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No hay crisis que pueda con la iglesia católica


En media ponderada, dos de cada tres contribuyentes no señalaron expresamente en los últimos ejercicios fiscales la casilla de la declaración de la renta que obliga a Hacienda a desviar fondos comunes estatales a la institución católica. 
 
A pesar de este dato tan elocuente, se estima que esta confesión religiosa se lleva de las arcas del Estado, céntimo arriba o abajo, unos 11.000 millones de euros al año vía subvenciones, ayudas o transferencias en moneda contante y sonante más lo que se ahorra por el camino de la difícil cuantificación de las exenciones y las bonificaciones fiscales. 
 
Todos los datos están ahí, en informes publicados y sacados de lecturas farragosas del mejunje de partidas a la sombra con títulos creativos que esconden las verdades financieras y económicas del catolicismo, un dogma cabalístico bajo siete llaves que solo conocen a la perfección sus jerarcas de mayor rango y tronío. 
 
A la sucursal made in Spain del Vaticano la financiamos todos: ateos, agnósticos, católicos y de fes amigas o adversarias de credos múltiples, y también otros creyentes, incluso los fans de la Tetera Voladora de Bertrand Russell.

La altura y el volumen de esa colosal montaña siempre han sido aproximados o conjeturales para los curiosos mortales de a pie, dado que la opacidad de la institución católica y las evasivas cuentas públicas, tanto estatales como autonómicas y municipales, plagada de redes inextricables y contabilidades financieras no sujetas a auditorías profundas e independientes, hace casi imposible acceder a los números reales que manejan a su antojo los jefes y ejecutivos de la la poderosa conferencia episcopal española, sus diócesis y sus agentes de difusión y propaganda. 
 
Ateos y laicos, incluso católicos progresistas que reivindican la autofinanciación de su confesión como otro ente de derecho privado más, también pagan mordida a la iglesia vaticana, quieran o no, en concreto, unos 260 euros anuales, cantidad que sale de los regalos del Estado derivados de impuestos no abonados y ayudas en efectivo a la confesión católica.

Las exacciones fiscales a la iglesia católica nos salen grosso modo a todos por 2.500 millones de euros cada año. Los capellanes militares y hospitalarios nos arañan un pellizco de 25 millones.
 
 El cuidado de su patrimonio por unos 700 millones y la financiación de sus centros de educación, nada más y nada menos que por 4.000 millones. Las cifras son variables y aumentan cada año.

En España viven del erario patrio común unos 18.000 sacerdotes y 22.000 parroquias, pero solo va a misa con regularidad una de cada diez personas que se manifiestan creyentes, alrededor de 3,5 millones de residentes sobre un total de más de 47 millones de habitantes.
 
 Por costumbres muy arraigadas en la sociedad española suelen bautizarse anualmente unos 300.000 bebés, aproximadamente a 250.000 niños y niñas les hacen comulgar con el ritual iniciático de la primera comunión y contraen matrimonio católico unas 75.000 parejas al año. 
 
Son datos claramente minoritarios, una realidad que se obvia a la hora de rendir pleitesía a la confesión católica por parte del PP y el PSOE y también del PNV y CiU. Unos y otros convierten en papel mojado la Constitución de 1978 contra la opinión mayoritaria de los ciudadanos que moran en nuestro país.

Centrándonos en la educación, el poderío irreductible católico se supera a si mismo y con la contrarreforma auspiciada por el ministro Wert y el PP la situación irá a más, o sea, a peor para el laicismo y la neutralidad del Estado en materia religiosa.
 
 A nadie se le escapa la importancia de la educación y los valores elitistas y conservadores que encarna la institución cristiano-católica. 
 
Con ella al timón del sistema educativo, el capitalismo tiene un vivero de dirigentes políticos y sociales valedores del régimen y de trabajadores sumisos al mismo para garantizarse la hegemonía ideológica de la clase dominante en un futuro inmediato y asimismo a medio plazo.

De unos 6 millones de centros de enseñanza, de primaria a la universidad, más de la tercera parte son privados y casi 1,4 millones siguen la fe impuesta por el catolicismo, de los que el 90 por ciento reciben subvenciones inyectadas directamente por papá Estado o las comunidades autónomas. Según datos de la conferencia episcopal casi 4,5 millones de alumnos estudian en sus centros de primaria, secundaria o bachillerato. 
 
En la Comunidad de Madrid, al amparo de las políticas neoliberales a ultranza de la ex presidenta Esperanza Aguirre, desde hace 4 años los centros privados, concertados o no, superan ya a los públicos, frente a una media del 30 por ciento de escuelas o centros de estatus similar en España. Sin embargo, las aulas públicas madrileñas congregaban cerca del 54 por ciento del alumnado. 
 
Los datos son incontestables: el PP está desmantelando la educación pública a gran velocidad y masificándola a su conveniencia con una estrategia calcada a la seguida con la sanidad pública, aunque la tendencia ya viene de lejos ante el silencio cómplice de ver, oír, callar y mirar a las antípodas y las dudas metódicas del siempre contemplativo, cuando no escolástico, PSOE, que huye de este nido de avispas religioso al que no sabe, quiere o puede hacer frente en sus periplos de inquilino en La Moncloa.

En rápido resumen, el hogar católico no está en crisis y vive en un paraíso fiscal permanente. La transición y la democracia no han hecho mella en sus espectaculares rentas ni magníficos tesoros. Su riqueza continúa al alza. 
 
Para ella siempre es verano cálido y soleado en todas las españas, territorios nacionalistas de alta estirpe o regionalistas de andar por casa. Tiene 110.000 propiedades a nombre de 40.000 instituciones, congregaciones religiosas y seglares, apareciendo como dueña de 150.000 hectáreas de tierras agrícolas. 
 
La confesión vaticana es un poder fáctico impresionante, un terrateniente que se cubre las espaldas éticas con obras sociales de sopa boba y misiones redentoras allende los mares tercermundistas (los indígenas exóticos y la negritud son sus debilidades históricas) para tapar sus llagas morales con golpes de pecho muy bien diseñados por una bien engrasada mercadotecnia y sus imprescindibles voceros mediáticos. 
 
El sufrimiento y la pobreza son predios feraces para que echen raíces y brotes vigorosos entre los más desfavorecidos y las capas menos pudientes de la población. 
 
Su proselitismo se nutre de injusticias sociales que jamás ataca desde su base. Ya lo dijo Marx, donde hay dolor sin conciencia de clase, el más allá siempre será la mejor inversión para escapar de este mundo capitalista sin corazón ni piedad ni justicia auténtica.

Ateos

Saber el número de ateos o personas no religiosas en España resulta tarea complicada. Realizando promedios con estudios de Eurostat y Gallup podría decirse que cuatro de cada 10 españoles se declaran ateos o creyentes genéricos en “espíritus o fuerzas vitales” inconcretas. 
 
Otras encuestas señalan que más de la mitad es atea por convicción o tiene serias dudas de que exista algún ente sobrenatural que merezca el apelativo sagrado de “dios”. 
 
La realidad diaria indica que el 50 por ciento de residentes en España nunca va a misa.
 
 Un dato fidedigno de la actualidad es que los enlaces civiles superan ya con creces a los matrimonios eclesiásticos.
 

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