El antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento 'Occupy Wall Street', reexamina en la obra 'En deuda' los violentos cimientos económicos del capitalismo, y describe la deuda como una herramienta de los Estados para controlar a los ciudadanos y emplaza a una condonación de los créditos
El mundo necesita condonar todas las deudas existentes. Tanto las internacionales como la de los consumidores. De esta manera, se “aliviría sufrimiento” y la humanidad recordaría que el “dinero no es inefable”, que “pagar los propias deudas no es la esencia de la moralidad” y que la democracia es el sistema que permite a las personas ponerse de acuerdo para buscar lo mejor para todos.
Esta es la “propuesta” que lanza el antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento Occupy Wall Street, en su ensayo En deuda, una historia alternativa de la economía (Ariel) [Debt: The First 5000 Years]
La propuesta de Graeber, doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths de Londres, no es producto de una genialidad propia, siquiera de una observación de la realidad económica del mundo occidental, sumido en una grave crisis de deuda desde 2008. Graeber repasa la historia de la economía mundial desde la antigua Mesopotamia hasta la actualidad a lo largo de 516 de páginas, en las que reexamina los orígenes de diferentes mitos y aseveraciones que el sistema ha convertido en verdades indiscutibles como el origen del capitalismo o el propio concepto de deuda.
La premisa que da lugar al análisis de la historia económica es contundente. Tras la explosión de la crisis en 2008 quedó patente que “la historia que se había contado a todo el mundo durante la última década se había revelado como una inmensa mentira”.
Por lo que Graeber considera imprescindible iniciar un “auténtico debate público acerca de la naturaleza de la deuda, del dinero y de las instituciones financieras que han acabado teniendo el destino del mundo en sus manos”.
Un debate indispensable en las puertas de un cambio de era, según Graeber. “Cada vez más, parece que no tenemos otra opción”.
El análisis de Graeber, reconocido anarquista, arranca desde la propia raíz del asunto.
El origen de la economía. La teoría tradicional explica el nacimiento de la economía a través de El mito del trueque. Una vaca por 40 gallinas. Para Groeber el trueque no es más que “un subproducto colateral del uso de monedas practicado por personas acostumbradas a transacciones en metálico cuando por una u otra razón no tenían acceso a moneda”.
Pero la confusión histórica no es casual. Adam Smith, en su obra La riqueza de las naciones (1776), acude al trueque para señalar la economía como un mero intercambio, como dos partes de un contrato.
Smith y los posteriores historiadores de la economía olvidan adrede, a juicio de Graeber, que la historia del mercado y de la deuda, y del capitalismo por extensión, están ligadas a la guerra, la conquista militar, la esclavitud o el tráfico de personas. Remarca Graeber que la deuda y el mercado no han existido sin la compañía de una institución fuerte, ya sea ley sharia, la monarquía de origen divino, o el Imperio romano que imponen a ciudadanos o súbditos que imponga determinados tributos, impuestos y dé valor a las deudas adquiridas.
La diferencia entre los dos conceptos resulta fundamental para conseguir una definición del concepto “capitalismo”. Si partimos de que la economía surge del intercambio el capitalismo puede ser conceptualizado como un sistema que “permite a quienes tienen ideas potencialmente comercializables reunir recursos para hacer realidad”. Por tanto, incluyendo todo lo anteriormente descrito, el capitalismo no sería más que el sistema en el que los que poseen capital manda e imponen condiciones sobre los que no lo tienen.
Para Groeber, la economía como tal surge en el momento en el que en la antigua Mesopotamia se iniciaron a contabilizar por escrito las deudas. En todas y cada una de las experiencias humanas en sociedad, argumenta Groeber, ha existido la deuda.
Sin embargo, las diferentes civilizaciones, como la romana o la griega, quienes también se vieron envueltas en diferentes crisis de deuda, insistieron en “suavizar el impacto, eliminar abusos evidentes como la esclavitud por deudas” o “emplear los botines del imperio para proporcionar todo tipo de beneficios extra a sus ciudadanos pobres a fin de mantenerlos más o menos a flote pero que nunca cuestionaran el propio concepto de deuda”.
