Pablo Gonzalez

La Carpio deberá conformarse con una elección para pocos


Mercedes Hernández tiene una marimba de sandalias colgándole del hombro, todas a la venta, y transita las calles de La Carpio buscándoles comprador.

 Va avanzando hacia el oeste, como enfilando hacia la escuela Finca La Caja donde 3.328 personas están inscritas para votar, pero doña Mercedes no. A sus 63 años, ella no tiene ciudadanía costarricense.

En La Carpio, una comunidad ubicada en el distrito josefino de la Uruca donde habitan más de 20.000 personas, los candidatos presidenciales no podrán conseguir más que unos miles de votos, porque muchos de sus habitantes no tienen la cédula nacional.

"El 90% de la gente es nicaragüense entonces son pocos los que puede votar", explica el sacerdote Giovanni Obando a la salida de misa en el templo Inmaculada Concepción, la única iglesia católica del asentamiento.

Obando tal vez exagera un poco, pero es irrefutable que muchos habitantes no podrán elegir presidente. 

No tienen ese derecho. 

De esas 20.000 personas que viven en La Carpio, solo 3.328 aparecen en el padrón electoral de la Escuela Finca La Caja. Así funciona la democracia: una de las comunidades más populosas de San José no puede tener voz sobre el futuro de este país.

Al terminar la misa, cerca de las 9 a. m., la salida de los feligreses reactivó la calle y llenó un poco la escuela, hasta entonces todavía con un ambiente tibio. Entre el grupo iba Anthony Acevedo, quien tampoco puede votar por ser menor de edad. Su madre contó que ella es nicaragüense sin ciudadanía, pero como Anthony nació en Costa Rica podrá votar en unos años.

La Carpio es una comunidad obrera que surgió en 1993 cuando un terreno de 23 kilómetros cuadrados, propiedad de la Caja Costarricense del Seguro Social, fue ocupado. Las calles empolvadas, la vida entre dos ríos y las docenas de antenas de televisión por satélite sobre los tejados caracterizan ahora el asentamiento, con una fuerte organización comunal. Una línea de buses y sus cuatro paradas han marcados su precaria geografía y muchas viviendas todavía sobreviven con latas de zinc apiladas sobre cuatro maderos. 

Los líderes locales aseguran que durante la mañana la actividad siempre es floja, porque la población está en alguno de las docenas de iglesias que conviven en la comunidad. Como por ejemplo, el Templo Shekinah, donde una banda de rock amenizaba a un centenar de asistentes.

Las calles de Carpio intercalan residencias, pulperías, templos y sodas; no hay frontera entre las casas y el comercio y sus habitantes debaten sobre temas álgidos como las uniones entre personas del mismo sexo. En la soda Peinel, a tiro de piedra de la escuela, el frenteamplista Cristian Castro defendía la posición de su candidato a la hora del almuerzo. La democracia a ritmo de casado.

Pero algunos nacidos en el extranjero sí tienen cabida en las elecciones ticas, como los 25.087 nicaragüenses naturalizados que podrán ejercer el voto. Entre ellos está "La Abuela" María Calderón, de 95 años, quien fue una de las primeras persona en asentarse en esa franja de tierra hace poco más de dos décadas.

–Voy a votar por el de verde–, asegura.

El músculo de Liberación Nacional es evidente en la comunidad: su presencia frente a la escuela bate a los demás partidos. Por cada guía del Frente Amplio o Acción Ciudadana, el PLN parecía tener cinco. La misma ecuación para vehículos. Los socialcristianos todavía batallaban para armar un toldo a media mañana y el Movimiento Libertario nunca envió nada. 

"Estamos sin toldo y sin desayunos", explicó el fiscal general del ML, Esteban Aguilar, al mediodía.

En las cercanías de la escuela Finca La Caja –un centro educativo que parece no derecho a ser bautizado con nombre de prócer– la comida abunda. Mangos y algodones de azúcar a ¢200, plátanos a ¢300 y nacatamal a ¢1000. En la soda que cruza la calle, Fidelia Canales remueve una olla con chicharrones y comenta la jornada: "Diay, es malo quejarse".

Dentro de la escuela y durante las doce horas que las urnas estuvieron abiertas, la veinteañera Joselyn Camareno fue la encargada de apagar los incendios que pudieran afectar el ritmo electoral de este centro. Es su primera elección a cargo del centro de votación, como jefa de escuela, pero la inexperiencia no se le nota.

"Llegada de prensa de La Nación, periodista y fotógrafa", apunta Camareno en su libreta de incidencias al recibirnos y luego se va, revisando papeles.

En una banca de la escuela, ya entrada la tarde, espera con sombrero, camisa a cuadros y tenis Abdenago Cerdas, de 87 años. Berrea un rato sobre la situación del país y luego dice que simpatiza con dos: Araya y Villalta.

–Y, ¿por quién votó don Abdenago?

–Por Araya. De por sí esto no lo compone nadie.

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