Pablo Gonzalez

Israel: Falso proceso de paz, verdadero proceso de guerra


Nosotros, los estadounidenses, tenemos unas ideas muy curiosas acerca de la ayuda exterior. Recientes encuestas muestran que, por término medio, creemos que esa ayuda se traga el 28% del presupuesto federal, y que en tiempos de austeridad, ese gigantesco bocado al presupuesto debería reducirse hasta el 10%.
En realidad, es apenas un 1% del presupuesto lo va a parar a la ayuda exterior de cualquier tipo.

Sin embargo, en este caso, la verdad resulta al menos tan extraña como la ficción. Tengan en cuenta que el gran receptor de la ayuda exterior de EEUU a lo largo de las últimas tres décadas no es ninguna tierra depauperada llena de niños muertos de hambre, sino una nación rica con un PIB per capita similar al de la media de la Unión Europea y más alto que el de Italia, España o Corea del Sur.

Consideren también que el gran receptor de esa ayuda –desde 2008, casi toda ella militar- está afanosamente dedicado a un proyecto de colonización propio del siglo XIX. En los últimos años de la década de 1940, nuestro beneficiario expulsó a alrededor de 700.000 personas indígenas de la tierra que reclamaba. 

En 1967, nuestro cliente se apoderó de una parte de los territorios contiguos y desde entonces ha estado colonizando esos territorios con casi 650.000 individuos de su propio pueblo. Ha dividido las tierras conquistadas mediante infinidad de puestos de control y carreteras sólo accesibles a los colonizadores, y está también construyendo un muro de unos 710 kilómetros rodeando (y cortando) el territorio conquistado, creando una geografía de control que viola el Derecho Internacional.

“Limpieza étnica” es un término duro pero adecuado para una situación en que la que se está expulsando a un pueblo de sus hogares y tierras porque no pertenece a la tribu elegida. Aunque muchos se niegan a presentar esta acusación contra Israel –porque ese país es, claro está, el gran receptor de la ayuda estadounidense y especialmente de la esplendidez militar-, ¿quién dudaría en utilizar ese término si, en una imagen especular del mundo, todo eso se le estuviera infligiendo a los judíos israelíes?

Ayuda militar a Israel

A primera vista, estar armando y financiando a una nación rica que actúa de esa forma puede, a primera vista, parecer una política indigna. Sin embargo, la ayuda estadounidense ha estado fluyendo hacia Israel en cantidades cada vez más grandes. De hecho, Israel ha absorbido durante los últimos sesenta años casi un cuarto de billón de dólares en ese tipo de ayuda. Sólo el pasado año, Washington envió alrededor de 3.100 millones en ayuda militar, complementados por dotaciones para colaborar en investigaciones militares y ejercicios deentrenamiento conjunto.

Por lo general, EEUU cubre casi la cuarta parte del presupuesto de defensa de Israel, desde botes de gases lacrimógenos a aviones de combate F-16. En su ataque contra Gaza del invierno 2008-2009, el ejército israelí utilizó “bombas tontas” M-92 y M-84, “bombas inteligentes” Paveway II y JDAM, helicópteros de combate Apache AH-64 equipados con misiles guiados Hellfire AGM-114, munición “antibunker” M141, y armas especiales, como munición de fósforo blanco M825A1 de 155 mm, todo ello suministrado en concepto de ayuda exterior estadounidense. (Únicamente a Israel, entre los perceptores de la ayuda de Washington, se le permite también gastar el 25% de la financiación militar de Washington en armas fabricadas por su propia industria armamentística.)

¿Por qué Washington está haciendo esto? La respuesta más común es la más sencilla: Israel es “aliado” de Washington. Pero EEUU tiene docenas de aliados por todo el mundo y ninguno de ellos está de esa forma subvencionado por los dólares de los contribuyentes estadounidenses. Como no hay ningún tratado-alianza entre las dos naciones y, teniendo en cuenta la naturaleza asimétrica de los costes y beneficios de esta relación, un término mucho más adecuado de los lazos de Israel con Washington podría la de “estado clientelista”.

