Los científicos británicos llegaron a la conclusión de que las enfermedades que aquejan a las abejas son contagiosas para los abejorros y para otros polinizadores silvestres de las plantas.
En los últimos diez años, en EEUU murió el 90 % de las abejas silvestres y domésticas; en Gran Bretaña más de la mitad. Una peste masiva que afecta a estos insectos se registra en Suiza, Alemania, Austria, Italia, Israel y en otras regiones del mundo. Esto representa en sí una seria amenaza para el funcionamiento normal del sistema ecológico del planeta y puede intensificar la crisis alimentaria ya iniciada, advierten los especialistas.
Las abejas están en peligro de extinción. Miles de millones de abejas melíferas mueren en todo el mundo, dejando al hombre a solas con las plantas no polinizadas.
De acuerdo con los últimos datos, en EEUU como resultado de este hecho cayó bruscamente el rendimiento de los árboles frutales, sobre todo el manzano y el almendro.
Todas las primaveras a las regiones más afectadas llevan colmenas de otros rincones del país o bien las importan. La ayuda no es muy efectiva; la mayor parte de las abejas muere hacia la siguiente temporada. Lo peor es que durante el traslado existe el riesgo de propagación de la epidemia.
En particular, en 1998 en EEUU se registró por vez primera un contagio de la enfermedad transmitida por el escarabajo de las colmenas. Con anterioridad se detectaba solo en el sur de África, si bien allí no ocasionaba mayores perjuicios, puesto que prefería alimentarse de frutas modorras. Cuando apareció en EEUU se convirtió en una verdadera plaga para los apicultores, señala el presidente de la Unión Rusa de Apicultores, Arnold Bútov:
–Este escarabajo se alimenta no solo de las abejas, sino también del contenido de las colmenas: marcos, panales, miel y todo lo demás.
Lo peor de todo es que puede ser trasladado no solo en productos de apicultura o con las propias abejas, sino también en muebles y otros artículos de madera.
Ahora cunde el pánico también en México. Los especialistas locales no consiguen frenar la propagación de esta peste. En Australia, el escarabajo de las colmenas se difunde en un año desde Sídney por todo el país.
Otra desgracia masiva son las garrapatas y las moscas parasitarias. Estas penetran en el cuerpo de las abejas y se las comen desde dentro.
Como resultado la abeja se debilita, tiene una descendencia imperfecta, pierde la capacidad de orientarse en el espacio y, al final, muere de hambre.
Prácticamente es imposible librarse de esta plaga.
El apicultor destruye las colmenas, escoge los ejemplares sanos, cambia la ubicación de los colmenares, y solo le queda esperar que la suerte le acompañe. Las propias abejas no están en condiciones de hacer frente a los parásitos y virus.
La vecindad con el hombre resultó ser perniciosa para su capacidad de supervivencia, subraya Anatoli Kóchetov, doctor en Ciencias Agrícolas y apicultor emérito de Rusia:
–Las abejas, igual que las personas, se enferman si mantienen hábitos de vida incorrectos y si se alimentan mal. Cuando domesticamos a las abejas y empezamos a recolectar la mayor cantidad posible de productos apícolas como la miel, el polen, la jalea real, la cera, el veneno de abejas (apitoxina), los propóleos, nos olvidamos, y ellas también, que cincuenta millones de años atrás vivían de manera silvestre. Entonces, ellas mismas se abastecían de todo.
Pero ahora les hemos hecho perder esa costumbre y de ahí las enfermedades.
A ello se le puede sumar la ampliación de las redes de comunicación móvil, las líneas de transmisión eléctrica y el mal estado de la ecología.
Todo esto influye de forma perjudicial en las abejas.
Las abejas domésticas enfermas contagian a las silvestres.
Si sobre una flor se posa una abeja afectada por un hongo o virus, y después allí mismo se posa un abejorro, la probabilidad de propagación de la enfermedad es muy alta.
La muerte masiva de abejas y de otros himenópteros hará que muy pronto el planeta se vuelva irreconocible.
El 80% de todas las plantas que florecen en el mundo son polinizadas por insectos.
Hoy en diferentes países ya hay fincas donde el hombre, con pincel en mano, está obligado a cumplir la función de polinizador.
Pero no está en condiciones de polinizar todas las flores.
En su tiempo, Albert Einstein dijo: “Si las abejas llegan a extinguirse, al cabo de cuatro años también se extinguirá el género humano”.
Y ya quedan pocas.