Pablo Gonzalez

RECONOCER A ISRAEL COMO ESTADO JUDÍO SERÍA COMO DECIR QUE EEUU ES UN ESTADO BLANCO


El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu ha añadido una quinta exigencia en sus negociaciones con el secretario de estado de EEUU John Kerry y el presidente palestino Mahmud Abas: que los palestinos reconozcan a Israel como “estado judío”.

Para que la demanda de Netanyahu tenga sentido, tiene que definir antes el término “judío”, que tiene varios posibles significados.

 Puede significar “aquellos reconocidos por la ley talmúdica como miembros de la ‘raza’ judía a través de la ascendencia materna”.

 Esta es la definición legal de “judeidad” en la legislación israelí y, por esta razón, tenemos que suponer que es lo que Netanyahu tiene en mente. También puede significar “seguidores de la religión judía”. Y podemos analizar también sus implicaciones.

De los aproximadamente seis millones de personas que se consideran judías en Israel, alrededor de 300.000 no son reconocidas como “judías” por el rabino jefe, y no hay posibilidades de que sean reconocidas como tales a corto plazo. 

Se les permitió inmigrar a Israel porque tenían al menos un abuelo judío, pero si su madre no era judía, ellos tampoco lo son.

Así que si Israel es un estado “judío”, ¿es un estado para estos judíos “no judíos”, principalmente rusos y ucranianos? Muchos de ellos son judíos por religión, pero no todos. Ninguno de ellos son judíos de acuerdo con el Talmud.

Peor todavía. Las pruebas genéticas de judíos europeos (ashkenazíes) muestran que la mayoría de las mujeres de ese grupo son descendientes de los cristianos europeos que se convirtieron al judaísmo cuando se casaron en el seno de la comunidad de comerciantes judíos, lo que probablemente sucedió en Roma y luego en el este de Europa a partir del 800 D.C. 

Si el Gran Rabino tomara en serio los haplotipos, la mayoría de los judíos ashkenazíes tendrían que ser declarados “no judíos” según el criterio talmúdico, puesto que sus madres no tenían los patrones distintivos en su ADN mitocóndrico, que muestran descendencia de los habitantes del antiguo Levante.

¿Es, pues, Israel un “estado judío” solo para los judíos orientales o mizrajíes, siendo losashkenazíes ciudadanos de segunda clase?

Si, por el contrario, “judío” significara “seguidor practicante del judaísmo”, entonces esa definición excluiría a muchos judíos israelíes. Solo el 66 por ciento o menos de los israelíes han afirmado, en las encuestas, que “sé que Dios existe y no tengo dudas sobre ello”.

 Mientras que solo el 6 por ciento son ateos y otro 28 por ciento se dicen agnósticos. Puesto que los palestinos israelíes musulmanes son mayoritariamente creyentes, es probable que el porcentaje de judíos agnósticos y ateos sea más elevado que el que dicen las encuestas.

 No existe ningún requerimiento legal de que los judíos israelíes sean creyentes practicantes. ¿Impondría ese requerimiento el reconocimiento de Israel como estado “judío”?

Por tanto, sea cual sea la definición de “judío” de Netanyahu, discrimina a un número sustancial de israelíes que se autodefinen judíos. Si es un asunto de ascendencia materna, deja fuera a unos 300.000 más o menos. Si es un asunto de creencia y observancia, deja fuera del club a casi dos millones de israelíes autodefinidos como judíos.

Además, 1,7 millones de israelíes —alrededor de una quinta parte de la población— son palestinos, en su mayoría musulmanes, pero también algunos cristianos. 

Con otras palabras, son un porcentaje de la población ciudadana israelí algo mayor que el de los latinos entre la ciudadanía estadounidense (alrededor del 17 por ciento).

 Si las actuales tendencias demográficas se mantienen, los palestinos israelíes podrían llegar a ser un tercio de la población en 2030.

Decir que Israel es un estado “judío” en un sentido racial sería como decir que EEUU es un estado “blanco” y definir a los latinos como “morenos”.

Y decir que Israel es un estado judío en el sentido religioso, de creyentes practicantes, sería como decir que EEUU es un estado cristiano, a pesar de que alrededor del 22 por ciento de la población no se define como cristiana (aproximadamente la misma proporción que los no judíos en Israel).

 La Primera Enmienda estadounidense prohíbe al estado “establecer” una religión, es decir, establecer una religión de estado con privilegios (los colonos tuvieron malas experiencias con el anglicanismo en este sentido).

 Aunque no podemos impedir que otros países establezcan religiones de estado, nosotros, los estadounidenses, no lo aprobamos y les daremos nuestra bendición, tal como Netanyahu parece querer que hagamos. De hecho, nuestro informe anual sobre derechos humanos del Departamento de Estado degrada a los países que no separan religión y estado.

Aunque algunos países tienen una religión oficial o de estado, eso es distinto de lo que está exigiendo Netanyahu.

 La constitución argentina dice que el catolicismo romano es la religión del estado. Pero Argentina no es un “estado católico”, ni en el sentido de estar formada principalmente por personas de fe católica (solo el 20 por ciento de los argentinos son practicantes), ni en el de estar formada por personas descendientes de poblaciones tradicionalmente católicas. 

De hecho, Argentina tiene aproximadamente medio millón de musulmanes, los cuales no están discriminados en la ley argentina de la forma en que sí lo están los palestinos israelíes (hay pueblos palestinos “no reconocidos”). De todas formas, como he dicho, en EEUU no aprobamos esa parte de la constitución argentina. Si todo lo que Netanyahu quisiera fuera que el judaísmo sea la “religión del estado” de Israel, eso podría lograrse seguramente con un simple voto en el parlamento israelí.

 Pero él quiere algo más, quiere que los extranjeros lo acepten.

La demanda de Netanyahu es racista o fundamentalista y es censurable desde el punto de vista estadounidense, basado en los derechos humanos (y no estoy hablando solamente de los derechos humanos de los palestinos israelíes).

Aún más nefasto, la demanda tiene que ser considerada en el contexto de su asociación con el ultranacionalista Avigdor Lieberman. Lieberman quiere despojar a los palestinos israelíes de su ciudadanía y convertirlos en apátridas.

 Convertir a la gente en apátrida fue una política de los estados perversos de Europa en los años 30, una política que tuvieron que padecer enormemente los judíos, junto con otras poblaciones.

 Es vergonzoso que los judíos conviertan a seres humanos en apátridas o los mantengan como tales. Tengo la sensación de que la verdadera razón por la que Netanyahu quiere que los palestinos reconozcan a Israel como estado judío —sea lo que fuere lo que tal término signifique— es que tiene planes maliciosos para el 20 por ciento de la población que no es judía.

En cualquier caso, Kerry debería reprender a Netanyahu por esta nueva exigencia, que es ilógica e irrazonable y, sobre todo, siniestra. 

Si Netanyahu no acepta la solución de dos estados, entonces él o sus hijos o sus nietos tendrán que aceptar, probablemente, una solución de un estado. Kerry está intentando hacerle un favor y si alguien no quiere tu favor, no debes humillarte para ofrecérselo.

Juan Cole es un conocido y prestigioso analista político liberal e historiador estadounidense. Ha escrito varios libros sobre Oriente Medio y escribe el blog Informed Comment.

Traducción: Javier Villate

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