Pero tampoco es un cliente especialmente leal. Si se supone que esa ayuda militar masiva le permite a Washington tener capacidad de apalancamiento e influencia sobre Israel (como sucede normalmente en las relaciones clientelistas con Estados), la verdad es que no es fácil detectarla. En caso de que no se hayan dado cuenta, rara es la visita diplomática estadounidense a Israel que no se reciba con un descarado anuncio de intensificada colonización del territorio palestino, eufemísticamente denominada “expansión de asentamientos”.

Washington proporciona también ayuda a Palestina por un total, de media, de 875 millones de dólares al año en el primer mandato de Obama (más del doble de lo que George W. Bush les dio en su segundo mandato). Eso representa algo más de un cuarto de lo que recibe Israel. Gran parte de esa ayuda va a proyectos de dudoso valor neto, como el desarrollo de redes de regadío en un momento en que los israelíes están destruyendo las cisternas y pozos palestinos en muchos lugares de Cisjordania. Otra parte importante de esa financiación se dedica a entrenar a las fuerzas de seguridad palestinas. Conocidas como “fuerzas Dayton” (por el general estadounidense Keith Dayton, que dirigió su entrenamiento de 2005 a 2010), esas tropas tienen un sombrío historial de violaciones de derechos humanos que incluye actos de tortura, como el mismo Dayton ha admitido. Un antiguo adjunto de Dayton, un coronel estadounidense, describió esas fuerzas ante al-Jazeera como un subcontratado “tercer brazo de la seguridad de Israel”. Según Josh Ruebner, director-asesor nacional de la U.S. Campaign to End the Occupation [Campaña Estadounidense para Poner Fin a la Ocupación] y autor de “Shattered Hopes: Obama’s Failure to Broker Israeli-Palestinian Peace”, la ayuda estadounidense a Palestina sirve ante todo para reforzar la ocupación israelí.

Un intermediario deshonesto

Nada es igual ni parecido en lo que se refiere a israelíes y palestinos en Cisjordania, Jerusalén Este y la Franja de Gaza, y las cifras lo dicen todo. Por ofrecer sólo un ejemplo, el número de víctimas de la Operación Plomo Fundido, el ataque de Israel contra Gaza que se produjo en diciembre 2008-enero 2009, fue de 1.385 palestinos (la mayoría de ellos civiles) y 13 israelíes, tres de ellos civiles.

Y sin embargo, la opinión dominante en EEUU se empeña en considerar a las dos partes esencialmente iguales. Harold Koh, ex decano de la Facultad de Derecho de Yale y hasta hace muy poco principal jurista del Departamento de Estado, actúa en ese sentido de forma típica al comparar el papel de Washington con la “supervisión adulta” de un “parque infantil poblado por enfrentadas pandillas de navajeros”. Fue una elección de metáforas muy extraña, dado que una de las partes está equipada con armas pequeñas y cohetes de sofisticación diversa, y la otra con armas nucleares y un ejército moderno dotado de tecnología de última generación subvencionado por la única superpotencia mundial.

En el escenario global, todo el mundo es consciente del papel activo de Washington, excepto los estadounidenses, que se han declarado a sí mismos árbitros ecuánimes de un conflicto que supone esfuerzos fallidos interminables en la negociación de un “proceso de paz”. A nivel mundial, cada vez menos observadores creen en esa ficción de Washington como espectador benevolente en vez de un participante profundamente implicado en la crisis humanitaria. En 2012, el ampliamente respetado International Crisis Group describió el “proceso de paz” como “una adicción colectiva que sirve para todo tipo de necesidades, menos para alcanzar el acuerdo principal”.

La contradicción entre el apoyo diplomático y militar hacia una de las partes en el conflicto y la pretensión de neutralidad no pueden justificarse. “Mirándolo objetivamente, se podría argumentar, en todo caso, que los esfuerzos diplomáticos estadounidenses en Oriente Medio han hecho que sea aún más difícil conseguir la paz entre palestinos e israelíes”, escribe Rashid Jalidi, historiador de la Universidad de Columbia y autor de “Brokers of Deceit: How the U.S. Has Undermined Peace in the Middle East”.

