Pablo Gonzalez

Las alucinaciones de Santos

Su Gran Pacto Nacional Agropecuario y la Mesa de La Habana jamás serán los avales que sueña para sus políticas neoliberales.

Los colombianos llevamos décadas, por no decir siglos, observando como los gobernantes oligárquicos se representan en la mente un país muy distinto al que realmente conocemos los de a pie. Con Juan Manuel Santos las cosas alcanzan su grado más alto. 
 
La alucinación de que da cuenta en sus más recientes intervenciones públicas, le permite creer que el pueblo de este país también está viendo la situación nacional con sus ojos de neoliberal confeso.

Santos ha desempeñado en el pasado papeles estelares en cuanto hace al manejo de la economía, la política y la guerra. 
 
Desde los tiempos de Gaviria y su apertura económica, pasando por los gobiernos de Pastrana y Uribe, su paso por el Congreso y varios ministerios ha influenciado de modo directo la configuración de nuestra enrevesada sociedad. Desde mucho tiempo atrás, además, sus ascendientes directos se han encargado de definir la suerte de nuestro país.

Recién confesó que su abuelo acogía en casa y apoyaba al jefe guerrillero liberal de los llanos Guadalupe Salcedo. 
 
Su propio primo hermano, Francisco, también reveló que su madre y su tía, la mamá de Juan Manuel, recogían dinero para las guerrillas de la época. Nadie ignora el papel de las páginas editoriales de El Tiempo en la toma de las decisiones más importantes de sucesivos gobiernos nacionales, así como en el febril azuzamiento de la guerra interna.

Así que sus repetidas declaraciones suenan a deslumbramiento. 
 
No percibe la verdad.Mientras en el Cauca, como ayer en Nariño, antier en Boyacá o antes en el Catatumbo, los soldados y el ESMAD muelen a garrote, gases y físico plomo al pueblo movilizado en la protesta, mientras la Fiscalía los procesa con sucios montajes, el Presidente tartajea que en su gobierno el diálogo y las soluciones concertadas tienen la preeminencia sobre la confrontación, la violencia y el enfrentamiento.

Se atreve a recordar las promesas hechas en su discurso de posesión y las supuestas acciones emprendidas por su gobierno a fin de cumplirlas. Como si no estuviera sucediendo ante sus ojos la mayor protesta social vivida en los últimos tiempos en el país, originada precisamente en la ausencia de todas las cosas que él prometió cuando llegó a la Presidencia. Como si fueran cuatro años y no unos cuantos meses los que restan de su inane período como primer mandatario.

Por eso nada más ridículo que su nueva engañifa de Gran Pacto Nacional por el Desarrollo Agropecuario y el Desarrollo Rural. De pronto el Presidente de las locomotoras, una de las cuales versaba sobre el Desarrollo Agropecuario y Rural, se percata por las marchas incesantes de que sus políticas para el campo han agravado los problemas antes que solucionarlos.
 
 Y propone un pacto con los damnificados por esas políticas neoliberales a fin de que se las convaliden.

Reunir en un mismo escenario a banqueros, inversionistas extranjeros, empresarios, latifundistas, expertos en libre comercio y campesinos con la soga al cuello para trazar la política agropecuaria y rural más conveniente al país, sería apenas una formalidad demagógica. Aun si hubiera tiempo para realizarlo, es seguro que la voz de los campesinos sería la menos escuchada y atendida. Ellos se hallan condenados a desaparecer en los planes de la globalización capitalista.

Las organizaciones campesinas, de negritudes e indígenas, envueltas en la más pura palabrería, apenas tendrían el derecho a firmar su sentencia de extinción. 
 
Está más que demostrado, como lo han constatado esas organizaciones en las distintos espacios de diálogo aceptados tras el paro agrario, que el gobierno de Juan Manuel Santos tiene ya definido su derrotero neoliberal y que nada que pueda afectarlo tiene la menor cabida en los consensos que predica.

Si Santos hubiera querido deliberar libre y ampliamente con los campesinos, lo hubiera hecho en una mesa nacional de diálogo con los distintos sectores en paro. 
 
No lo hizo por cuanto teme la lucha unida de las organizaciones campesinas y populares. Ellas, en conjunto, poseen la potencia para desvertebrar todos sus planes. Su negativa a establecer esa mesa se fundó en que no iba a duplicar en Colombia la que existe en La Habana con las FARC-EP. Le teme a su identificación.

No le suena que la voz del pueblo y la guerrilla se confundan. Las FARC, como los marchantes, deben limitarse a firmar lo que su gobierno propone, su concepción neoliberal del campo, del conflicto y del país en general. 
 
Del rico ramillete de propuestas de la insurgencia sólo le merecen alguna atención aquellas que puedan ser funcionales al intocable modelo económico y político consagrado por su gobierno. Lo demás no lo ve serio, ni realista, ni siquiera sincero.

Cuando habla de momento crucial en las conversaciones, de acercamiento a las decisiones más importantes, de límites materiales en el tiempo, confiesa en público que existen diferencias abismales entre las partes. 
 
Dice tener voluntad para llegar a acuerdos, por difíciles que puedan parecer, pero en realidad apuesta a que las FARC nos plegaremos a sus imposiciones, a que cederemos sin remedio a su voluntad neoliberal. Y juega todas sus cartas a ese cálculo.

Promueve expectativas infundadas, difunde en los medios que el acuerdo final se encuentra a punto, esgrime el espejismo del posconflicto, da por hecho que de aquí a diciembre habrá desmovilización, que aceptaremos su marco jurídico y su referendo. 
 
No entiende que así como pretende aplacar y someter la movilización social, sin afectar para nada la estructura económica y política del país, tampoco podrá llegar a ningún acuerdo con la insurgencia.

En eso consiste su alucinación. 
 
En creer real lo que apenas es su sueño. No sólo existe la Colombia rural que él descubrió de pronto para contraponerla a la urbana, sino la Colombia empobrecida, herida, reprimida, desengañada y cada vez más dispuesta a cambiar de raíz las cosas. 
 
La que protesta y marcha, la que echa tiros contra las tropas criminales. A un año de anunciadas las conversaciones de paz, esa Colombia se levanta, se organiza y se lanza a la lucha.

Y nada va a detenerla. Ni las zalamerías ni las bravuconadas del Presidente. Ni sus urgencias electorales. Ni sus tanques de guerra, ni sus fuerzas represivas, ni sus sicarios. 
 
Ya se trate de la Mesa de La Habana o de lo que ocurra en el país, no son los afanes de Santos los que van a definir las suertes.
 
 Incluso por encima de lo que pueda suceder en las urnas en marzo y mayo, lo verdaderamente determinante será la fuerza de la lucha popular embravecida.


Fuente: http://farc-ep.co/?p=2561

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