan, que significa “señor, señorial”, de ahí el nombre de Gengis kan, el temible invasor mongol) .
Tras la revolución bolchevique de 1917, los tártaros vivieron en la “República Socialista Soviética Autónoma de Crimea”, que fue desmantelada por orden de Stalin en 1945 cuando fueron acusados de forma colectiva por colaborar con los nazis.
Lo cierto es que muchos líderes islamistas terratenientes en todo Oriente Próximo han cooperado con alemanes, ingleses, franceses o estadounidenses frente a los comunistas, no sólo porque éstos fuesen ateos y aquellos fieles a una de las Religiones del Libro, sino por sus políticas de confiscación de propiedades y repartirlas entre los trabajadores.
En 1945 Stalin desmanteló por decreto esta autonomía y decenas de miles de tártaros fueron detenidos o expulsados de sus tierras, deportados a Asia Central y sus hogares fueron entregados a los rusos que habían perdido sus casas en la guerra, como parte del programa de la rusificación de Crimea.
Desde entonces ha habido un importante cambio demográfico en la población de la península: si hace 200 años el 98% de la población era tártara, la invasión rusa, las deportaciones, y por fin el regreso de algunos miles tras la caída de la URSS, ha hecho que, según el censo de 2001, los tártaros hoy sean sólo el 12% de la población, frente a una mayoría ruso-ucraniana.
Pensar en una Crimea turca es una fantasía, pero que “Turquía nunca dejará solos a los hermanos tártaros y defenderá sus derechos”, como afirman los líderes turcos, es una palabrería, una cortina de humo sobre la grave crisis político-económica del país y quizás un intento de volver a acercarse a la UE.
Los tártaros y Turquía
Turquía se siente la matriarca de los integrantes de una gran familia que incluye a los pueblos que hablan lenguas turcas, como los kazajos, uzbekos, kirguís, hasta los qashgais, turcomanos, uigures, gagauzos, entre otros, con la excepción del pueblo de Azerbaiyano, que se comunica con la lengua azerí (de origen turco) desde el siglo XVI, siendo ario de origen medo.
En cuanto a los tártaros, lo que sí ha hecho Turquía en los últimos años ha sido fortalecer sus lazos con este colectivo, firmando con el gobierno de Crimea acuerdos de cooperación cultural, turística, agrícolas, construyendo viviendas, caminos y escuelas (también religiosas) para sus hermanos en esta península.
Ankara no puede hacer casi nada
La inesperada crisis de Ucrania y Crimea ha entrado de lleno en la política de Ankara: Erdogan ha tenido que autorizar el paso a un buque de la Armada de EEUU para que entrase en el Mar Negro.
Por otro lado, aumenta sobre su gobierno la presión de los tártaros de Crimea y los tártaros de su país para “hacer algo”, impidiendo la separación de Crimea de Ucrania y su acercamientos a Rusia.
Que los tártaros reconocieran el nuevo gobierno de Kiev los coloca en una situación más que delicada.
El erróneo análisis de Occidente que le ha llevado a seguir los pasos de la extrema derecha ucraniana o a comparar a Putin con Hitler, le ha cerrado las puertas para llegar a un acuerdo con el Kremlin y convencerle de que regresara al estatus anterior a la crisis. (Ver Ucrania y las opciones de Obama y Putin).
Esta situación, que ha superado a la UE, ha hecho que Putin, si en un primer momento pretendía utilizar la cuestión de Crimea sólo para hacer retroceder a los pro-occidentales en Ucrania, ante el golpe de Estado de las fuerzas anti-rusas en Kiev, terminará defendiendo la separación de Crimea.
Ante tales hechos, que significan un cambio radical en la ecuación geoestratégica de la zona, Ankara, miembro de la OTAN, no puede enfrentarse a Rusia a pesar de las ganas, por las siguientes razones:
Erdogan, que sigue enfrentándose a miles de ciudadanos descontentos en las plazas del país, no se ve con autoridad moral para apoyar a los manifestantes de Maidan de Ucrania.
Es consciente de que Moscú no renunciará a la base naval de Sebastopol, y que posiblemente y de momento, no habrá vuelta atrás.
El gran volumen de negocios con Rusia, en estos tiempos de crisis de la UE, es un bálsamo para la economía turca.
Ankara tampoco se implicó en el conflicto del Cáucaso en 2008 y ha intentado que las divergencias políticas con Moscú en el caso de Siria no influyan a estas relaciones.
No puede repetir el mismo gesto que tuvo contra Israel en 2009, cuando agitó la bandera en defensa de los hermanos palestinos, enfrentándose a Shimon Peres en la reunión de Davos, lo que hizo disparar su popularidad.
Pero Rusia no es Israel y él está acusado de delitos tan graves que ni la solidaridad con los tártaros atrapados en el fuego cruzado entre Moscú y Kiev le salvará la cara.
Plantar cara a Rusia puede llevar a Gazprom a anular el acuerdo firmado con Turquía en 2011, para pasar un gaseoducto por las aguas de Turquía en el Mar Negro, esquivando Ucrania.
O lo que es peor para Erdogan,Moscú puede llegar a un acuerdo con el rival iraní para utilizar su territorio en el transporte de gas a sus clientes. Todo esto significa perder miles de millones de euros que gana por el peaje, además de la importancia estratégica.
Rusia e independencia de Crimea
Lo más perjudicial para Moscú es que la separación de Crimea de Ucrania le permitiese a este país entrar en la OTAN.
Que la Unión Aduanera rusa se quedase sin su principal estrella —que iba a ser Ucrania— o que Crimea dejara de recibir buena parte de sus seis millones de turistas y se convirtiera en una carga para Moscú ahora que ha invertido millones de dólares en la bella ciudad de Soshi no le quita el sueño.
En cambio, allí podrá fortalecer sus fuerzas navales, rompiendo el acuerdo firmado con Ucrania en 1997 que le impide modernizar y ampliar las instalaciones militares —que son de la era soviética— y privará a Ucrania del suculento alquiler que recibía anualmente por la base de Sebastopol.
Desde ahí pudo en 2008 desactivar las operaciones navales de Georgia en la guerra y cercarle militarmente y también fue desde esta base de donde partieron los diez buques militares hacia el puerto sirio de Tartus, el año pasado.
Además, podrá aumentar su influencia sobre los corredores de energía del Mar Negro y sobre los compradores europeos, asestando un fuerte golpe a los intentos de Occidente de reducir su dependencia energética de Rusia.
Los intereses de las naciones no poderosas radican en las alianzas regionales y en no convertirse en esclavas de superpotencias en un mundo donde reina la ley de la selva.
Le conviene a los turcos, ahora que carecen de peso para mediar en este conflicto que les va afectar por los cuatro costados, esperar desde la barrera a ver qué pasa