Silencio evasivo

Las elites políticas estadounidenses son incapaces, o no están dispuestas, a hablar sobre el destructivo papel de Washington en esta situación. Hay un montón de discusiones acerca de la solución de un estado frente a la de dos estados, una constante desaprobación de la violencia palestina, una leve crítica ocasional (“inútil”) de los asentamientos israelíes y, últimamente, un animado debate sobre el movimiento por el boicot, la desinversión y las sanciones (BDS, por sus siglas en inglés) emprendido por la sociedad civil palestina para presionar a Israel hacia una paz “justa y duradera”. Pero en lo que se refiere a aquello de lo que los estadounidenses son más responsables –toda esa pródiga ayuda militar y cobertura diplomática a una sola de las partes-, cuanto cabe esperar es un eufemismo o un silencio evasivo.

En general, los medios estadounidenses tienden a abordar la forma en que armamos a Israel como una parte del orden natural del universo, tan fuera de toda duda como la fuerza de gravedad. Incluso los medios “de calidad” evitan cualquier discusión sobre el papel real de Washington avivando el conflicto israelo-palestino. El mes pasado, por ejemplo, The New York Times publicó un artículo sobre un futuro Oriente Medio “post EEUU” sin hacer referencia alguna a la ayuda de Washington a Israel, a Egipto o a la cuestión de la V Flota atracada en Bahrein.

Podrían pensar que las huestes progresistas de los programas de noticias de MSNBC andan despistadas acerca de lo que los contribuyentes estadounidenses están subvencionando, porque el tema apenas se entreve en los coloquios de Rachel Maddow, Chris Hayes y otros. Teniendo en cuenta las selectivas reticencias por todas partes, la cobertura estadounidense de Israel y Palestina, y especialmente la de la ayuda militar a Israel, se parece a una novela de Agatha Christie en la que el narrador en primera persona, que observa y comenta la acción con un tranquilo semidespego, resulta ser el asesino.

Intereses estratégicos propios e incondicional ayuda militar

En el frente activista, tampoco se discute el patronazgo militar estadounidense, debido en gran parte a que el paquete de ayuda a Israel está tan profundamente empotrado que ningún intento de ponerle fin o disminuirlo podría tener éxito en un futuro cercano. De ahí que la campaña por el Boicot, Desinversión y Sanciones, BDS, se haya centrado en objetivos más pequeños, más abordables; aunque como me dijo Yusef Munayer, director ejecutivo del Jerusalem Fund, un grupo de apoyo, el movimiento del BDS pretende a largo plazo poner fin a las transferencias militares de Washington. Esto tiene sentido táctico y tanto el Jerusalem Fund como la Campaña Para Poner Fin a la Ocupación Israelí están comprometidos en continuascampañas para informar al público de la ayuda militar estadounidense a Israel.

Menos comprensibles resultan los grupos de lobbys que se anuncian a sí mismos como “a favor de la paz”, campeones del “diálogo” y de las “conversaciones”, pero que comparten la misma línea de fondo sobre la ayuda militar a Israel que sus homólogos abiertamente militaristas. Por ejemplo, J Street (“a favor de Israel y a favor de la paz”), una organización sin ánimo de lucro con sede en Washington que se anuncia como una alternativa moderada al todopoderoso grupo de presión del Comité de Asuntos Públicos EEUU-Israel (AIPAC, por sus siglas en inglés), apoya tanto la “robusta” ayuda militar como cualquier desembolso complementario que desde Washington se ofrezca al ejército israelí. Americans for Peace Now adopta de forma similar la postura de que Washington debe proporcionar una “fuerte ayuda” para asegurar la “ventaja militar cualitativa” de Israel. A riesgo de parecer poco imaginativo, está claro que cualquier grupo que se decante por enormes paquetes de ayuda militar para un país que actúa como Israel lo hace, es obvio que no puede estar “a favor de la paz”. Es casi como si los grupos de solidaridad de los ochenta en Centroamérica hubieran pedido la paz mientras apoyaban que Washington siguiera financiando a la Contra y al ejército salvadoreño.

