Pablo Gonzalez

Réquiem para Libia



Hace unos días desde este lugar comentábamos el vía crucis libio, ¿El país? ¿La república? ¿La nación? ¿El estado? 
 
¿Cómo llamar a un pueblo sin gobierno, a una nación sin autoridad, a un república sin poderes? ¿Un país sin fronteras?
 
 A partir de la irrupción de la OTAN en los cielos libios para darle protección a las bandas armadas por la CIA, el Mossad y otros servicios de inteligencia occidentales, compuestas por yihadistas y mercenarios arrancados de las cloacas más purulentas del mundo con el objetivo de acabar con la nación más prospera de África, comenzó esa vía dolorosa que quizás nunca termine.

Un ataque armado contra la embajada de la Federación Rusa en Trípoli, el pasado dos de octubre, que habría dejado a uno, de los diez atacantes, muerto y varios heridos alteró todavía más la sensibles noches tripolitanas. Se ha intentado justificar el hecho como un problema personal entre algún funcionario de la embajada y quizás algún apasionado, muy apasionado al parecer, amante o marido despechado.

En estos dos años, desde la instauración del gobierno invasor, no ha sido el primer atentado contra una delegación extranjera, el año pasado -acaso otro marido celoso- otro se cargó al embajador estadounidense Christopher Stevens y otros tres funcionaros norteamericanos en los jardines del consulado de Washington en Bengasi, cuna del movimiento que terminaría con el gobierno del coronel Muamar Gadafi.

Dábamos cuenta días atrás de la pronta desintegración y del camino de esos territorios para convertirse en estados fallidos, como Somalia, Afganistán e Irak. Como para confirmar lo dicho, el domingo último, el Departamento de Estado, pasando por encima de cualquier autoridad formal o no a Libia, sin ningún permiso y mucho menos aviso previo, envió tropas norteamericanas asistidas por el FBI y la CIA a la cacería por las calles de Trípoli, de un viejo conocido, Nazih al-Ragye, miembro de al-Qaeda, de quien existen muchos motivos para creer que simultáneamente perteneció a "la compañía" con sede en Langley, Virginia.

Al-Ragye de 49 años, conocido por el alias de Abu Anas al-Libi era buscado por Washington que lo acusa de haber sido el cerebro de -entre otras cuestiones- los atentados simultáneos contra las embajadas norteamericanas de Dar al-Salam, Tanzania y Nairobi, Kenia en 7 de agosto de 1998 en los que murieron 202 personas, y entre ellas 12 estadounidenses. Y que dejaron miles de heridos.

El operativo de los Seal sorprendió Abu Anas al-Libi, cuando regresaba a su casa tras la oración del Fajrlas, la plegaria de la mañana. El terrorista intentó sacar un arma de la guantera de su auto, pero no llegó a usarla, fue neutralizado por los enmascarados de la fuerza Delta que lo habían rodeado en plena calle.

Al-Libi había encontrado en Trípoli un territorio seguro tras muchos años de acción y de juntar fuerzas tras una agitada vida en la yihad.

Allá por 1992 o1993, durante el exilio sudanés de Osama bin Laden, se unió a sus huestes. Ya en junio de 1995 participó en el intento de asesinato del presidente egipcio Hosni Mubarak en Addis Abeba, Etiopia. 
 
El comando de al-Qaeda al que pertenecía al-Libi, compuestos por seis hombres, abrió fuego contra la caravana del Rais Mubarak que se dirigía desde el aeropuerto a la sede de la conferencia de la Organización de la Unidad Africana (OUA). Al- Libi consiguió escapar y refugiarse en la siempre hospitalaria (al menos, con al-Qaeda) Doha, capital de Qatar.

Un año después, en 1996, junto a un grupo de al-Qaeda fue contactado por el servicio de inteligencia británico MI6, para asesinar al coronel Gadafi. Tras este nuevo atentado fallido, Al-Libi consiguió asilo político en el Reino Unido y se instaló en Manchester, dónde vivió hasta el 2000, cuando se esfumó poco antes de que un tribunal estadounidense lo condenara en anusencia.

Se ha dicho que entre 2003 y 2010 estuvo preso en Irán, pero existen versiones que en realidad conoció algunas de las tantas prisiones secretas de los Estados Unidos, y que una vez resuelta la guerra contra Libia, en 2010 se radicó por cuenta y cargo de la CIA en Trípoli para comenzar a organizar las acciones que desataría Al-Qaeda. Se conjetura que tras su secuestro el domingo pasado, Al-Libi ha sido trasladado al trasporte anfibio USS San Antonio (actualmente en el Mediterráneo, ya que estaba destinado a las acciones contra Siria, ahora postergadas sine die). Tras los interrogatorios de rigor, si tiene suerte y no se fuga o se cae por la borda, será entregado a la justicia de Estados Unidos.