Asimismo, otras sociedades aplicaban una especie de año Jubileo en el que se borraban todas las cuentas y se reiniciaban las cuentas para que las bases sociales del sistema no se sublevaran.
El imperio capitalista, forjado durante los últimos 500 años, aprendió esta lección. A través de la deuda, sus principales potencias establecieorn una jerarquía mundial condenando a una gran mayoría del mundo a una esclavitud eterna (en este punto el autor pone como ejemplo la historia de Haití, pero sabía cómo mantenerse.
El sistema en una "situación de conflicto de clases" límite que ponía en peligro su propia viabilidad, debido al auge del comunismo en el período de entreguerras y tras la Segunda Guerra Mundial, supo repartir “los botines del imperio de la deuda” entre los ciudadanos de los países dominantes. Tal y como hizo Roma o Atenas para superar sus respectivas crisis de deuda.
En el caso de que las instituciones no respondieran a tiempo a la situación de crisis se corría el peligro de una sublevación popular.
“A lo largo de la mayor parte de la historia, cuando ha aparecido un conflicto abierto entre clases, ha tomado la forma de peticiones de cancelación de deudas: la liberación de quienes se contraban en la servidumbre por ellas y, habitualmente, una redistribución más justa de las tierras”, escribe.
El sistema aplicó las tesis keynesianas y “suspendió la guerra de clases”. “Para explicarlo crudamente: a las clases trabajadoras y blancas de los países de Atlántico Norte, de Estados Unidos a Alemania, les ofrecieron un trato.
Si acordaban dejar de lado las fantasías de cambiar radicalmente la naturaleza del sistema, se les permitiría mantener sus sindicatos, disfrutar de una amplia gama de ventajas sociales (...)”, explica.
La conquista neoliberal
Sin embargo, en 1979 con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al poder en Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente, el sistema capitalista volvió a mutar y el “trato quedó deshecho”. Así quedó explícito en el ataque conjunto que ambos dirigentes lanzaron a los sindicatos de trabajadores.
En ese momento, el sistema buscó que todos los ciudadanos se convirtieran en “rentistas”, que jugaran en el mercado y, al mismo tiempo, les “animó a pedir préstamos”.
Lo llamaron la “democratización de las finanzas” o "neoliberalismo", Groeber no duda en calificarlo como “el imperalismo de la deuda”.
En este sistema los ciudadanos son “minúsculas corporaciones, organizadas en torno a la misma relación entre inversor y ejecutivo: entre la fría y calculadora matemática del banquero y el guerrero que, endeudado, ha abandonado cualquier noción personal de honor para convertirse en una especie de máquina desgraciada”.
Sin embargo, esta forma de capitalismo también ha fracasado y ha llegado a su fin porque está demostrando cada día que transcurre desde el inicio de la crisis que todo es “una flagante mentira”.
No obstante, a diferencia de otras fases de la historia el Estado o el Imperio no ha actuado para defender a la población de los acreedores.
Muy al contrario, ha obligado a los “deudores pobres” a rescatar a los “deudores ricos” y ha modificado las normas para proteger a los acreedores de manera que el pago de la deuda por parte de los pobres sea obligatoria. “Resulta que no todos tenemos que pagar nuestras deudas, sólo algunos”, analiza.
Reiniciar el sistema
Por ello, Groeber emplaza a “limpiar la pizarra [de deudas] a todo el mundo y volver a comenzar”. La manera de organizarse en esta nueva etapa aún es desconocida.
La alternativa no lo tendrá fácil, recuerda Groeber, quien señala que durante los últimos treinta años la sociedad ha presenciado “la creación de un vasto aparato burocrático para la creación y mantenimiento de la desesperanza” cuyo objetivo es asegurarse de que “los movimientos sociales no crezcan, florezcan o propongan alternativas”. “Cualquier idea de cambiar el mundo parece una fantasía vana e infundada”, apunta.
El primer paso de la nueva forma de organización social está señalado. “Limpiar la pizarra de deudas”. Después, apunta Groeber habrá que continuar debatiendo.
“Lo que sí sabemos es que la historia no ha acabado y que surguirán con total seguridad nuevas y sorprendentes ideas”, concluye.
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Tomado de publico.es, artículo escrito por Alejandro Torrús