Aparte de las diversas facciones del lobby israelí, el panorama es igual de plano. El Center for American Progress, un think tank de Washington cercano al Partido Demócrata, emiteregularmente piadosos comunicados acerca de nuevas esperanzas para el “proceso de paz”, sin mencionar jamás cómo nuestro flujo incondicional de armamento avanzado podría desincentivar cualquier solución justa de la situación.

A propósito, hay una dinámica parecida en marcha en lo que se refiere al segundo mayor receptor de la ayuda extranjera de Washington, Egipto. El desembolso de Washington de más de 60.000 millones de dólares a Egipto a lo largo de los últimos treinta años, aseguró tanto la paz con Israel como su lealtad durante la Guerra Fría, a la vez que apoyaban a un gobierno autoritario con un terrible historial de violaciones de los derechos humanos. Mientras el ejército post-Mubarak restauraba su control sobre Egipto, el Washington oficial estaba trabajando para hallar vías que permitieran mantener el flujo de la ayuda militar, a pesar de la prohibición del Congreso de armar a regímenes que han derrocado a gobiernos electos. Sin embargo, por lo menos hay algún debate en los medios dominantes en EEUU acerca de poner fin a la ayuda a los generales egipcios que han recuperado violentamente el poder. El periodismo de investigación Propublica, una entidad sin ánimo de lucro, ha elaborado un práctico “ilustrador” sobre la ayuda militar estadounidense a Egipto, aunque no han intentado ilustrar la ayuda a Israel.

El silencio acerca de las relaciones EEUU-Israel está en gran medida incardinado en la cultura de Beltway. Como George Perkovich, director del programa de política nuclear en el Carnegie Endowment for International Peace, dijo al Washington Post: “Es como todas las cosas que tienen que ver con Israel y EEUU. Si quieres salir adelante, mejor que no hables de eso; pero si no criticas a Israel, lo estás protegiendo”.

Esto es lamentable, porque la ayuda militar de Washington a Israel, invisible a nivel político, no es sólo un impedimento para una paz duradera, sino también un lastre estratégico y de seguridad. Como el General David Petraeus, entonces jefe del Mando Central de EEUU, testificó en 2010 ante el Comité de Servicios Armados del Senado: el fracaso para llegar a una resolución duradera del conflicto entre israelíes y palestinos hace que sea más difícil de conseguir cualquier otro objetivo de política exterior de Washington. También, señaló, fomenta el odio contra EEUU y alimenta a al-Qaida y otros grupos violentos. El sucesor de Petraeus en el CENTCOM, el General James Mattis, se hizo eco de esa lista de lastres en un diálogo público con Wolf Blitzer el pasado julio:

“Como comandante del CENTCOM, tengo que pagar cada día un precio de seguridad militar porque a los estadounidenses se les ve favoreciendo a Israel y eso nos aliena de todos los árabes moderados que quieren estar con nosotros pero no pueden aparecer públicamente apoyando a un pueblo que no muestra respeto hacia los palestinos árabes.”

¿No se creen a los generales? Pregunten a un terrorista. Jalid Sheij Muhammad, cerebro de los ataques del 11/S, encarcelado ahora en Guantánamo, dijo a sus interrogadores que lo quemotivó en gran parte el ataque a EEUU fue el papel principal de Washington ayudando a Israel en sus repetidas invasiones del Líbano y en la continua desposesión de los palestinos.

El lobby israelí saca siempre a colación toda una batería de argumentos a favor de armar y financiar a Israel, incluyendo la afirmación de que un paso atrás en esa ayuda a Israel significaría una “retirada” al “aislacionismo”. Pero, ¿cómo podría quedarse aislado EEUU, una hegemonía global intensamente implicada en casi cada aspecto de los asuntos mundiales, si dejara de dar su pródiga ayuda a Israel? ¿Estuvo “aislado” EEUU antes de 1967 cuando empezó a ampliar esa ayuda de forma importante? Estas cuestiones se contestan solas.