El USS San Antonio fue adaptado para que funcione como cárcel secreta de la CIA, donde los detenidos son torturados según el programa del doctor Martin Seligman, un Menguele norteamericano, creador de la teoría de la "indefensión aprendida", donde la tortura ya no se limnkita a la búsqueda de información sino que procura la reducción total del torturado.

Al tiempo que los comandos norteamericanos se adueñaban dea Trípoli, una vez más, para secuestrar a su viejo colaborador, el grupo Seal (la misma banda que secuestró, asesinó, desapareció o vaya a saber que a Bin Laden en Abotabad, Pakistán, en mayo de 2012, a casi cinco mil kilómetros de distancia en Somalia) lanzaba una operación bastante confusa.

Sin avisar al endeble gobierno federal de Abdi Farah Shirdon que apenas controla un par de manzanas en el centro de Mogadiscio, la capital, los Seals se largaron a perseguir a miembros de al-Shahab, la filial somalí de Al-Qaeda somalí, responsable de la toma del centro comercial Westgate en Nairobi el mes pasado, con un saldo provisorio de 67 muertos comprobados y una insólita cantidad de desaparecidos.

El grupo Seal desembarcó en Barawe, un poblado a orillas del mar a 160 kilómetros al sur de Mogadiscio, la región mejor controlada por al-Shabab. Con cuyos milicianos se tirotearon por un rato sin que pudieran muy bien justificar a que fueron y que hicieron. Se conjetura que acaso el sheik Mujtar Abu Zubeyr, conocido como Ahmed Godane, jefe supremo de al-Shabab, estuviera en el lugar.

También es posibled que las operaciones en Trípoli y Barawe, tengan más que ver con un lavado de cara de Obama, tras la baja de popularidad, por las infructuosas negociaciones con el partido Republicano que le tiene trabado el presupuesto y al borde del ominoso default, que su verdadera intención de cazar terroristas.


Sin fronteras y sin control


Son pocas las milicias que en Libia reconocen la autoridad del primer ministro Ali Zeidan. Tan pocas que en la mañana del jueves 10, una milicia autodenominada "Brigada de Lucha contra el Crimen" (un nombre de fantasía: está claro que se trata de mercenarios de al-Qaeda remasterizados) lo tuvo secuestrado por siete horas en un lugar desconocido cercano a Trípoli, pidiéndole cuentas de la detención de Al-Libi. Temen que tras los cambios que el Departamento de Estado se encuentra obligado a hacer crisis económica mediante, el papelón Sirio, las conversaciones con Irán y recorte de alas a Israel, también a ellos las alcance la guadaña. Muchos militantes de al-Qaeda que escaparon de Mali y el Chad y están escapando ahora de Siria se reagruparon en Libia, que hasta el domingo era un santuario de los yihadistas.

Si en Libia nadie puede evitar que al Primer Ministro lo secuestren, es evidente que nadie tampoco puede asegurar la integridad territorial. Libia tiene 4.500 kilómetros de fronteras terrestres con seis vecinos, frontreras por las que pueden ingresar ejércitos completos sin que el gobierno de Trípoli se entere.

En la Cirenaica, existe un fuerte descontento y el secesionismo está en auge. Es allí de donde se extrae la mayor producción petrolera aunque la región no recibe los beneficios, además de caída de las exportaciones que ha llegado a 700.000 barriles diarios, menos de la mitad que en los tiempos del coronel, debido justamente a los problemas que las bandas armadas le traen a las compañías petroleras europeas que tanto hicieron para que las cosas estuvieron como están.

Fezzan, la región interior del ¿país?, de 550.000 kilómetros cuadrados, con solo medio millón de habitantes, se ha convertido en un gran agujero negro donde las tribus Al-Hutman, Al-Hassawna; Tubu y Tuareg, asentadas allí desde milenios deben luchar contra traficantes de armas, contrabandistas, narcotraficantes y milicias islamistas, para mantener un mínimo domninio territorial.

El maltrecho carguero que ardió el jueves frente a la isla italiana de Lampedusa, con más de 500 inmigrantes, en su mayoría eritreos y somalíes (más de trescientos se ahogaron sin que nadie los rescatara) había zarpado de Misrata, a un poco más de ciento ochenta kilómetros al este de Trípoli, una ciudad de 300 mil habitantes.

Supuestamente ninguna autoridad los vio llegar ni irse.
 

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