Algunas veces, el mero hecho de indicar el grado de la ayuda estadounidense a Israel provoca acusaciones de tener una especial antipatía hacia Israel. Esto puede funcionar como chantaje emocional, pero si alguien propusiera que Washington empezara a enviar a Armenia armamento por valor de 3.100 millones de dólares al año para que pudiera empezar a conquistar su provincia ancestral de Nagorno-Karabaj en la vecina Azerbaiyán, se consideraría un plan absurdo y no a causa de la aversión visceral hacia los armenios. Sin embargo, de alguna manera, en este país está profundamente institucionalizada la presunción de que Washington tiene que armar generosamente al ejército israelí.

Falso proceso de paz, verdadero proceso de guerra

En estos momentos, el Secretario de Estado John Kerry está liderando los esfuerzos para lograr otra nueva ronda del interminable proceso de paz que EEUU dirige en la región desde mediados de la década de 1970. No es precisamente muy audaz predecir que esta ronda va a ser también un fracaso. El ministro israelí de defensa, Moshe Yaalon, se ha mofado ya públicamente de Kerry en su búsqueda de la paz diciendo que es “obsesiva y mesiánica”, añadiendo que el marco recién propuesto para esta ronda de negociaciones “no vale ni el papel en el que está impreso”. Otros altos funcionarios israelíes acribillaron a Kerry por la mera mención que hizo a las potenciales consecuencias negativas para Israel del un boicot global si no se conseguía la paz.

Pero, ¿por qué no deberían Yaalon y otras autoridades israelíes sacar de quicio al desventurado de Kerry? Después de todo, el ministro de defensa sabe que Washington no va a agitar el palo y en cambio hay montones de zanahorias a la vista según Israel reduzca o redoble sus apropiaciones de tierra y esfuerzos colonizadores. El Presidente Obama se ha jactado de que EEUU no ha dado nunca tanta ayuda militar a Israel como durante su presidencia. El 29 de enero, el Comité de Asuntos Exteriores del Congreso votó unánimemente a favor de elevar el estatus de Israel a “principal socio estratégico”. Con el Congreso y el Presidente garantizando que la ayuda militar va a seguir fluyendo a niveles sin precedentes, Israel no tiene ningún incentivo para cambiar de conducta.

Habitualmente se culpa a los palestinos de esos puntos muertos diplomáticos, pero dado lo poco que puede exprimirse ya de ellos, volver a culparles esta vez probará la creatividad de las autoridades de Washington. No obstante, pase lo que pase, en los post-morten que están por venir, no habrá discusiones en Washington acerca del papel jugado por sus propias políticas socavando la consecución de un acuerdo justo y duradero.

¿Cuánto va a durar este silencio? El hecho de estar armando y financiando a una nación rica que perpetra limpieza étnica tiene que ofender de algún modo a conservadores, progresistas y casi a cualquier otra agrupación política en EEUU. Después de todo, ¿cuántas veces en política exterior se alinean los intereses estratégicos propios tan claramente con los derechos humanos y la decencia común?

Hay personas inteligentes que pueden no estar de acuerdo con la solución de un estado frente a la de dos estados para Israel y Palestina. Hay gente de buena voluntad que no está de acuerdo con la campaña global de BDS. Pero es difícil imaginar qué tipo de progreso puede alguna vez lograrse por un acuerdo justo y duradero entre Israel y Palestina si Washington no deja de armar hasta los dientes a una de las partes.

“Si no fuera por el apoyo de EEUU a Israel, este conflicto se habría resuelto hace ya mucho tiempo”, dice Josh Ruebner. ¿Reconoceremos alguna vez los estadounidenses el papel activo de nuestro gobierno destruyendo las posibilidades de una paz justa y duradera entre Palestina e Israel?

Chase Madar es abogado en Nueva York, colaborador habitual de TomDispatch y autor de “The Passion of [Chelsea] Manning: The Story Behind WikeLeak Whistleblowe” (Verso).

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